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Contate otro, Stendhal

La risa pertenece a la colección Zona de tesoros de Interzona que reúne raras avis escapadas de los jardines secretos de Pessoa, Quiroga, Stevenson, Gombrowicz, Flaubert, Wilde por nombrar algunos autores al azar entre los cuarenta y siete volúmenes.

por Luis Cattenazzi

Este libro (y cada libro de la colección) es un objeto singular del tamaño de mi mano y su peso es tangible como si escondiera dentro un libro mayor. La cubierta es rugosa y suma a la sensación de densidad, un formato de tapa dura en escala. La tipografía es argentina, el papel de cien gramos es chino, y ya ha recorrido más el mundo que yo mismo porque viene desde Hong Kong.

Zona de tesoros nos propone libros de descubrimiento, puntas de ovillo que nos guían a obras completas de autores universales.

Eso mismo me ocurrió con los textos compilados en La risa. Hasta ahora solo había tenido dos contactos con el autor. La primera vez supe de él por el síndrome de Stendhal. Según las crónicas, Stendhal de paseo por Florencia se desvaneció ante tal exuberancia de belleza y goce estético y le dio nombre a la taquicardia de futuros románticos turistas.

Más tarde abandoné la lectura de una novela suya, probablemente fue Rojo y negro (no me condenen a la hoguera). No le tuve paciencia, quizá la traducción era mala o yo no estaba de ánimo decimonónico en aquella etapa lectora.

En esas condiciones llegué a La risa, y por suerte fui recibido por el prólogo de Matías Battistón (a la sazón el traductor de esta selección de textos). En apenas unos párrafos me presentó un Stendhal de carne y hueso, con anhelos y fracasos nada menos que en las lides de la risa y el amor.

El tono del prólogo me recordó las Fuckup Nights donde los emprendedores destacan en clave irónica los fracasos de su carrera. Battistón hilvana la genealogía de La risa entre proyectos inconclusos y faraónicos de Stendhal, notas minuciosas para futuros libros que jamás concretó, quizá ocupado en actividades más entretenidas como ir al teatro o departir en terrazas estivales.

Así, en la página quince ya nos acompaña una sensación que crecerá por el resto del libro: Stendhal no es una figura de cera del Siglo XIX, y no solo está vivo, quisiéramos encontrarlo en Facebook para pedirle amistad o arrobarlo en Twitter.

Yo no soy de los que subrayan los libros, doblo la esquina inferior de la página. Así que mi ejemplar de La risa ahora se ha engrosado en los márgenes. Es de esos libros en que uno deja de marcar los pasajes notables porque estaría obligado a resaltarlos todos.

En el capítulo 1 “¿Qué es la risa?”, Stendhal cita a Hobbes para plantear una tesis recurrente en los próximos capítulos. Según Hobbes (1588 – 1679), la risa en su versión carcajada pulmonar, es causada por “ver, de un modo imprevisto y con total claridad, nuestra superioridad sobre otro hombre”. Stendhal agrega: “Este contraste, ventajoso para nosotros, nos hace disfrutar de nuestra propia superioridad”.

Y ahí ya arrancamos mal, porque mientras leo el planteo de la superioridad pienso en un tipo de humor que consumimos mayormente ahora, el formato del Stand Up o la Sitcom a lo Seinfeld o Larry David por dar ejemplos sin googlear mucho. Un tipo de humor con raíces judías que tiende a reírse primero de uno mismo, de lo absurdo de ser uno mismo, para reírse de los demás por extensión. Me cuesta conciliar este tipo de humor autorreferencial con la sentencia de Hobbes, querido Stendhal.

Pero enseguida otra sentencia nos reconcilia: “Muchas cosas nos hacen reír cuando nos la cuentan en un chiste, aunque no nos harían reír en la vida real”. Tragedia más tiempo es humor, ¿o no? Y cita la Eneida: “Quizá algún día sea agradable recordar incluso esto”.

“La compasión. La sola compasión por el burlado corta la risa”, leo, y pienso en esos memes que parodian la mala puntería del Pipita Higuaín. Ciertamente desde nuestro sillón tachonado de migas nos sentimos superiores (al menos por un rato) a un tipo que vive de lo que más nos gustaría vivir a varios: meter goles a euros la hora. Nos salteamos la compasión (también la autocompasión) y vamos directo a la risa.

Unas páginas más adelante vuelvo a pensar en los memes, esas piezas de humor instantáneo nacidas en los bajos fondos de internet que ahora inundan nuestros grupos de Whatsapp. Stendhal desglosa la risa en tres etapas: uno empieza a reír cuando vislumbra el chiste, se ríe aún más por empatía, física y nerviosa (y cibernética, agrego yo), con los que se están riendo. Termina por reírse por completo y a carcajadas cuando se comprende por fin todo el chiste, “… hace falta una nueva dosis de ridículo, que llegue cuando uno ya se está riendo”.

Stendhal menciona el ridículo y sus palabras resuenan de lo más modernas en nuestra actualidad de presidentes tuiteros, brexits, grietas, y burbujas informativas: “Se puede decir que el siglo del ridículo ha pasado; no porque ya no haya gente ridícula, sino porque pronto no quedará nadie que se ría de ellas. Cada vez que un hombre se cubra de ridiculez, se ubicará enseguida, a través de alguna maniobra muy elocuente, entre los extremistas de uno de los dos partidos políticos, y de inmediato la mitad de la sociedad pretenderá que es un santito, un hombre admirable, calumniado por los extremistas del partido opuesto.”

Me despido de La risa con la sensación de haber charlado un rato con Stendhal. Ahora que nos reímos juntos ya estamos en confianza y creo que en el calor de la conversación hasta le prometí desempolvar aquel ejemplar de Rojo y negro para ponerme al día.

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