interZona

Las cosas por su nombre

Por Cristian Vázquez

Plop —el protagonista de la novela— se llama así porque ése fue el ruido que hizo al nacer: cayó sobre el barro. Un caldo de barro le llega hasta las rodillas en el pozo que habita, nos informa ya la cuarta línea de la primera página. ¿Cómo definirlo? Es un muchacho (no llega a ser más que eso) que se abre camino como puede en un paisaje difícil.

Plop —la novela— es una especie extraña de distopía, la descripción de soslayo de un mundo apocalíptico; un apocalipsis argentino, sin una bomba que haya arrasado la faz de la tierra, ni una era del hielo que la haya cubierto de hielo, ni un casquete polar derretido, ni un tsunami la haya tapado de agua. Es, simplemente, tierra de nadie. Sólo puede beberse el agua de la lluvia; la comida hay que robársela a la tierra; ya el epígrafe de la novela nos advierte: “Bebida es agua, comida es pasto, ¿tenés sed de qué, hambre de qué?”. En ese mundo, donde no se conoce la escritura, donde los tabúes deben respetarse con rigidez de hierro, sin embargo, los medios para sobrevivir son los mismos que en el nuestro. Se trata de la “ley del más apto” —que no es la “del más fuerte”, sino la de quien esté más capacitado para aprovechar sus oportunidades, para saber estar en el lugar justo en el momento adecuado: y actuar en consecuencia. El rédito que se extraiga de esas circunstancias define el ascenso a la cúspide del poder, y también la caída al fondo del pozo, desde donde no se ve más que un pedazo de cielo, “a veces gris, a veces negro”. Que la parábola descarnada y trágica de Plop nos recuerde alguna historia conocida, no será pura coincidencia.

El relato reclama ser leído de un tirón. El estilo es austero y artero; los capítulos, breves: no sobra nada, pero tampoco falta. Rafael Pinedo (sus personajes) huye(n) de los lugares comunes y de los eufemismos. El autor construye una novela que es dura por el tratamiento que hace de la realidad: de alguna manera, enseña lo difícil que es llamar a las cosas por su nombre, y soportarlo.

¿Ya leíste Notas de suicidio?: Marc Caellas y un ensayo sobre los últimos mensajes de artistas suicidas