Downey es guionista y escritor. Los dieciocho relatos que componen Acá el tiempo es otra cosa, editado por Interzona, hacen gala de esa dualidad de oficios en escenas narradas con precisión que le dan- a quien recorra sus textos- la cualidad de sentirse espectador, como suele ocurrir con la prosa de Stephen Dixon.
"La abuela María, la tía Susana y sus dos hijas-Julia y Raquel- papá, Laura y yo. Todos sentados a la mesa. En el centro hay dos tuppers, son del mismo juego. En uno las cenizas, en otro las empanadas que trajo la abuela", escribe Downey en el cuento "Mamá" y pone a los personajes como en un set.
También hay matices en los ritmos- una trama que no puede sostenerse en tensión permanente- con altibajos entre historias y oralidades; algunas más acabadas, otras más inciertas, otras casi perfectas como "Gutierrez" y la visualización, al mejor estilo Goya, de Saturno devorando a su hijo.
Mariana Enríquez, quien fue parte del jurado que premió al autor, destacó el "realismo brutal" y "lo raro" en la prosa de Downey como "una especie inquietante que esconde una vaga amenaza, que deja al lector entre el asombro y la molestia". Es una posibilidad, aunque cierra más la idea de una prosa exultantemente visual y dúctil; sosteniendo el asombro no así tanto la incomodidad.
No hay una búsqueda de una cosa por otra en la prosa —más allá del título que no teme afirmar Acá el tiempo es otra cosa— sino de narrar a través de los ojos de los personajes y de hacerse cargo de la dualidad confusa y perversa entre lo increíble y lo creíble.
Los cuentos juegan con lo fantástico y con las ironías de lo posible que muchas veces nos llevan a lecturas previas. Por ejemplo, "La nube" que nos recuerda a Stephen King, aborda la simbiosis con la naturaleza y una idea de un irse que se repite en "Lobos" y continúa en el levreriano "Cavayo" sin la carga sexual de "Capítulo XXX" pero con el espíritu de las tensiones que germinan. O en el cuento "Mirko" puede hallarse ese misterio del jardinero Chance de Kosinski.
"Una historia de amor" sorprende en su manejo de planos como un iceberg; en ese relato Downey plantea desde el comienzo "todo era cuestión de elegir creer o no" y nos trae a una crítica literaria y el romance con un escritor no muy convencido de su prosa. El lector se va a encontrar con tres planos en los que la realidad del cuento - nuestra ficción- pasa a transformarse en una posible ficción de uno de los personajes que termina chocando con la realidad del relato- una vez más, nuestra ficción.
Los dieciocho cuentos breves se desarrollan en diversos escenarios poniendo en juego la idea de centro, de interior, lo público, lo privado, el ser y el ser para el que dirán, generando una amplitud de historias que funcionan de principio a fin en un tiempo que vuela entre sus páginas; como una sucesión de cortos proyectados y con posibilidad de repetirse en la memoria del lector.