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Ariel Magnus: "Hay que huirle a la corrección política, es un sitio que no te deja pensar"

Por Matías Méndez para InfoBae

En el año 2005, Ariel Magnus decidió que era el momento para comenzar a mostrar la obra que venía escribiendo desde hace una década. Tenía treinta años cuando dio a conocer Sandra, le siguió La abuela y el recordado Un chino en bicicleta, que en 2007 ganó el Premio La Otra Orilla y que el año pasado fue reeditado por Interzona. En todo este tiempo, Magnus sorprendió siempre con su indagación en las formas literarias: sus libros son distintos unos de otros, pero en todos se advierte su marca personal. Puede resultar una paradoja, pero él lo logra: textos diferentes que encierran un autor reconocible en su literatura.

La sorpresa del 2016 es Seré breve (Cien cuentos escuetos), que la editorial Interzona distribuye en estos días. El libro se divide en dos partes: cien cuentos de cien palabras y cien frases de cien letras. Hay un personaje que sólo tiene una letra en su denominación, M y una curiosidad más: cada relato incluye un paréntesis..

Magnus estuvo en el estudio de Infobae para conversar sobre este nuevo trabajo, detalló cómo fue escribir con estos límites autoimpuestos, contó que cada vez que termina un libro comienza otro y reveló que se olvida muy rápido de lo que escribe.

—¿Sigue teniendo muchos más libros escritos que publicados?

—Se van multiplicando.

—¿Cuándo decide publicar?

—Pasé diez años escribiendo sin publicar y desde que decidí publicar, publico todo lo que me dejan. Los escribo y después veo a quién pueden gustarles, a veces sé que algunos no le pueden gustar a nadie. Los presento y van saliendo, y salen en un orden muy distinto a como los voy escribiendo y cómo me los acuerdo. Es divertido porque te los reencontrás.

—Cuando vino aquí Gustavo Ferreyra a hablar sobre su novela La familia, él me dijo: "Me preguntás cosas que ya ni me acuerdo, porque la escribí hace mucho".

—Es así, me pasa un montón. Igual yo me olvido lo que escribí hace seis meses. Eso también te sorprende. Hace poco un amigo me hizo una cita que yo no entendí y me dijo: "Estoy citando un libro tuyo".

 Si el nuevo libro no tiene formalmente algo que me atraiga, no lo puedo escribir

—De su obra publicada, si uno puede definirla de alguna manera, podría hacerlo como una búsqueda incesante de la forma y que su creatividad no sólo está puesta en las tramas sino también en el trabajo formal. ¿Está de acuerdo?

—Es un gran halago, porque es lo que realmente busco y espero realmente encontrar algo así de vez en cuando. Si el nuevo libro no tiene formalmente algo que me atraiga, no lo puedo escribir. Más allá de los temas, los lugares y los personajes, que son cosas que me atraen, tiene que haber algo en la forma que me atraiga, si no, ni empiezo.

—En particular en su último libro hay una tapa excelente que sintetiza mejor que nadie su decisión formal, que podríamos llamarla de precisión matemática, que usted se impuso para escribir. ¿Cómo se hace eso?

—Había terminado un libro y cada vez que termino uno empiezo a mirar los archivos con ideas y veía que tenía muchas incompatibles, varias que no dan para mucho y como que las empecé a escribir poquito, o a desarrollar un poco y se ve que alguna cayó en cien, porque no sé por qué llegué a cien y recién cuando se me ocurrió cien de cien palabras, que era un formato, dije: "Bueno, me pongo y empiezo a ordenar el armario de ideas viejas", y así fue como pude avanzar. Por supuesto que era divertido, que fue estimulante, en algún momento se te vuelve en contra, porque decís: "Este cuento con cincuenta está bien o este otro necesita trescientas o diez páginas". Lo que me dije fue: "Este lo hacés de cien y si lo querés hacer de vuelta de mil, lo hacés". No es que por hacerlo ahora esto se acaba. La idea de utilizar lo que tenía en el archivo y borrarlo tampoco funcionó, está ahí por si quiero hacerlo de vuelta. El formato me gustó, me sentí cómodo: donde tuve que achicarme sirvió para concisión y donde tuve que alargarme sirvió para encontrar algo. Suena redondo, siempre me gusta, como dijiste, la búsqueda del formato, que en el caso de los cuentos es más difícil que en una novela o en un libro largo. Que los una eso, pero también que todos tienen un paréntesis, el mismo personaje, hay un par de cosas que los une y me permite lanzarme al cuento que me cuesta más, porque hago uno o dos y los dejo ahí.

—Y hay una segunda parte que no sé bien cómo llamarla.

—Son frases más chiquitas todavía.

—¿Y eso cómo surgió?

—No sé, eran frases y no eran para cuento. Son cien de cien letras, eso me costó muchísimo más y no lo volvería a hacer. Lo de los cuentos me gustó y lo voy a seguir haciendo, pero lo de las frases no, porque hacés una, pusiste lo que querías poner y agrandarla pongamos que se puede, pero después si te falta una letra, estás luchando y tenés que cambiar las palabras, es un lío y no sacás mucho en limpio. No lo recomiendo. Ahora, lo de hacer el cuento con una cantidad de palabras suena a estupidez, pero tiene algo así como el soneto, que tiene su forma. Es un formato rígido que te obliga a pensar de esa forma. La idea de que un libro tenga una forma es que esa forma modifique al libro y te haga pensar las cosas distintas, es lo mismo que el tono que le des o el tipo de personaje.

—¿Hubo un momento en que quiso romper la computadora y pensó: "¡Para qué me metí en esto!"?

—(Se ríe) Creo que siempre me llega ese momento en un libro. Siempre recuerdo la anécdota en El castillo de los destinos cruzados, de Ítalo Calvino, que es un juego de cartas que se van combinando en un castillo y van armando historias a partir de las cartas, y hay un momento del libro en que el narrador dice: "Basta ya", pero tengo que terminarlo. Si yo hacía sesenta cuentos de cien palabras, no había libro y entonces hay que seguir, y ese "hay que seguir" sirve, porque sacás fuerza de otro lugar y salen cosas, empieza a haber combinaciones entre los cuentos. Esa es una de las cosas lindas de este libro. Habrá escritores que tienen toda la idea formada antes y simplemente se sientan a redactar y terminan la novela. En mi caso, nada que ver: tengo disparadores, en este caso cien, y entonces solamente forzando esas cosas que estás escribiendo salen cosas nuevas que te sorprenden. Yo me siento todas las mañanas a escribir, si no me sorprendo una vez a la mañana, es una mañana perdida.

—Más allá de esta unidad formal, ¿podemos pensar en estas líneas temáticas que hilvanan el libro: el personaje M, la reflexión sobre la escritura, el campo literario y su afectación, cierta desazón frente a las nuevas tecnologías?

—Todo eso está presente. No lo agrupé y tampoco me gusta pensarlo como grupo, podría pensarlo en otro contexto. Siempre soy yo el que tiene esas ideas, eso lo va uniendo. Si no, uno tiene esas ideas y las vas anotando; hay escritores que tienen cajas y meten los papelitos. Empezás con la que te está persiguiendo más, empezás a hacer un libro más largo y, yo por lo menos, trato de revisar todas las ideitas y decir cuál puede ir y las voy copiando. Pero después me doy cuenta de que no uso ninguna, no me gusta autoimponerme esas ideas si el libro no te las pide, pero había algo entre ellas que sí armaba la cuestión y solamente había que encontrarle el formato. Igual, la idea es que cada uno por separado, y por eso también es un libro de cuentos, funcione. Para mí es importante que se arme un libro, si no se arma un libro, siento que falta algo. Un libro como unidad, que sientas que está cohesionado, pero cada historia tiene que poder valer por sí.

—Anoté una línea: "M se prometió extirpar todas las correcciones de su obra", en referencia a la corrección política. ¿Eso también lo describe a usted?

—Sí, me encantaría. Le temo a la corrección política muchísimo. Es el tono que se impuso después de la Segunda Guerra Mundial. Es un problema, porque la corrección política no es sólo la corrección política, hay corrección de izquierda, pero existen varias correcciones políticas, existe la corrección política del que no quiere serlo. Se va extendiendo y en alguna siempre terminás cayendo. A la corrección política mainstream hay que huirle, es un lugar común, es un sitio que no te deja pensar. A mí me gusta imaginar que, yo no, pero otros van a ver la corrección política de esta época como nosotros vemos, por ejemplo, el racismo en William Faulkner, que vos decís: "Qué tremendo lo que dice de los negros, ¿cómo va a decir una cosa así?", o el antisemitismo en algunos autores. Lo mismo creo que va a ocurrir con la corrección política, dirán: "¿Cómo puede ser que hayan pensado así, que se hayan ido por este lado que es el antipensamiento?".

—Impide pensar…

—Es eso y además es ocultamiento del verdadero pensamiento. Es una corrección sobre lo que vos pensás: "Es una forma de taparlo". No digo que está mal, en muchos casos está perfecto y es mejor que no nos digan lo que realmente piensan, pero en ciertos ámbitos, y en la literatura sin dudas, hay que correrse de ese lugar, pero podés caer en la corrección política del canchero que no quiere serlo y también está mal. También está bien que sea una lucha constante contra los formatos prehechos de pensamiento, por eso uno tiene que tener los propios.

 No me gusta autoimponerme ideas si el libro no te las pide

—Hay otra definición del narrador que quiero saber si a usted lo representa: "La literatura es una neurosis estilizada".

—En un montón de cosas veo que si escribís de lo que vos pensás, si tu primera persona es una crónica de vos mismo, no es estilizada, es neurosis pura. Si lográs meterlo detrás de los personajes, de la forma, de una historia, en muchos casos puede ser esa neurosis. Hay autores que no, pero en muchos —y creo que me cuento entre ellos— la neurosis la descargás por ese lado. Yo escribí un libro entero con cartas a mi vecina de arriba que me caminaba con tacos y la primera carta que está en el libro la empecé y dije: "No se la voy a mandar", pero estaba ahí. Más claro que eso de neurosis estilizada, nada.

—Uno de los cuentos se llama "Continuidad de los parques". ¿Allí están quienes lo inspiran?

—Sí, ese cuento está también desarrollado en forma de libro grande. Están [Julio] Cortázar, [Jorge Luis] Borges, [Roberto] Arlt…

—También están [César] Aira y Bioy [Casares]…

—¿Bioy está? Bioy no tanto, pero también era lo que me pedía el cuentito. Un personaje de un cuento cuya vida sigue después del cuento, con personajes de otros autores.

—Cierra el libro preguntándose si el libro tendrá algún acierto. ¿Qué acierto cree que tiene?

—Si alguno de estos cuentos, vos estás leyendo el libro y decís: "Tengo que frenar porque no puedo seguir leyendo". A mí me pasa con los libros que me gustan, que tienen cosas cortas, hay algo que me gustó mucho y lo siento porque cierro el libro y lo dejo hasta el otro día. Si hay un cuento que logra eso, el decir: "Lo tengo que dejar porque tengo que pensar sobre", ya está, es suficiente.

—¿Es lector de microrrelato? ¿Es un género que le gusta?

—La verdad es que no. Soy lector de todo lo que venga, pero no especialmente de microrrelato, ni es un género que estudié. Ni siquiera tenía en la cabeza lo de microrrelato cuando lo hice, después me dijeron: "Microrrelato, está re de moda, perfecto". Es cuento corto para mí. No soy un lector específico de eso.

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