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La mano del lector y el libro detrás del libro

Reseña, por Mauricio Murillo // El secreto entre los rusos, de Matías Serra Bradford, es una novela sobre la literatura y la lectura, pero también es la reconstrucción de un personaje que sacrifica mucho por ellas aunque por momentos parezca una impostura. La narración se compone de reflexiones, pasajes aislados, como se forma la memoria, párrafos que narran un momento de la vida de lector de S. //

El secreto entre los rusos se presenta como una novela biográfica. A primera vista, lo que leemos en las páginas del libro se contrapone o, por lo menos pone en crisis, dicha categorización. Sin embargo, la novela narra los fragmentos de la vida de S., casi todos guiados por su afición a los libros y a la lectura. De ahí que la novela trate sobre el oficio de lector de S., de su relación con las librerías de viejo, de sus reflexiones en torno a lo escrito, de sus elecciones literarias, de sus dudas; en esta breve enumeración, entonces, se entiende que El secreto entre los rusos es una novela biográfica. ¿Qué es la historia de la vida de un lector sino esos territorios fugaces?

Más allá de los rostros que dibuja S. en los márgenes de los libros que está leyendo, la cara, como una sinécdoque del cuerpo, resalta la importancia del que lee. S. está interesado en la biografía de las personas que se le parecen. Además, “los libros que leía se parecían a S. más que él mismo; representaban lo que él quería ser, el ideal al que aspiraba y que en algún lugar existía”. S. lee con los ojos pegados a las páginas. A los demás les sorprende lo cerca que coloca el rostro. La imagen central del libro es la lectura, como un acto que se repite y que no acaba. La lectura como experiencia vital, como el centro ineludible de la vida del personaje principal. Con cada escritor, S. es un lector distinto. Leer es un acto que nunca acaba, y que nunca se detiene.

S. deliberadamente oculta lo que lee. No lo comparte. El narrador de la novela anota esta vocación de privacidad en distintos pasajes. Así, S. entiende que leer es un acto privado, no el físico, el del rostro pegado a la página, sino el que se proyecta (que sigue siendo la lectura), lo que de verdad instaura. Es por esto que vemos el dilema de UN libro frente a LA biblioteca: lo particular en la experiencia del que lee que se opone al mar que es la literatura, mar inacabable, mar que solo puede ser experimentado en los fragmentos deliberados de sus aguas. 

Esa experiencia privada y particular para S. es misteriosa e íntima, ahí está “lo inasible, lo insinuante, lo persuasivo, lo confidencial”. La lectura es eso. S. sospecha que es mejor ser un extranjero y un extraño para sí mismo. “La lectura era para S. un repliegue, no un estado público; un secreto entre otros secretos, uno de los secretos que lo volvían quién era”. Como en la metáfora del rostro del que lee, ese solo puede ser tal en la medida en que se revela en lo escrito a lo que se enfrenta. 

La lectura como un acto complejo y en movimiento. Ahí está la reflexión que S. realiza al leer una novela epistolar. Él que se inserta en el ida y vuelta del mensajero y el remitente, al hacerlo, esos dos puntos se convierten en un triángulo. La lectura como un acto con la capacidad de incidir en eso leído y aparentemente acabado. La lectura, y eso lo intuye quien se dedica a ella con oficio, como un acto creativo, como el espacio necesario para completar lo escrito. S. lee, por momentos, sin leer: la lectura es una instancia más allá de la lectura. Pero la novela de Serra Bradford es más que una teoría de la lectura o un elogio de esta, porque hay algo más en las novelas que leemos que el juego metaliterario que a veces explica nuestra vida, en El secreto entre los rusos también hay algo más. 

El acto de leer se equipara en El secreto entre los rusos al acto de subrayar. En este gesto Serra Bradford marca la instancia material de la literatura. Subrayar es un acto, un hacer. S. marca con lápiz los libros impresos, mancha. “Llegó a especular que quizá también los subrayados, como las anotaciones, fueran útiles para otros y no solo para el lector que los hizo, que ofrecieran interpretaciones variadas”. Otra vez el misterio, el secreto. “El subrayado es una primera línea de escritura, no lo olvidaba, peligrosamente cerca de la escritura para un lector”. S. también dibuja sobre el papel de los libros que lee. Dibuja rostros. Así, al subrayado se le suma el trazo de los dibujos al margen, al borde. S. al leer hace y busca trazos, actos mínimos más allá de la escritura a la que se enfrenta, quiere meterse en el fondo del libro. Las líneas del subrayado no pueden ser líneas rectas. El trazo y la mano. S. quiere saber que ha hecho un dibujo, que ha pasado por el dibujo. S. dibuja mejor en las márgenes de un libro que en hojas blancas. La mano se suelta más, dice. La importancia de la mano del lector. La instancia material de la escritura le interesa a S. en cuanto al instrumento que ha usado el escritor. Ahí está el libro detrás del libro, el libro material, el libro que completa la experiencia literaria que no se puede intuir en la superficie. La propiedad táctil, como diría S., que enhebra el hilo de sus días. 

La novela está formada por pasajes aislados, como se forma la memoria, párrafos que narran un momento de la vida de lector de S. En estos se repiten ideas, se forman como en una espiral de recuerdos, como una relectura de la vida de S., donde el narrador decide desde su arbitrariedad qué narrar y en qué orden. La memoria también como un enigma, como la lectura hecha de “señales, remisiones, recordatorios para sí mismo en los márgenes de los libros que no mucho después le resultarán ilegibles”. S. se pregunta si un libro no es para él el regreso a la infancia o, sobre todo, un regreso al momento en cómo se sentía al leer algún libro específico.

El secreto entre los rusos es un texto de apología de la literatura y la lectura. Pero también es la reconstrucción de un personaje que sacrifica mucho por ella aunque mucho de esto es una impostura. Leer es el centro de la vida, sí, pero también es un acto que implica contradicciones y faltas. El milagro de la literatura le parece a S. inconcebible, pero en el fondo, lo intuye, si hay salvación, la lectura lo está salvando. 

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