interZona

Devaneos de una muchacha

Electrónica, de Enzo Maqueira. (Interzona,2014)

Por C. Castagna

Parece fácil caer en la idea de Electrónica como “una burla y una crítica letal” a cierta juventud de clase media ilustrada de Buenos Aires (no pienso usar el término hipster), o “un folletín de amor entre docentes universitarios de principios del siglo XXI”. No coincido en que sea esa la intención inicial, y justamente ahí está la fuerza de esta novela, porque es mucho más que eso.

Maqueira se concentra simple y laboriosamente en construir una historia que funcione, que sea sólida y entretenida, valiéndose de ese hallazgo narrativo que es el personaje de la profesora, al que dota de una subjetividad inmensa, vasta en sus posibilidades, pero siempre creíble y coherente. Apuesta muy fuerte en este punto y logra pegar un hit, que recuerda (en cuanto a la solidez de la protagonista y hablando también de escritores-y-personajes-de-géneros-cruzados) al Javier Franco de Natalia Moret en Un publicista en Apuros (Mondadori, 2012).

Antes que cualquiera de sus cualidades como narrador, lo que aparece de manera más evidente es la sensibilidad de Maqueira para describir los vínculos, y para atrapar cierto perfume de época. La época actual dominada por la redes sociales y esa otra (década y pico atrás) dominada por las fiestas electrónicas y las drogas de diseño, en la que los personajes acariciaban la felicidad bailando entre paredes de sonido, con la mente expandida y el corazón a mil. Nos resulta familiar, sabemos de qué habla y ahí está el gancho, porque en todo momento hay observaciones lúcidas sobre nuestra experiencia contemporánea. Además de la forma en que nos relacionamos, habla de los discos, el cine y los libros que siempre estuvieron ahí. Las preguntas que persigue parecen ser sobre el paso del tiempo y los límites del deseo: ¿Vamos a poder hacer todo lo que querramos? ¿Qué nos queda después de eso? ¿Hay en la “normalidad” (desarrollar una profesión, casarse, tener hijos, ser fiel a una pareja) una posibilidad de salvación ante la nada?

En esta dimensión, la de la nada, el tema obvio de Electrónica pueden ser las drogas. Pienso qué tiene en común ésta con otras novelas drogonas, como Linaje, de Gabriela Bejerman; Bajo este sol Tremendo, de Carlos Busqued; Musulmanes de Mariano Dorr o, más atrás en el tiempo; Bajar es lo Peor, de Mariana Enriquez. Salvo en el caso de Busqued donde la búsqueda parece ser eutoexcluirse, desaparecer, en las demás las drogas aparecen como vehículo hacia algún tipo de epifanía; un viaje sensual, heroico y superador que nos hace supuestamente distintos; ascenso y caída de la que uno se levanta apenas con el dolor de vivir. Y no mucho más. La profesora se separa y lo primero que hace es comprarse una bolsa de cocaína. Todo para no tener que aceptar que a fin de cuentas el amor, el amor real, el que dura, también es conformarse un poco. Y que el tedio a la vez pueda ser un refugio es una idea que la aterra, aunque va acostumbrándose poco a poco a ella.

La profesoraes una chica de 30 que atraviesa un momento de replanteo personal profundo, a partir del desajuste que le produce verse locamente enamorada de un chico de 18, alumno del primer año de la universidad donde da clases de literatura. El runrún en su cabeza tiene que ver con la pérdida de la juventud, el malestar de la vida adulta, la ansiedad, el fracaso de las drogas, la decepción de la amistad y la distancia que generan las redes sociales, la imposibilidad del amor en pareja, el reloj biológico que corre y la familia que todavía no formó. 

Estos devaneos internos van desde lo superficial o anecdótico a lo más profundo y doloroso (la vida misma), y se articulan con la acción que hace avanzar la trama. Hay un manejo inteligente de los climas y la forma de encadenar las escenas; el ritmo, los cortes, las idas y vueltas en el tiempo. Es una escritura clara, prolija, con un estilo poco recargado que logra muchos momentos de intensidad, con una potencia que consiste en no tener aspiraciones poéticas. Lo poético está en las escenas que describe y las ideas que se desprenden. Esa falta de adjetivación es lo que hace ganar a la novela, porque deja un espacio para la pregunta, para que el texto respire por sí solo, para desviar la vista y quedarse pensado.

Todo es llevado hacia adelante por una voz particular, otro hallazgo: un narrador que se desdobla de la tercera a la segunda persona. Un recurso que al principio puede resultar incómodo o confundir al desprevenido, pero que termina instalándose de manera natural una vez que se comprende el truco. La tercera persona es un narrador distante, objetivo, mientras que la segunda hace zoom para hablar directamente al oído de la protagonista, en un tono de susurro, ambiguo y confidencial. Hay un juego de miradas hacia ella y hacia nosotros, que entramos de cabeza con la esperanza de grandes revelaciones en el final. 

Pero es justo ahí, en el último tramo, donde la novela quizás decaiga un poco. Hay una sorpresa a medias en el sentido que uno espera, pero pareciera que en las páginas finales este dispositivo narrativo casi perfecto se desdibuja, concentrado más en cerrar adecuadamente y hasta con gracia todas la puntas abiertas, que en entregar un gran número final. Todo se va yendo en fade. Esperamos ese gran cierre porque la novela está a la altura de darlo. Quizás sea una decisión del autor, graduar esa potencia narrativa, pero la sensación que queda en esta instancia es que lo mejor ya pasó, aunque lo mejor haya sido parejo, compacto y muy bueno.

Volviendo al principio, pienso: es cierto que quizás a aquél que vea desde afuera a estos personajes o grupo social, que no se identifique con ellos, este libro pueda parecerle una crítica. En todo caso, cada clase social amerita la suya. Como dije antes, para varios de nosotros, la historia que aquí se cuenta resulta cercana, y produce una profunda melancolía. También, es posible que uno sea más hipster de lo que pensaba.

 

C. Castagna (Diego Fernández) nació en abril de 1975, en Buenos Aires. Es escritor y diseñador gráfico. Publicó el libro Alta Gracia (Pánico el Pánico, 2012). Algunos de sus cuentos aparecieron en las antologías El amor y otros cuentos (Random House Mondadori, 2011), Karaoke (Textos Intrusos, 2012), Escribir Después (Ed. Outsider, 2012) y Nunca menos - Covers de la literatura Argentina (Pánico el Pánico, 2013). Colaboró con reseñas literarias, notas y cuentos en las revistas La Única, Paco, Olfa y No Retornable.

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