interZona

“Lo inentendible no quita lo bello”

En “La cuadratura de la redondez”, Ariel Magnus rescata a un académico fan de Los Redondos que intenta descifrar las letras del Indio Solari. / Por José Heinz

istobal Colón bien puede ser considerado el primer ricotero de la historia, porque fue él quien descubrió que el mundo es redondo. La anterior es una de las numerosas hipótesis que se desprenden de un ensayo delirante sobre las letras de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, un texto escrito por el filólogo cordobés Atila Schwarzman y posteriormente intervenido y comentado por otros académicos igual de chiflados y ficticios que él, todos rescatados por el escritor Ariel Magnus en La cuadratura de la redondez (Interzona).

Según cuenta la leyenda, Schwarzman tuvo una epifanía cuando asistió por primera vez a un show de la banda que lideraban Carlos Solari y Skay Beilinson, justo aquel 4 de agosto de 2001 en el viejo Chateau Carreras, que la historia recordará como el último que ofrecieron Los Redondos. Después de ese concierto iniciático, y a pesar de haber sido tildado de mufa, el intelectual cordobés se sintió fascinado por el universo abierto que plantean las canciones y decidió meterse de lleno en un análisis sesudo y muy libre de todas sus líricas, misión que quedó inconclusa luego de que la tarea lo acercara a la demencia. Pero todo lo que escribió hasta esa instancia fue rescatado, y eso es lo que nos lega esta obra divertida y extrañísima que publica el autor de Un chino en bicicleta.

Magnus decide trabajar con un género que podríamos denominar como ensayo ficticio o ficción ensayística, en el que replica guiños y tics propios del lenguaje académico (su jerga, su forma de enunciación y de aplicar las citas y las aclaraciones) con una prosa que refleja el humor y cierta alucinación controlada. La cuadratura de la redondez entrega así una mezcla entre los análisis de los fenómenos de la cultura popular y la parodia.

Quiso el destino que pocas semanas después de que el libro de Magnus saliera al mercado, el Indio Solari emitiera un comunicado apuntado a sus “colegas quejosos” donde establece algunas apreciaciones acerca de sus propias letras. Antes de desglosar sus argumentos, Solari utiliza una frase del dramaturgo Bertolt Brecht a la manera de epígrafe: “Quien quiere ver sólo lo que puede entender, no tendría que ir al teatro, tendría que ir al baño.”

–La primera pregunta es obligada: ¿Leíste ese comunicado? ¿Qué te sugirió?
–Lo leí, sí. Lo primero que me sugirió fueron interpretaciones aberrantes. Pensé por ejemplo que en el baño de Brecht hay grifos, y que por lo tanto eso es lo que ve quien va al baño, pero grifos mitológicos, ¿no?, y de ahí su ruta hasta los seres más maravillosos. También pensé que cuando el Indio habla de poesía, en realidad habla de Poe & Cia, o sea del relato policial. Y así. Se ve que los meses que me pasé con Schwarzman me dejaron medio mal.

–¿Cómo surge este ensayo tan particular? ¿Queda en el mundo gente como Atila Schwarzman?
–Este ensayo, que en rigor fue escrito en shorts, surge de años y años de escuchar a Los Redondos y de tratar de entenderlos, en vano. Tengo una novela inédita de casi el siglo pasado con un personaje que los vive citando sin entenderlos, así que al menos desde entonces me ronda la idea de interpretarlos. En cuanto a si quedan Schwarmans en el mundo, no sé cómo interpretarlo. Si es por el apellido, seguramente, aunque más con doble n al final. Si es por “tipos que se enamoran de chicas ricoteras”,  o por filólogos, o por fanáticos de Los Redondos, o por insanos mentales, me temo que también. Así que sí, pongamos que hay muchos Schwarmans en el mundo.

–“La cuadratura de la redondez” parece una respuesta a esos analistas obsesivos de la obra de un artista. ¿La intención fue por ese lado?
–En efecto. Es una sátira sobre la interpretación académica. Trato de repasar en ella todos los vicios de los interpretadores profesionales, de los que aún está por estudiarse si cuentan con alguna virtud. Por eso traté de que se vieran representadas todas las corrientes que conozco de la teoría literaria. A la vez, el libro funciona paradójicamente como un homenaje a la interpretación, pero a la libre, la imaginativa, que se acerca más a la inspiración que a otra cosa. De la poesía no deben surgir estudios, sino más poesía, vendría a ser la moraleja.

–Hay quienes piensan que Solari es un poeta singular y quienes aseguran que sus letras son inentendibles. ¿En qué vereda te ubicarías?
–En ambas, porque lo inentendible no quita lo bello o lo emocionante, dos características que le cuadran a Los Redondos, también musicalmente. Además, el Indio no siempre es surrealista, si no no se podrían hacer remeras y banderas y graffitis con sus versos. Parte de sus letras es irrecuperable, pero otra parte es clara y significativa, y esa es la que se vuelca al resto. Hay como un espíritu de significación que creo que entendemos todos los que lo escuchamos.

Aunque con una metodología diferente, “La cuadratura de la redondez” retoma una idea de “El hombre sentado”, un anterior libro tuyo. En este caso, el material de ‘readaptación’ no parte de una película sino de letras de canciones. ¿Te interesa tomar material de la cultura pop y rearmarlo a tu gusto? ¿Es una buena fuente para tus ficciones?
–Bueno, ojo, ni la película (Canciones del segundo piso, de Roy Andersson) ni el Indio son pop. Uno es alto arte filmográfico y el otro es alto rock. Pop es acaso el gesto de tomarlos y trabajarlos fuera de su contexto, aunque espero que ningún maldito interpretador lea mis libros en esa línea. Lo que me gusta, ciertamente, es trabajar con material ajeno, reinterpretarlo pero con los procedimientos de la narrativa. No es tan distinto a tomar personajes e historias de la vida real, otro de mis vicios (yo tampoco conozco la virtud, por eso puedo interpretar tan bien a los interpretadores). A estos procedimientos los siento como traducciones, digamos. Experimentos de traducción, ponele. Traduccionismo mágico, para que pegue.

–Esta obra, al igual que otras de tu autoría, tienen al humor como uno de sus motores, algo no muy frecuente en narradores de tu generación. ¿Te sentís solo en esa cruzada o considerás que otros escritores argentinos actuales van por ese camino?
–Puede que no seamos muchos los que derrapamos hacia el lado del humor, el humor ecuménico, el humor que no le hace asco al juego de palabras o al tortazo textual, el humor, digamos, “bagayero” (a la ironía más o menos sutil la cortejamos prácticamente todos), pero tampoco es fácil reunir a mi generación alrededor de algún punto en común, tal vez porque las así llamadas generaciones son un invento de los interpretadores. Obviamente que vamos a tener cosas en común por haber sido paridos en años y lugares más o menos cercanos, pero las afinidades literarias se forman de otra manera y tienden a ser transgeneracionales, y en ese sentido no me siento solo.

–¿Cuál es tu canción favorita de Los Redondos?
–Uf, son muchas, y las típicas: La bestia pop, El blues de la libertad, Todo un palo,Un ángel para tu soledad, Juguetes perdidos...

¿Ya leíste Notas de suicidio?: Marc Caellas y un ensayo sobre los últimos mensajes de artistas suicidas