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Acá el tiempo es otra cosa

Acá el tiempo es otra cosa no es un libro para leer de corrido, no se devora, hay que descansar del impacto de cada texto. Nos deja perplejos de posibilidades ante un mundo que seduce, perturba y no termina de mostrarse.

Dieciocho cuentos conforman este libro, ganador del Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2013. Es arriesgado compilar tantos textos en un mismo volumen, sin embargo; cada uno de ellos tiene un sello de garantía: son inolvidables.

La marca indeleble en la memoria que deja Acá el tiempo es otra cosa se produce por el manejo equilibrado entre el horror y la belleza: lo siniestro. Es así como Eugenio Trías (1942-2013) en su ensayo Lo bello y lo siniestro llamó al punto exacto de oscilación entre lo que se manifiesta y lo que debería permanecer oculto. Un concepto fronterizo y relativo, que actúa bajo la forma de ausencia, velado y que si se devela amenaza con romper el efecto estético. Downey lleva a los lectores a sentir el vértigo de transitar ese límite.

El tiempo que aparece en el título no es abordado únicamente como período, como lapso o como duración sino también como fenómeno climático extraño. En “La nube”, el cuento que abre el libro, están condensados los dos sentidos. La espera de la lluvia que lleva a la locura se cuenta a través de la humedad, que marca el paso del tiempo. La propuesta de atmósfera inquietante, entonces, está manifiesta desde el inicio. Más allá del recorrido por diferentes tonos, el pacto con el lector queda sellado con este primer cuento.

Sigmund Freud (1856-1939), en su ensayo Lo siniestro, sugiere un inventario temático de circunstancias en las que se produce esta cualidad sensitiva:

-Cuando lo real asume enteramente el carácter de lo fantástico. En Acá el tiempo es otra cosa hay textos en los que el absurdo se acepta con naturalidad: en cuentos como “Covayo” -que es una versión urbana, adulta y oscura del relato fantástico de las habichuelas mágicas- un caballo nace de una semilla, en “Astronauta” un hombre flota en el techo porque la gravedad no lo afecta, en “Mamá” una madre se hace cenizas de pronto mientras una alarma suena y las fotos en loop en la televisión siguen como si nada hubiera pasado. La perplejidad ante la muerte, ante la sorpresa del cuerpo propio que no se reconoce, ante fenómenos naturales inexplicables es contada sin solemnidades y lo fantástico tiñe lo real y rápidamente se naturaliza.

-Cuando aparece la duda de que un objeto sin vida esté en alguna forma animado. El cuento “Araña” es un ejemplo de esto. Una chica calca a través de la ventana un cartel que está en la calle y la publicidad parece cobrar vida.

-Cuando se repite una situación en condiciones idénticas a la primera vez en que se presentó, un genuino retorno de lo mismo. En el cuento “Lobos” se propone una vuelta al pueblo de origen, el personaje ha vuelto modificado y ese regreso sugiere cierta familiaridad muy placentera respecto a lo que se vive, pero a la vez cierto efecto mágico de detención del tiempo ya que todo en Lobos permanece intacto.

-Cuando lo siniestro conduce al sujeto a la fuente de los temores y deseos que lo constituyen en sujeto: temor a la castración, al decir de Freud, temor al deseo de castrar al rival. “Mirko” comienza con una lista que trae un personaje mudo. Una lista que lo define a falta de lenguaje para definirse él mismo lo condena a la cosificación. Tal vez una metáfora del fraude de la identidad. El personaje del narrador siente la castración y a la vez el temor al deseo de castrar al rival (al que ama) cuando Mirko adquiere un modo de comunicarse y se constituye como sujeto.

-Cuando lo fantaseado o deseado, pero en forma oculta, velada y autocensurada se produce en lo real. “Alejo” es uno de los más fuertes e intensos ejemplos del libro aquello sentido y presentido, temido y secretamente deseado por los personajes, se hace, de manera súbita, realidad.

– Cuando hay imágenes que aluden a amputaciones o lesiones de órganos especialmente valiosos y delicados del cuerpo humano, órganos muy íntimos y personales. Para ejemplificar este punto cito “Los ojos de Miguel”, que cumple con varios de los ítems planteados por Freud acerca de lo siniestro: “Podría decir que fue la vez en que Esther, que observaba desde la puerta, agitada e inquieta, me puso una pinza en la mano. Y la vibración, amplificada dentro del cráneo de Miguel, cuando le arranqué el primer diente. Pero la verdad es que cada noche se sentía como la prolongación natural, lenta y silenciosa, de algo que venía sucediendo desde siempre. Eso era lo más terrible: no poder parar. El problema era lo que éramos, lo que evidentemente habíamos sido siempre”

El autor no tiene temor de retratar descarnadamente los tabúes que se tejen alrededor de la discapacidad, la sexualidad en la infancia, el abuso, los deseos, los miedos más ocultos. Pone en la superficie situaciones que nos arrastran y nos obliga a retirarnos justo a tiempo. La atinada falta de reflexión de los diversos narradores sobre lo que acontece genera preguntas incómodas. El ejercicio íntimo de preguntarse y responderse nos pone frente al vértigo de nuestra propia moral y limitación.

La cara de lo familiar, de lo amable, de lo ya conocido se muestra extraña desde el principio. Cuando llegamos a descubrir el universo de cada uno de estos cuentos, ese universo ya está distorsionado. La normalidad no es una utopía porque la rareza se ha naturalizado.

Tomás Downey maneja estrategias que van desde construir atmósferas opresivas, hilvanar con ambigüedad y destreza lo real de los personajes y posibles alucinaciones, naturalizar situaciones insólitas, economizar el lenguaje para contar los argumentos de manera cercenada, etc., así logra una estética propia que se caracteriza por bordear los límites de lo narrable.