por Natalia Gauna
En Electrónica la apuesta de Maqueira es grande ya que elige explorar sobre las formas de la novela y sobre su propia voz como autor. Doble riesgo que podría culminar en “la gran novela de la clase media argentina semi culta y universitaria”, o bien, en la peor de las novelas de “la narrativa emergente”. Ninguna de estas cosas suceden por lo que Electrónica concluye como una buena y atrapante historia de amor sin grandes hallazgos pero también sin grandes desaciertos.
Ya en las primeras líneas de la novela el autor propone al lector un juego bajo la interpelación directa de ser él mismo el protagonista de la historia. “Te encontraste con el examen de Rabec y sentiste las mariposas en la panza”, dice la primera frase reforzando la intencionalidad con las posteriores apariciones del “vos” para instalar un código ¿que permita la identificación del lector con el relato? En principio, no. El uso de la segunda persona distancia de manera genérica, quien habla es una mujer, y, aún más, porque aparece pegada a una tercera persona. “Aunque la profesora había pensado que nunca iba a dejar de sentirse joven, se dio cuenta de que estaba equivocada. Quizás por eso, al otro día, ni bien saliste de la UNI [...]”. Paradójicamente, esta alteración de la segunda y tercera persona gramatical distancia al lector que intenta descubrir los cimientos en los que se apoya Electrónica. El juego de Maqueira pareciera ser la utilización de la tercera persona en una especie de reflexión autorreferencial, lo que la profesora dice sobre sí misma, mientras que narra en segunda persona. De esta manera, se resuelve este primer escollo.
La lectura de Electrónica es amena. Una historia de amor entre una profesora universitaria y su alumno varios años menor que ella. En el medio se tejen otras historias, la del noviazgo mediocre de la protagonista que intenta convencerse de una relación que no le produce más que cierto resguardo y comodidad. También la familiar, con un padre postrado en una cama y una madre que por momentos roza la demencia y con la que poco puede relacionarse. Por último, la historia con sus amigos, El Ninja y Natasha, con quienes no sólo comparte su vida actual sino también su vida pasada, la de la juventud y los excesos. En este sentido, Electrónica se acerca a una novela que retrata cierto estrato social e instala la crítica sobre sí misma.
Maqueira logra tocar fondo en las problemáticas, la nostalgia de las noches de luces flasheras y el modo de vida de una clase joven medianamente letrada que lucha contra los prejuicios y valores de una sociedad semi-progresista pero sin poder desprenderse por completo de los mismos. Una especie de reproducción categórica de un deber ser que el autor narra de un modo acertado, con un indiscutible oído fino. Por eso, Electrónica no podría definirse de un modo absoluto porque no es una historia de amor ni de desamor ni de denuncias ni de reivindicaciones sociales, más bien, un poco de todo.
Esta mezcla funciona para su contenido no así para su forma. La alteración de las personas gramaticales antes mencionada termina por complejizar el relato ya que en el avance de las páginas este recurso no deviene en un uso reflexivo para la tercera y un uso narrativo para la segunda persona. Pero, aún más, Maqueira elige también utilizar la primera persona singular y plural en torno a la relación de la protagonista con Natasha. “Cuando volvimos con el bolso el ninja estaba roncando. Fumamos una nosotras dos solas, hablando bajito”. Resulta confuso porque no hay indicios que justifiquen la fusión de estas dos voces femeninas. Natasha no aparece como una voz necesariamente sólida excepto en las últimas páginas de la novela.
Sin embargo, Maqueira sí gana al jugar con la voz de estos personajes y construirlas perfectamente femeninas. A la profesora no le falta ni le sobra histeria, en rollos y reflexiones de cualquier mujer enamorada. Aún más, Electrónica invita a pensar que los tantos comportamientos de la protagonista superan cualquier barrera genérica y son tan solo lo de un enamorado.