interZona

Ariel Idez: “Tal vez al presentarlo, el libro ya no esté ahí”

Las presentaciones de libros son eventos de socialización de la escritura y una demanda o pedido del amor último que se profesa cuando uno lee. Por todo esto, suelen ser redundantes, cuando no directamente estridentes, y generan hoy mucho rechazo y también mucha adhesión. Como en cualquier evento social las presentaciones de libros tienen un fino rasgo siniestro si se lo sabe buscar. En Elogio de la pérdida (y otras presentaciones), editado ahora por Interzona, Ariel Idez convierte esa incomodidad, esos restos de vida mundana, en historias llenas de ironía, y nos ofrece compilado en un libro eso que escuchamos cuando vamos a una presentación, y también su parodia. El narrador será, entonces, el mismo presentadora imposibilitado de hacer otra cosa que no sea presentar y el libro nos recuerda a otros experimentos de invocación barroca como los prólogos de Borges -y su Almotásim-, las reseñas de libros que no existen de Lem, Las ciudades invisibles de Calvino y el reciente y a la vez espeluznate y genial Las redes invisibles de Sebastián Robles. Pliegue sobre pliegue, entre lo apócrifo y lo real amenazante, Elogio de la pérdida (y otras presentaciones) se detiene en nuestras prácticas literarias actuales, no como un manual de excesos, voluptuosidad y pifies, aunque a veces lo parezca, sino como una ligera obra de varieté inteligente, espejo final en el que alguno o todos los personajes grotescos nos recuerdan a nosotros mismos y a los que nos rodean.

Sé que te tocó presentar libros alguna vez. ¿Cuánto de vos hay en el presentador/narrador del libro?

Sí, presenté unos cuantos libros. De hecho escribí gran parte del libro tras un año (el 2011) en el que presenté muchos y creí haber pescado ciertas reglas del género, una gramática que pensé que podría aplicar a la ficción. De todas formas traté de convertir al presentador en un personaje autónomo, con su propia personalidad, capaz de hacer y decir cosas que yo no haría ni diría. Por eso, lo puse a presentar un libro mío, para tratar de romper esa identificación entre el presentador y el autor del libro. Otra cosa curiosa es que después de escribir el libro fui presentando cada vez menos, (el año pasado presenté un libro, este año, ninguno), como si la escritura del libro me hubiese liberado de esa función.

¿Cuál fue la mejor presentación a la que fuiste? ¿Cuál fue la peor?

El día que presenté mi libro sobre la revista Literal en la Fundación Descartes, me lo presentaban Osvaldo Baigorria, Germán García y Ricardo Strafacce. El auditorio estaba repleto, los presentadores geniales, venía todo muy bien, hasta que llegamos al momento de las preguntas y descubrí que entre el público esperaba, agazapado, Luis Thonis (que había formado parte de la revista) para cobrarse cuentas del pasado. Empezaron a discutir con Germán García y pasaron cinco minutos, diez, veinte (en mi cabeza muchos más). “Chau, la presentación se fue al carajó”, pensé en ese momento; y puede que así fuera, porque se hablaba de cualquier cosa menos del libro. La intervención salvaje de Thonis llevó las cosas, literalmente a otro lado. En el momento pensé que era un desastre (y puede que lo haya sido) pero hoy recuerdo el episodio como uno de esos acontecimientos irrepetibles. Esa fue, al mismo tiempo, la mejor y la peor presentación a la que fui. La relación entre el género “presentación” y el título del libro da para muchas especulaciones.

¿Puede leerse como una ironía que señala que todo momento social es un momento perdido para la lectura?

No lo había pensado de esa manera, pero puede que así sea. Por otra parte, creo que las presentaciones son, entre otras cosas, una escenificación de la lectura. El anhelo de todo escritor es ser leído y el presentador ocupa el lugar del “primer lector”. Creo que ahí también radica la importancia de las presentaciones: si acordamos en que un libro existe no sólo porque se materializa sino porque alguien lo lee, el presentador, con su lectura primera y ritual, prueba la existencia del libro. Por otra parte, la del presentador es una lectura “ideal”, una lectura soñada por el autor (en el sentido en que es una lectura que ensalza las virtudes y omite los defectos). Por eso me parece que la presentación está encabalgada entre el último acto de ensoñación del autor (escribir un libro, que alguien lo lea y que le guste) y el primero real (el libro existe y alguien ya lo leyó). Además, se supone que el presentador debería contagiar ese entusiasmo en el público para que no sólo adquiera el libro (algo muy probable si acudió a la presentación) sino que además lo lea. Por eso creo que se pueden trazar varios vínculos entre lectura y presentaciones.

Elogio de la pérdida ya no puede ser presentado porque de alguna manera ya está siendo presentado en el mismo libro. Pero al mismo tiempo siento que, después de leerlo, ya no es posible hacer presentaciones de libros de ningún tipo. ¿Cómo sería la presentación correcta del libro que ironiza las presentaciones?

Se me ocurre que no hay modo de presentar “correctamente” este libro. Aún así, lo presentamos. Tal vez sea como esa anécdota de Blanchot, que no festejaba sus cumpleaños, pero sus amigos se reunían igual, sin él, para homenajearlo: es el poder del ritual. Tal vez al presentarlo, el libro ya no esté ahí; haya logrado ausentarse. De todos modos, en un plano mucho más mundano, aclaro que me gustan las presentaciones: me gusta presentar y ser presentado. Me gustan tanto que escribí un libro sobre el tema. En general escribo a partir de cosas que me gustan, sucede que al abordarlas las llevo a un punto de extenuación, las agoto, no tengo muy claro por qué; tal vez sea para obligarme a hacer otra cosa después, para no gestarme una fórmula que pueda volver a usar en otro libro (pero esto es una conjetura, apenas).

Por Juan Terranova