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Ariel Magnus: siempre se vuelve al primer amor

Después de ocho años y nueve libros, Ariel Magnus reedita “Un chino en bicicleta”, la novela con la que ganó el Premio La Otra Orilla en 2007, nada menos que con César Aira de jurado.

Se reedita un libro que escribiste hace tiempo y que muchos esperaban de nuevo…

-Sí. El libro es originalmente de 2007 y surgió después de que me rechazaran la idea de escribir un libro de crónica sobre los chinos que viven en Argentina. Por aquel entonces yo vivía en Alemania y cada vez que venía de visita veía más supermercados chinos, de ahí la idea de escribir sobre esos nuevos inmigrantes.

Descartada la opción periodística, opté por la ficcional, y aunque fui mucho al barrio, terminé haciendo más bien un retrato de lo que los argentinos creemos sobre los orientales, todos nuestros prejuicios y todo lo chino infiltrado en nuestra cultura, desde las canciones en pseudochino de Les Luthiers y el falso chino de “Cha Cha Cha” hasta canciones infantiles y novelas sobre el tema. Metí todos esos ingredientes como en un wok, con el humor como salsa de soja. (Risas)

-En el jurado estaba nada más y nada menos que Cesar Aira…

-Exacto. La novela ganó el premio La otra orilla de la difunta editorial Norma. Fue la primera que mandé a un concurso, así que aún no salgo de mi estupefacción por el llamado que recibí anunciándome el premio. Que en el jurado estuviera Aira debe haber ayudado mucho. En todo caso para mí fue garantía de que ganó porque gustó, Aira no te premia nada que no le guste y en el jurado no había ninguna persona de la editorial haciendo fuerza por su candidato. 

-Y después de eso se transformó en una especie de suceso, porque se vendió en varios países…

-Fue traducida a seis idiomas, entre ellos mis dos otras lenguas maternas, que son el portugués y el alemán, por lo que me pude dar el gusto de ayudar a los traductores a hacer juegos de palabras en esas lenguas. Lamentablemente la editorial luego cerró su parte de ficción y la novela no pudo conseguirse más en librerías, de ahí que me alegre mucho que ahora se reedite. 

-¿No te tentó retocarlo para esta nueva edición? 

-Ni lo toqué, porque hoy escribiría algo completamente distinto. Sobre todo porque cada vez que voy al barrio, por un momento me olvido de que lo escribí y me digo: qué bueno escribir una novela que ocurra íntegra en este lugar. (Risas)

-El Barrio chino te inspiró, está claro, pero ¿cuál fue el primer disparador para la escritura?

-El disparador fue la serie de incendios a mueblerías que ocurrió en 2004 y por la cual detuvieron precisamente a un chino en bicicleta, con todos los implementos necesarios para realizar esos atentados. Asistí al juicio y en una de las pausas me pregunté qué pasaría si el chino me secuestraba. Ahí termina la realidad y por el puente de la imaginación paranoica llegamos a la ficción, que se desarrolla íntegra en el barrio chino, que por entonces no tenía arco de entrada triunfal, ni estaba tan caro como hoy. (Risas) 

 

Fragmento del libro

Caminamos hasta un banco cerca de la glorieta sin cruzar palabra y seguimos en silencio después de ocuparlo.
—En China nunca mujer primera hablar —dijo por fin Yintai.
—Ah, pensé que era al revés y por respeto estaba esperando.
Le sonreí y me devolvió la sonrisa, no es que sea tímido sino que me cuesta empezar, pensé en besarla inmediatamente pero ella bajó la cabeza para buscar algo en su cartera.
—¿Te dio calor? —le dije cuando empezó a abanicarse.
—¿Qué cosa? —me miró de reojo por encima del abanico.
—Que yo haya pensado en besarte.
Por una fracción de segundo dejó de abanicarse, cuando reanudó el movimiento algo de la brisa artificial empezó a llegarme también a mí, fantaseé con que en ese gesto sutil se cifraba su aprobación de mi galantería, su aprobación o su rechazo.
—¿Y cómo pensar tú eso?
—¿En besarte? No sé, es como asomarse a una ventana en un piso 43 y mirar hacia abajo.
El movimiento del abanico se hizo apenas más lento, indicando que agradecía el cumplido o acaso que no lo había entendido, a falta de elocuencia en la cara y de modulaciones en su forma de hablar Yintai tenía el abanico, expresivo como la cola de un gato de él se valía a modo de código para matizar sus gestos y sus palabras, solo me resta­ba aprender a descifrarlo.
—Nunca etuve piso 43 —retomó el movimiento normal.
—Yo tampoco, ahora que lo pienso. ¿Habrá alguno en Buenos Aires?
—O sea eta primera ve tú pensar besar alguien.
—A alguien, no. A vos. Las otras veces que lo pensé era como aso­marse a un piso 13, un 15 como mucho.
—¿Y cuál diferencia? Dede piso 15 matarse igual.
—Pero no da tanto vértigo.
—¿El vértigo e algo bueno?
—Depende. Es como el amor. ¿El amor es bueno?
—En China cuando hombre guta mujer no habla tanto.
Me tiré hacia adelante como para besarla pero se tapó la cara con el abanico.
—En China, dije.
Se hizo un silencio. Había reducido al mínimo el ángulo de osci­lación del abanico, apenas si le debía dar aire en el cuello, supuse que eso indicaba que también su corazón se había cerrado aunque nada impedía que significase exactamente lo opuesto, me tranquiliza­ba saber que yo no tenía nada en las manos, quizá eso la confundiera también a ella.
—Me mostraste la lona, salté del piso 43, la sacaste y me estrolé contra el suelo —busqué responsabilizarla en mi fracaso.
—¿Duele? —se desentendió gozosa.
—No, mientras haya esperanzas —cedí—. Es más, ya estoy subiendo las escaleras de nuevo.
—Tiene que probar dede piso má bajo eta vez.
Interpreté sus palabras como una invitación a que intentara besarla de inmediato una vez más pero al mismo tiempo se me ocurrió que tal vez la clave para responder adecuadamente a sus insinuaciones esta­ba en tomarlas como de quien venían, una persona de las antípodas, y hacer siempre lo contrario a lo que indicaba el sentido común de este lado del mundo. Me quedé quieto, pues. Ella comenzó a mover el abanico de forma cada vez más lenta. Al fin terminó bajándolo y con un movimiento rápido lo cerró. Luego me miró impaciente y yo ya no me quedé quieto.

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