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Los desterrados de Horacio Quiroga

Por Nicolás Ghigonetto / Publicado en 1926 (el mismo año que "El juguete rabioso" y "Don Segundo Sombra"), el libro comprende ocho relatos divididos en dos partes. La primera, con tan sólo uno, "El regreso de Anaconda" se titula “El ambiente”, y, la segunda, con los restantes siete, “Los tipos”.

Desde el comienzo el personaje principal del libro es el destierro. Cobra vida a través del tema y de los personajes en los que se encarna, se entremete en las decisiones y se escabulle entre el paisaje. El primer desterrado es el ambiente. Como el título de la primera parte lo indica, es personaje no por ser una mera introducción o prólogo que narra el lugar en donde vivirán “los tipos”, sino porque es el ambiente el primero en sufrir la condición de desterrado. Desterrado de su soledad, de su comunión con el resto de “los elementos nativos del trópico”. El hombre lo ha invadido y el exilio es inminente, se exila con sequía y falta de hospitalidad a los animales.

El problema es por la originalidad y por la esencia ¿Quién habitó primero aquellas las tierras? Al igual que en Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, flora y fauna son elementos polimorfos e indisolubles. Abundan las descripciones grandilocuentes y se confunden sus cualidades. Las comparaciones son metáforas de la difuminación de los límites entre los unos y el otro. La tierra se animaliza y los animales se zambullen en la hierba hasta hacerse transparentes.

Anaconda no es ajena a esto, vive en el ambiente desterrado, desterrada ella misma de su agua, acobijada por la sequía y exilada por los hombres. Ella está inmóvil, rígida en un mundo de constante cambio. Ella es la única que toma conciencia de ello, conoce los motivos y los culpables, organiza al reino y tiene un plan para hacer que el hombre no vuelva a sus tierras: cuando llueve nada con camalotes hasta tapar el río y hacer que los mensús no perciban su existencia. “Aliados, somos toda la zona tropical. ¡Lancémosla contra el hombre, hermanos! ¡Él todo lo destruye! ¡Nada hay que no corte y ensucie!”, dice en su afán de ganar adeptos.

El segundo relato, el que abre la segunda parte, comienza: “Misiones, como toda región de frontera, es rica en tipos pintorescos. Suelen serlo extraordinariamente aquellos que, a semejanza de las bolas de billar, han nacido con efecto. Tocan normalmente banda, y emprenden los rumbos más inesperados”. Tras la imagen se da paso a una enumeración corta de personajes particulares que poblaron la zona: Juan Brown, Sidney Fitz-Patrick (¿pariente de la del programa de Lanata?) y los dos personajes centrales Joao Pedro y Tirafogo. Todos los personajes mencionados no pertenecen a estas tierras pero las habitaron, son desterrados de sus pagos pero guardan la condición de primerizos aquí y eso los hace más nativos que pobladores posteriores; existe la misma relación que se dio en Perú entre los señores andinos y los incas. Tirafogo y Joao Pedro son brasileros que se criaron allí y tienen la ley heredada de los jesuitas impregnada en su sangre: no se desobedece a los patrones y se trabaja hasta el agotamiento extremo.

Quiroga crea una teogonía misionera. Sus primeros pobladores, brasileños en su mayoría, sucesores de los jesuitas, violentos y aceptables como los tipos de gauchos de Sarmiento, forjan la patria y matan en su ley, la ley de la fundación. Pero el destierro también les llega a ellos. Les llegó al instalarse en la región y les llega porque la región es repoblada y trae nuevos cambios: “Ahora el país era distinto, nuevo, extraño y difícil. Y ellos Tirafogo y Joao Pedro, estaban ya muy viejos para reconocerse en él”. Joao Pedro es viejo, no puede matar para sobrevivir, no tiene el poder de desafiar a sus patrones para inventar y transgredir, siente que los nuevos ya no incorporaron al asesinato como transgresión porque la ley que prohíbe la desobediencia no existe. “Las costumbres, en efecto, la población y el aspecto mismo del país, distaban, como la realidad de un sueño, de los primeros tiempos vírgenes, cuando no había límite para la extensión de los rozados, y estos se efectuaban entre todos y para todos, por el sistema cooperativo, no se conocía entonces la moneda, ni el Código Rural, ni las tranqueras con candado…” es por esto que deciden marcharse y desterrarse otra vez. Aunque este destierro fue un entierro.

Cabalgan a su tierra natal, alucinan, sienten la muerte en un espejismo producido por sus ojos, se hablan desde el más allá, uno en la tierra y otro a los lejos, los dos en la montaña, abajo sus pagos, en sus conciencias, la muerte. Cabalgaron hasta su hogar y murieron. No había lugar allí, seguro también mutó su aldea.

La extranjerización es un problema del libro y de la región. Los desterrados se anticipa a “Noches de Cocaína” de Ballard. En este, el turismo inglés de un pequeño poblado de la costa española transforma las costumbres conservadoras con televisión, inflación e inseguridad. Sin esos motores el cambio terminaba siendo absorbido por las tradiciones y la quietud del poblado. Con sacudidas mediáticas y shocks sociales, el mundo es más propicio a un vértigo propio del consumo y el progreso. Misiones nada en el presente de Quiroga y hace la planchita en el futuro de Ballard. La teogonía que forjó el lugar, que ensució por primera vez la selva y manchó la humedad, deberá desterrarse y empolvarse en el paso irremediable del tiempo e imponerse a sí mismo una y otra vez el cambio, cada vez más rápido, en lo posible.

Quiroga fue un desterrado y lo es ahora también. De Salto y de San Ignacio. Pocas cosas quedan de él en la réplica de su casa. Sólo algunas herramientas. Todo ha sido trasladado y hay más pertenencias en Resistencia, Chaco (lugar que habitó en un período corto) que en tierras misioneras. Esto, probablemente, a la no muy buena imagen que el poblado tiene de él. Pero estoy seguro que, de vivir, volvería a zambullirse en estas tierras subtropicales, pues, igual al personaje que fue hasta el lugar a ver las ruinas y se quedó veinte años, se pondría un local de venta de celulares en Paraguay y cruzaría a Ciudad del Este o Encarnación a comprar dólares.

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