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CON EL FIN DE GOBERNAR LA REPRODUCCIÓN Y LA MUERTE

Por Enrique Butti

Las novelas de ciencia ficción y las utopías, según acuerdan los defensores de estos géneros literarios, resultan ser la forma más efectiva de hablar del presente en que fueron creadas y de los ideales que lo rigen. Consecuentemente, los partidarios de las distopías podrían sostener que ellas son la mejor manera de presentar el espanto que nos procura el rumbo que estamos recorriendo, o si se quiere ser menos patético, que ellas son la mejor manera que nuestro tiempo encuentra para inspirar las peores pesadillas.

El origen de una posible catástrofe está ahí a la mano: desastre ecológico, conflagración atómica, manipulaciones del cuerpo humano, algún mal regalo cayendo del cielo. Por lo tanto, en El sistema de las estrellas, la última novela de Carlos Chernov, ese origen no merece demasiadas explicaciones. Importa saber que el mundo y la vida de los humanos fue una y es otra después de La Gran Catástrofe.

La sociedad está dividida en netas y aisladas clases sociales, y el joven protagonista de la novela tiene la mala suerte de pertenecer a la más baja, que habita promiscuas y peligrosas ciudades techadas, construidas con livianos y baratos materiales inflamables que impiden el uso del fuego. Aparte de trabajos como el del padre de Goma, cortador de un metal que lo está matando, el único verdadero negocio que permite subsistir a estos proletarios es vender hijos, es decir que las mujeres no dejen de embarazarse y parir hijos. Los bebés son llevados a oficinas que los comerciarán con distintos fines, incluido el de ser adoptados por las familias privilegiadas, quienes prefieren adquirir hijos perfectos a concebir hijos con el riesgo de que vengan con algún grado de deficiencia (desde luego a menudo rechazan y devuelven caprichosamente a los afiliados, abandonándoles a destinos atroces).

Parir y parir es, pues, la única forma de mantenerse y mantener al único hijo que esas familias pobres se permiten conservar. Pero la enfermedad del padre de Goma lo lleva a la esterilidad, y escandalizado se niega al fraude que al parecer no detectan las autoridades responsables de asegurar los estrictos linajes, y que consistiría en inseminar a su mujer con el esperma del hijo.

El vientre de la madre de Goma pasa a ser materia preciada para un grupo creado originariamente por lesbianas que se embarazan por inseminación artificial y que acosan a mujeres que por la razón que fuera han dejado de preñarse. Para impedir que se lleven a su esposa, el padre de Goma termina matando a uno de los integrantes de esa banda, de manera que la familia es apresada y el padre derivado a los laboratorios experimentales. En ese lugar se “enfrasca” a las personas, separando el cerebro del cuerpo para conectarlo a proyecciones de una supuesta vida placentera.

A partir de allí, la única esperanza que Goma tendrá para relacionarse con su padre será la de llegar a ser estrella de esas películas que se proyectan a los “enfrascados”, y a través de las cuales todos los cerebros conectados pasan a vivir en primera persona las aventuras y placeres que viven los actores de los filmes en cuestión. Una obsesión guía a la clase dirigente de este nuevo mundo: “¿Para qué sirve ser millonario si uno no puede gobernar los acontecimientos más importantes de su vida; la reproducción y la muerte?”. Aunque los investigadores más cínicos o lúcidos comprenden que lo que en verdad han logrado es “recrear las dos características del Infierno: un suplicio eterno sin destrucción corporal”.

A Goma, entretanto, le espera en lo inmediato un infierno peor que el vivido en la ciudad infame de su infancia. Desventuras de prostitución, depresión y hasta el castigo de servir de animal de caza para el ejercicio y diversión de los jóvenes adoptados por los millonarios. Ésta es la base de El sistema de las estrellas, que acaba de publicar Interzona (en una singular edición impresa en Hong Kong).

Como en la historia del único hombre sobreviviente en un mundo en el que de pronto se han extinguido todos los varones (Anatomía humana) o la del gemelo sin alma que debe apropiarse de espíritus ajenos para completarse (El desalmado), Chernov, con su pericia habitual, construye en esta novela un mundo de meticulosa verosimilitud, con una cautivadora trama de acción y suspenso. Quizás lo que revelen las páginas finales sean el eje del horror que recorre a todo el libro: la gran tortura, ya ejercitada de una u otra forma por las dictaduras y las distintas burocracias estatales vigentes (Kafka y Kundera se explayaron sobre el tema) consiste en negar cada vez más privacidad al ser humano.

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