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Belleza, inteligencia e insumisión: un vistazo al fascinante mundo de las flores

Un nuevo libro del colombiano Efrén Giraldo y una reedición centenaria del Nobel belga Maurice Maeterlinck proponen volver a mirar detenidamente esos misteriosos artefactos que produce la naturaleza Por Luciano Sáliche

Cuando las cosas nos exceden les inventamos una simbología. Ocurre con el amor, ocurre con el dolor, y también con las flores. La belleza que nos provee la naturaleza es inconmensurable. Germinar una semilla, plantar el brote en la tierra, regarlo con regularidad, ver crecer el vástago y, de pronto, así, sin más, el milagro: la floración. Hay algo fascinante en ese arco narrativo, algo que nos habla en un idioma imposible. “El lenguaje de las flores y de las cosas mudas”, decía Baudelaire. ¿Qué clase de pulso late en ese misterioso artefacto de colores tajantes? ¿Qué dice de nosotros, del mundo que habitamos y de aquello que persiste en el incierto porvenir?

Meses atrás, en 2013, se editaron dos libros que proponen volver a abordar este tema universal. El primero es del escritor colombiano Efrén Giraldo: Sumario de plantas oficiosas. Un ensayo sobre la flora, publicado por Ediciones Godot. El segundo es el Nobel de Literatura Maurice Maeterlinck: La inteligencia de las flores (y otros ensayos florales), publicado en 1907 y reeditado por interZona. Uno desde el diario, otro desde el inventario; uno desde el anecdotario, otro desde el naturalismo; ambos libros se dejan fascinar por las flores sin sucumbir ciegamente ante ellas. Porque ante todo, respeto: frente a la belleza, reverencia y distancia.

“Este mundo vegetal que vemos tan tranquilo, tan resignado, en que todo parece aceptación, silencio, obediencia, recogimiento, es por el contrario aquel en que la rebelión contra el destino es la más vehemente y la más obstinada”. Esa línea está en una de las primeras páginas de La inteligencia de las flores (y otros ensayos florales). Publicado por primera vez en Francia en 1907, no es el primer libro de Maurice Maeterlinck. De hecho, para entonces tenía ya 45 años, una docena de títulos publicados y una carrera distinguida, no solo como ensayista y poeta, también como dramaturgo: era el principal exponente del teatro simbolista.

Nació en Gante, Bélgica, en 1862, estudió abogacía y a los 24 años arribó a París donde cultivó el simbolismo en su etapa embrionaria. Capaz de escribir versos como este: “Creo que los cisnes han incubado cuervos / apenas se puede ver a través de la humedad”, Maeterlinck construyó una obra diversa y compleja y en 1911 recibió el Nobel. En La inteligencia de las flores, hay naturalismo, una sintaxis tajante y una sensibilidad claroscura. Aún fascinado, le otorga a la flora características erráticas (”es preciso no haberla estudiado mucho para afirmar que la naturaleza no se equivoca nunca”) y la define como un “peligroso ejemplo de insumisión”.

En el prólogo, Gustavo Wilches-Chaux dice que estamos frente a “uno de los libros sagrados de ese nuevo paganismo panteista que identifica a Dios con la naturaleza” y que Maeterlinck, citando a Edward Thomas, es “el primer místico en aparecer en la era de la ciencia”. Esta definición se pone de manifiesto cuando el belga escribe, con soltura y en simultánea densidad, que “las ideas acuden a las flores de la misma manera que se nos ocurren a nosotros. Tantean en la misma oscuridad, encuentran los mismos obstáculos (...) luchan como nosotros, contra una gran fuerza indiferente que acaba por ayudarlas”.

La pesquisa literaria

Efrén Giraldo —doctor en Literatura, narrador, curador y profesor e investigador de la Universidad Eafit— nació en Medellín en el año 1975 y, como todos nosotros, atravesó la pandemia del Covid-19 con el sabor de la perplejidad en la boca. Lo que hizo en ese tramo de la historia reciente fue escribir un ensayo. No fue el primer libro que publicó; este es al menos su sexto título. Lo hizo desde un lugar de familiaridad: tiene su propio jardín y proviene de una familia de campesinos. Es una “pesquisa literaria”, pero “las flores son más que nombres o símbolos y pasan a ser realidades vivas y vividas”, escribe.

“La idea de empezar este libro sobre las plantas y la conciencia surge el día del aniversario número setenta y cinco del bombardeo en Hiroshima, el 6 de agosto de 2020. Un reportaje de la BBC que me envía una amiga recuerda que varios árboles sobrevivientes siguen floreciendo, algunos inclinados hacia el epicentro, como si aún quisieran señalar la herida de la iniquidad”. Así comienza Sumario de plantas oficiosas, donde el autor va y viene por registros y tonos: toma retazos noticiosos, retoma alguna manual de historia, recurre a una anécdota personal, mira el jardín, relojea su biblioteca y escribe frente a nosotros.

Fascinación y consuelo

“El verdadero y gran milagro empieza donde se detiene nuestra mirada”, escribe Maeterlinck y cambia el enfoque: la naturaleza existe pero lo fascinante empieza cuando la miramos, cuando la descubrimos, cuando aparece la belleza, la incomodidad o el desconcierto. El escritor belga decidió subrayar la palabra inteligencia cuando estudió el proceso de polinización de las orquídeas, porque “supera a todas en el arte de obligar a la abeja, o a la mariposa, a hacer exactamente lo que ella desea, en la forma y el tiempo prescritos”. Al salir de la flor, “tenemos, pues, al insecto coronado con dos cuernos rectos, en forma de botella de champaña”.

También se fascinó con las semillas que, dice, son indigestibles: “No hay semilla que no haya inventado algún procedimiento particular para evadirse de la sombra materna”. Y construye esta imagen: “El pájaro vuela y devuelve poco después, tal como la recibió, la semilla desembarazada de su vaina y dispuesta a germinar lejos de los peligros del lugar natal”. Su conclusión es que “sus medios de seducción y sus gustos estéticos se parecen mucho a los nuestros”, aunque “sería más exacto afirmar que los nuestros son semejantes a los suyos” porque “no es seguro que hayamos inventado una belleza que nos sea propia”.

Giraldo recuerda que las plantas no son un escenario inmóvil que “carece de historia” ni una “exterioridad vergonzante”: “El pino que veo a través de la ventana del estudio no tendría por qué estar aquí, ni tampoco un eucalipto, venido de Europa quién sabe cuándo. No tendrían que estar con nosotros ni hacernos sombra sobre el alero de nuestra casa (...) Han viajado a través de medios prácticos -comercio, lujo- y de rutas que forman los caminos siempre impredecibles del símbolo, la escritura y la imagen. Los animales hemos llevado plantas de un lugar a otro, contribuyendo así a la transformación del mundo ‘primario’”.

También recuerda que además de un bonito regalo, pueden ser un consuelo. Cuando condenaron a Albert Speer, el arquitecto de Hitler —”hoy en día goza de la equívoca fama de ser una especie de ‘nazi bueno’”—, a veinte años de cárcel por crímenes contra la humanidad, se le concedió la posibilidad de cultivar plantas en el vivero del penal. Escribió un diario que luego fue publicado en dos partes. “Supuso un gran éxito editorial en su momento”, cuenta el autor. ¿Eran esas flores una posibilidad de evasión ante el justo encierro o, por el contrario, el amargo recuerdo de su contribución a privar de toda belleza a millones de personas?

El ojo del poeta

La Thunbergia es una flor bellísima. También llama ojo del poeta, es originaria de África, se instaló en las zonas tropicales de América por la mano del hombre. Allí es una planta exótica invasora que, según dicen los expertos, pone en peligro la biodiversidad ya que al reproducirse con tanta intensidad altera el hábitat y ejerce presión sobre las especies nativas. Pero no hay dudas: la Thunbergia es una flor bellísima. Observándola de cerca, Giraldo —que confiesa haber soñado con escribir un libro titulado “Diario del ojo del poeta”— dice: “La caja de Pandora es realmente una cápsula vegetal”.

“El tipo de dispersión de todas estas plantas”, agrega, “parece ponernos en guardia frente a las implicaciones bélicas de un impensado y en principio minúsculo ejército de esplendor indeseable. La mucha belleza, los dones indeseados, su pródigo y mortal abrazo figuran como uno de los tópicos centrales de la literatura: deseos cumplidos que culminan en desastre. La belleza del ojo de poeta y su nombre lírico, evocador, esconden una terrible realidad ecológica. Conozco a un biólogo que con sofisticados modelos matemáticos se dedica a investigar los avances del ejército lírico de la Thunbergia. Me cuenta que los daños pueden ser incalculables”.

La debilidad de la lechuga

Hay plantas, dice Maeterlinck, que “ya no se defienden” y nombra a la lechuga, “el caso más sorprendente”, que en estado silvestre, apenas se corta un poco la hoja, deja salir un jugo blanco que espanta a las babosas. Es algo generalizado: “la sombra y la humedad tienden a suprimir las partes punzantes de los vegetales”. “Cuanto más árido y quemado por el sol es el lugar en que crece la planta, más se eriza esta de dardos, como si comprendiese que casi sola, sobreviviente entre las rocas desiertas o sobre la arena calcinada, es necesario que redoble enérgicamente su defensa contra un enemigo que no puede escoger su presa”, agrega.

“Cultivadas por el hombre, la mayor parte de las plantas espinosas abandonan poco a poco sus armas, dejando el cuidado de su salud al protector sobrenatural que las adopta en su cercado”, dice Maeterlinck y queda en el aire de la lectura una pregunta sobre nosotros, la especie humana, y las inquietantes mutaciones culturales que atravesamos como sociedad. “Todo el genio reside en la especie, la vida o la naturaleza”, sentencia después, y agrega que “el individuo es más o menos estúpido”, aunque “solo en el hombre hay emulación real entre las dos inteligencias”. A ese “equilibrio” lo define como “el gran secreto de nuestro porvenir”.

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