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El rabioso Guillermo del Toro

Las trece nominaciones al premio Óscar por su reciente filme La forma del agua, han colocado a Guillermo del Toro en la antesala de obtener la codiciada estatuilla dorada y, de esta forma, integrar –junto a Alfonso Cuarón y Alejandro G. Iñárritu– un póker único de directores vanagloriados en la Meca del cine.

por Juan José González Mejía

El prestigio de Del Toro está bien posicionado en la industria del cine, a grado tal que su función como productor ejecutivo (poco conocido quizás) es sinónimo de calidad en los filmes avalados con su nombre.

Una de esas cintas es Rabia/ México-Colombia-2009, dirigido por Sebastián Cordero y basado en la novela homónima de Sergio Bizzio, el cual cuenta una historia cuya lectura puede quedar en el mero ejercicio visual sin mayores arriesgues. Pero no es así.

La idea central de José María Gustavo Sánchez Parra, un tipo mexicano, inmigrante ilegal en España, cuyo temperamento le da título al filme, ofrece otros vistazos ontológicos interesantes.

Estamos tal vez ante la primera cinta en idioma español de veras de amor fou, tan caro a los surrealistas de la segunda década del siglo veinte. La acción que realiza José María, de esconderse en el ático de la casa donde trabaja su amada Rosa (Martina García, sobrina en la vida real de Gabriel García Márquez) después de asesinar a su patrón en la obra en construcción donde trabajaba, le otorga al filme una extraña sensación orgánica.

Si bien Sebastián Cordero no se detiene en monsergas revisionistas de la situación legal o laboral de los muchos latinoamericanos que emigran a la península ibérica en condiciones desfavorables, el prurito melodramático que le da entallamiento al guion (la humillación de José María por parte de su jefe español ojete) es más que convincente para entender que la línea rectora de la película no va en esa dirección sino en la degradación casi palpable del personaje en la casona, tanto en el plano moral como material.

Rosa, cuya vida monótona y a la sombra social como empleada de dos ancianos, es un personaje con muchas luces y Cordero lo entiende a la perfección; de allí que el erotismo que transpira ante un hombre para nada agraciado físicamente como su novio José María, es directamente proporcional a su destino trágico e irremediable.

De hecho, José María es un fantasma bajo dos perspectivas: la real (inmigrante) y la subjetiva (fugitivo en el ático) de donde disecciona su condición no en segmentos morales (asunto por demás fácil y gratuita para otro director conformista); lo hace bajo una novedad del cine contemporáneo: la pérdida de la identidad por voluntad propia (en este sentido recuerdo un verso ferozmente humano de la poeta Gloria Gómez Guzmán: “yo decidí perder mi propia guerra personal”).

Aunque los movimientos de cámara pretenden mostrar la casona como una enorme “celda” física de José María, es en la menudencia del paso de los días donde se aprehende realmente la cárcel moral del personaje…

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