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November rain

Por Valentina Vidal

Gustave Flaubert nació en 1821 y murió en 1880 a la edad de 59 años.  Considerado uno de los novelistas más importantes de la historia, autor de Madame Bovary, Salambó, Tres cuentos (que incluye “Un corazón sencillo”); hizo enormes aportes a la literatura incorporando la técnica del estilo libre indirecto, dándole una enorme flexibilidad a la prosa. Famoso por ser el buscador de la palabra exacta, Flaubert se caracteriza en sus grandes obras, por carecer de adjetivaciones y de imágenes con una rigurosidad religiosa.

Dicho esto, me encuentro con Noviembre, fragmentos de un estilo cualquiera (Interzona, 2016). Traducida por Matías Battiston, se basa en la edición publicada por Luis Conard en 1910, y respeta (tal como señala la nota al pié del traductor en su primera página) la puntuación tentativa del original, nunca corregido para la imprenta por el propio Flaubert. 

Escrita a la edad de veinte años y publicada después de su muerte, esta novela iniciática en primera persona, narra en su primer fragmento, las reflexiones abatidas y caóticas de un joven que atraviesa el despertar sexual y amoroso en una búsqueda hiperbólica por encontrar una mujer a quien amar. “¿No están ustedes tan cansados como yo de despertarse todas las mañanas y ver otra vez el sol? ¿Cansados de vivir la misma vida, de sufrir el mismo dolor? ¿Cansados de desear y cansados de hastiarse? ¿Cansados de esperar y cansados de tener? ¿De qué sirve escribir esto? ¿Para qué seguir en el mismo tono quejoso, con el mismo relato fúnebre? Cuando lo empecé, sabía que se trataba de una bella historia, pero a medida que avanzo, las lágrimas me caen sobre el pecho y me ahogan la voz”.

En lo que podría señalarse como el segundo fragmento de Noviembre, Flaubert se encuentra con Marie, una prostituta que también carga con aquella melancolía de lo imposible, muy similar a la del narrador y sospechosamente autobiográfico. En este encuentro amoroso, narra las desventuras que llevaron a Marie a tener una vida miserable y solitaria,  pero al margen de lo peculiar de encontrarme con una prosa poblada de adjetivos y de sensibilidad romántica, llama la atención dado el contexto de época, que la mujer se presente como dueña de su deseos y elecciones, tanto en lo sexual como lo amoroso, lo que me lleva a pensar que ya el joven Flaubert, conocido por su mirada irónica hacia las clases altas, su asco hacia la burguesía y a las injusticias de género, estaba ya en la búsqueda de aquella voz que tantos problemas le trajo en su tiempo: “En la iglesia, miraba al hombre desplegado sobre la cruz, y le enderezaba la cabeza, le rellenaba las costillas, le coloreaba todos los miembros, le abría los párpados; después de arreglarlo, ante mi quedaba un hombre atractivo, de mirada fogosa; lo desprendía de la cruz y lo hacía bajar hacia mí, sobre el altar, el incienso lo rodeaba, él se abría paso entre el humo, y a mí se me estremecía la piel de puro deseo”.

Sin embargo en el tercer fragmento, vuelve a la reflexión pesimista, solo que un poco más podada y taciturna, tal vez por estar ya desencantado de su propio texto, que posteriormente Flaubert desecharía de publicar, y que nos deja con la sensación de que esta novela fue escrita a mano suelta, en una suerte de búsqueda, de ejercicio de Flaubert versus Flaubert, en un esfuerzo por dominar y educar una voz que comenzaba su camino hacia una de las obras más importantes de la historia como lo fue Madame Bovary.

El manuscrito se detiene y comienza el prólogo, como una especie de mapa íntimo de Gustave Flaubert, —tal vez rindiéndole honor a ese narrador omnisciente que sabe lo que siente y piensa su personaje—, donde se nos revela un hombre obsesivo, capaz de pedir que al morir le abran el cuerpo, por miedo a ser enterrado vivo.

De Noviembre me queda la belleza de un universo en potencia y la  reflexión acerca de las obras póstumas, de los escritos encontrados y de cuánto nos enseñan del trabajo de un autor por pulirse y formarse previo a la publicación, dejando como resultado —en el caso de Flaubert— un antes y un después en la historia de la literatura.

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