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La generación del 80, ya tiene quién le escriba

De un tiempo a esta parte, emergieron exponentes literarios que se encargan de narrar las vivencias, dudas, experiencias y angustias de los jóvenes que adolecieron en los inicios del nuevo milenio y hoy andan, errantes, por la década de los 30.

 

¿Cuándo fue que nos volvimos lo suficientemente grandes -¿viejos?- para pensarnos y repensar nuestra historia?

Sobre esa premisa, con esa pregunta nunca formulada -ni pretendidamente respuesta-, se arman un puñado de novelistas argentinos –porteños, clase media- que irrumpen en la escena -poco más que underpero sin ser mainstream- y narran, cuentan, lo que han vivido: la infancia de los 80 y los 90, la adolescencia de los 90 y la ebullición en el cadáver insepulto del neoliberalismo vernáculo.

Dos ejemplos -por potentes, por estéticamente bellos y narrativamente solventes- bastan para trazar un inicio: Electrónica (Interzona), de Enzo Maqueira, y Los 14 Cuadernos (Beatriz Viterbo), de Juan Sklar. Ambos textos, novelas generacionales que narran el devenir juvenil de los nacidos en los 80 -escondidos, claro, en dos historias de amor- cuando promediaron los 2000.

Mientras que Electrónica relata el auge y su posterior caída –que parecía nunca llegar- de las fiestas electrónicas, con banda sonora de Tiesto incluída, repasa el conflicto amoroso –que esconde el existencial, afirmativo, de la sociedad de consumo moderna y posmoderna, según para quién- de una profesora universitaria en el borde emocional de los 30, que se enamora de un alumno y echa a andar su emocionalidad. Y recorre, entre drogas, desamor y música electrónica, el pasaje de las fiestas a la madurez sosegada, naturista, hipster de centro cultural.

Por su parte, Los 14 cuadernos se embarca en una experiencia personal de desamor veraniego, en una isla del Tigre con los fantasmas de la juventud y la adultez embadurnados de altas dosis de necesidad sexual –quizás como elemento que nutra la vacuidad existencial- y, quizás sin buscarlo, acaba por dibujar un croquis sociológico de los pibes de clase media porteña de un tiempo a esta parte: mezcla de la fauna social, con vegetarianos militantes, militantes políticos faltos de amor, hippies aggiornados, yoguinis, tarotistas, hispters, cineastas o guionistas. Una fauna social predominante, pero acotada, que abarca de Palermo a Colegiales. De Barrio Norte hasta Villa Crespo, pero no mucho más.

Ninguno de los textos se presume como expresión de su época. Por eso, por no presumirse, es que reflejan en su propuesta irónica pero jamás cínica a una juventud que madura pero que no acaba de crecer.

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