“Me trajeron siete discos de los Redondos. No comprendo nada de lo que cantan. Siento que tienen un misterio que hace que tengan como una logia. Creo que son un mito porque son desconocidas las cosas que cantan: el día que se deshaga palabra por palabra lo que cantan se va a terminar el mito.” Mercedes Sosa presagió con este análisis la tarea fina de Atila Schwarzman, un filólogo obsesionado con develar la verdad absoluta detrás de las letras de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. El intelectual, que quedó deslumbrado con “el pogo más grande del mundo” el 4 de agosto de 2001 en el estadio Chateau Carreras, de Córdoba, acaba enloqueciendo en el intento, como no podría ser de otra manera. Pero su minucioso análisis de una buena parte del corpus solaris –como él lo llama– llegó a plasmarse en un extraño libro publicado por Interzona, La cuadratura de la redondez, interpretación anotada de las canciones de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
Schwarzman es un personaje inventado por Ariel Magnus, que en esta ocasión escribe desde dos aristas que se cruzan en el humor: su fanatismo por los Redondos desde los 13 años y su desprecio por algunos vicios de la academia, de la que huyó despavorido. La cuadratura... tiene la estructura de un ensayo: el texto original del filólogo cordobés de 44 años se le presenta al lector intervenido por una serie de personajes tanto o más enfermos que él por desentrañar los significados del Indio Solari. La locura de Atila se va desatando progresivamente, a la par de que sus estudios se empobrecen: primero palabra por palabra, luego interpretaciones “holísticas” de los discos y, finalmente, microanálisis que no dicen nada. Sin embargo, el teórico tuvo sus momentos de lucidez: descubrió, por ejemplo, que “Pierre el vietricida” aconseja el uso de preservativos, que “Semen up” es una oda a la imaginación o que “Aquella solitaria vaca cubana” está dedicada a Pablo Milanés.
“La poesía del Indio es mi excusa para hablar de la academia. El mío es más un libro sobre la interpretación de la literatura que sobre Los Redondos”, explica el autor. Magnus no es de los que creen, como Schwarzman, que las canciones ricoteras encierren una verdad acabada: de allí que piense que el mito del que hablaba Sosa no pueda romperse nunca. Y de allí, también, el tipo de abordaje que eligió. “Si hacés este trabajo con un texto antiguo y enloquecés porque algo no te sale, te entiendo. ¡Pero a mí a veces no me salía hacer una interpretación falsa de los Redondos que nadie me estaba pidiendo!”, compara. “El tipo que hace una interpretación seria y está trabado tiene más problemas que yo: cree que cuando se destrabe va a haber hecho algo interesante. Y en general no es así”. Eso era lo que pensaba para seguir después de la frustración.
–Las letras de Los Redondos son un terreno sagrado para sus seguidores. ¿Sintió que el suyo era un libro jugado?
–Era realmente peligroso, más que meterse con el fútbol. Escribí un libro sobre fútbol desde el humor, pero ahí tenía el antecedente de Fontanarrosa. Además, el fútbol no es un terreno serio, Los Redondos sí. Y las letras ni hablar. Tenía miedo y por eso lo retrasé bastante tiempo. Me gusta tratar temas serios a la luz del absurdo a ver si sale otra cosa. Si no tomás el riesgo, no surge nada nuevo.
–¿La creación de un personaje que analice en lugar de hacerlo usted fue un refugio ante el miedo?
–Si hubiera querido esconderme, podría haber publicado el libro con un seudónimo tipo “Patricia Reina”. De hecho, iría más de la mano con el espíritu redondo. La creación del personaje es una manera de alejar un paso el análisis para que leas que es una ficción. Al principio la idea era hacer un análisis crudo, pero no se entendía desde dónde lo estaba haciendo. Quería hacer muchas interpretaciones distintas para cada canción que estuvieran en el mismo nivel. Después me di cuenta de que no se sostenía, porque hacer una interpretación de una letra del Indio no es fácil ni en serio ni en joda. Pero bueno, sí, admito que también fue una forma de esconderme.
–¿Y por qué no usó un seudónimo si eso iba de la mano con la mística ricotera?
–Ese gesto me parece tan fuerte que no me animo. Además, hacer un espejo con la idea redonda es ir en contra de la idea del libro que era encarar el fenómeno desde un punto de vista que no es redondo. Ni el libro ni Atila son ricoteros en el sentido clásico. Las letras se analizan desde un punto de vista que no es el que pide el Indio.
–¿Qué tipo de lector se imaginó al escribirlo? Muchos fanáticos están despotricando en los foros...
–Bueno, esos fanáticos son los que no lo leyeron. El tipo de lector tiene que importarle al editor, no a mí. Es probable que el libro le interese a un ricotero fierita, al clásico. De cualquier manera, mi utopía es que lo lea también aquel al que no le gustan mucho los Redondos, y que después empiecen a gustarle.
–Poco después de que salió el libro, el Indio dirigió un comunicado a los “colegas quejosos por no entender las letras”, en el que resaltó el costado emocional de la poesía. ¿Qué sintió cuando lo leyó?
–Guido, el editor del libro, me dijo: “El Indio salió a contestarte”. No sé por qué el Indio salió a decir eso. Al pedo, no tiene que decir nada. No hay una explicación sobre las letras, y la que pueda dar el Indio tampoco es una. Si dice “la vaca cubana es mi suegra”, no le creo.
–Además de una evidente crítica al mundo académico, ¿su libro se queja de la intelectualidad que insiste en abarcar fenómenos que pasan más por el lado la pasión?
–La academia me espantó, por eso me burlo de ella. La sátira se podría haber construido desde otros textos, pero me gustaban los del Indio porque la academia nunca los va a analizar. Bah, quizá ya lo hizo, la academia termina haciendo todo. No es que creo que esto no deba ser analizado, ¡creo que nada debe ser analizado de esa forma!
–¿Qué es lo que tanto le molestó de la academia?
–No podría contestarle eso. Fue todo... Directamente me fui. Lo que hay detrás del libro es que la única interpretación posible es cantar las canciones. No hace falta sentarse y analizarlas. Las cantás y ya las estás interpretando. Esa es la magia. La poesía está más cerca de la inspiración irracional que de un análisis filológico. Esos contrastes generan humor. Me encanta la interpretación verdadera y personal porque se acerca a la inspiración. Es muy distinta a la científica y es la única que vale.
–Está claro que el libro es de humor. Pero no le faltan datos reales e interpretaciones que parecen verosímiles hasta que “derrapan”, como eso de que “La bestia pop” remite al cine. ¿Fue consciente de ese collage?
–La idea era no estirar los momentos serios: con un análisis de ese estilo me caigo del aburrimiento o de la indignación. Encararlo desde el absurdo es una forma de dejar la pureza de los versos. Atila no los toca. Agrega una visión más a todas las que hay, demuestra que la poesía del Indio se banca incluso un ataque académico en joda. Un tipo de seguridad de una radio a la que fui me dijo que para él “La bestia pop” hablaba de Bonavena y que era la única interpretación posible, porque a él le decían “Bestia” y “Caballo”. No sé de dónde sacó eso. Sólo entendió lo que había querido hacer con mi libro cuando pensó en Capusotto. Y puede ser que el libro tenga algo del espíritu del faso, en el sentido de que Schwarzman delira y sobreinterpreta. Sin embargo, no relaciona casi nunca las letras con el faso ni con la droga en general. La idea era no ir por ese lado, que era el fácil.
–¿Usted y Schwarzman son de los ricoteros que detestan a Soda Stereo?
–Algún cassette tengo. No los odio, aunque canté en contra de Cerati, obviamente. Quería ponerlo en el libro pero mi hermano, que es musicólogo, no me dejó.