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CANÍBALES DE PAPEL

Novela protagonizada por escritores, la de Sergio Bizzio rescatar el olvidado principio de narrar POR JORGE PINEDO

Se conoce como ghost writer al escritor oculto (literalmente “fantasma”) encargado de suplir al nombre famoso en la ardua faena de la que este último rehuye: trabajar. La fama (mas no sean los quince minutos de Warhol), los billetes, las luces malas del Centro que hacen meter la pata, los chupamedias, las sustancias estimulantes, juntos o combinados, conforman esa pasión por creerse divinidad que constituye la infatuación. Principio del fin, procura extender el flujo de esa plastificada gloria y los morlacos subsecuentes, en la creencia de que el talento, en el mejor de los casos, o el ingenio, en el común, resultan transmisibles. Es preciso distinguir la firma de un libro con seudónimo, cuando se trata de un inocuo texto particular por encargo (la biografía del fundador de una empresa familiar auspiciada por los descendientes, por ejemplo), del hecho de suplir la prosa de un  consagrado al que se le agotaron las ideas o simplemente no quiere laburar. Distinción acrecentada cuando el cafishio literario, con solo estampar su nombre en la tapa embolsa millones, mientras el pobre escriba recibe chauchas y palitos.

Es célebre la vera historia del ghost writer harto del pésimo pago y el maltrato por parte del célebre jetón de la autoayuda, que en el medio de un flamante original le zampó treinta páginas textuales hasta en las comas, de un volumen reciente de la competencia. Venganza oriental o justicia divina, ni siquiera fue necesario un largo juicio, el autoayudador plagiario debió cotizarse y jamás volvió a publicar.

Abnegados escritores fantasmas que se ganan el pan mientras aguardan realizar su propia carrera y rutilantes estrellas en caída libre no solo pueblan las folklóricas crónicas literarias: también sirven de eje narrativo, al obrar cuan espejo invertido del infatuado en vuelo vertical hacia el precipicio de la decadencia. Par dialéctico, acaso muchas veces menos pintoresco que su mandante, constituye a la vez engranaje y fuerza motriz de una trama con posibilidades de tornarse interesante. Es lo que sucede desde las bambalinas al centro de la escena y viceversa, en el procedimiento reivindicativo, para ambos personajes, en la más reciente entrega del prolífico Sergio Bizzio (Villa Ramallo, 1956) con El escritor comido. Las desopilantes situaciones en las que se desenvuelve la decadencia del carioca Mauro Saupol (en la ficción de la misma edad del autor) al constatar el paulatino deterioro de fama e ingreso de divisas.

Desgaste por reiteración, ha perdido eficacia su fórmula salvadora: “Tomaba una anécdota, o una máxima, o un aforismo, preferentemente de algún libro tibetano (o zen, o sufí, o pop) y, aplicándola a algún episodio de su propia vida, la desplegaba hasta convertirla en una historia, o en algo parecido a una historia, con personajes muy bien delineados —él era siempre el personaje principal— y un comienzo y un desarrollo que se empujaban uno a otro en una carrera de rutina hacia la moraleja del final. Y siempre, siempre, siempre funcionaba. Escribía una horita y volvía a la pileta”. Saupol delineaba las líneas generales y el ghost writer hacía el resto. En la novela, a falta de uno, hay dos escribas encubiertos.

En el desespero, Saupol aprovecha un accidente aéreo para fingir su muerte. Va a parar a un pueblito vacacional donde nadie lo conoce, o lo que es peor, no les importa, en tanto la noticia del accidente raudamente se diluye en los medios hegemónicos. El drama subjetivo a partir de allí comienza a convertirse en una aventura selvática, con caníbales portadores de todas las variantes de pensamiento mágico, expedicionarios conradianos que zarpan en salvataje del desdichado y éste sometido a truculentísimas maniobras tendientes a convertirlo en una deidad erótica, amante de la insaciable hija del jefe de la tribu. “La primera vez que se enfermó lo metieron adentro de un cocodrilo que previamente abrieron desde la punta de la cola hasta las mandíbulas, lo envolvieron atándolo con unas cuerdas y no lo sacaron hasta dos días después, ya curado y al borde de la locura. La primera y única vez que lo vieron llorar, debió subir a una litera que ocho salvajes alzaron sobre los hombros para lanzarse de inmediato a la carrera por la jungla a toda velocidad, en cualquier dirección, durante horas. Pero estos shocks de extravagancia, aunque muy efectivos —nunca más lloró, nunca más rechazó un plato ni volvió a enfermarse—, no lo eran todo, al contrario: en general los salvajes pasaban sus días trabajando, cazando o fabricando flechas. Por las noches…”.

CANÍBALES DE PAPEL
Novela protagonizada por escritores, la de Sergio Bizzio rescatar el olvidado principio de narrar

POR JORGE PINEDO OCT 29, 2023 

 

Se conoce como ghost writer al escritor oculto (literalmente “fantasma”) encargado de suplir al nombre famoso en la ardua faena de la que este último rehuye: trabajar. La fama (mas no sean los quince minutos de Warhol), los billetes, las luces malas del Centro que hacen meter la pata, los chupamedias, las sustancias estimulantes, juntos o combinados, conforman esa pasión por creerse divinidad que constituye la infatuación. Principio del fin, procura extender el flujo de esa plastificada gloria y los morlacos subsecuentes, en la creencia de que el talento, en el mejor de los casos, o el ingenio, en el común, resultan transmisibles. Es preciso distinguir la firma de un libro con seudónimo, cuando se trata de un inocuo texto particular por encargo (la biografía del fundador de una empresa familiar auspiciada por los descendientes, por ejemplo), del hecho de suplir la prosa de un  consagrado al que se le agotaron las ideas o simplemente no quiere laburar. Distinción acrecentada cuando el cafishio literario, con solo estampar su nombre en la tapa embolsa millones, mientras el pobre escriba recibe chauchas y palitos.

Es célebre la vera historia del ghost writer harto del pésimo pago y el maltrato por parte del célebre jetón de la autoayuda, que en el medio de un flamante original le zampó treinta páginas textuales hasta en las comas, de un volumen reciente de la competencia. Venganza oriental o justicia divina, ni siquiera fue necesario un largo juicio, el autoayudador plagiario debió cotizarse y jamás volvió a publicar.

 

El autor, Sergio Bizzio.

 

Abnegados escritores fantasmas que se ganan el pan mientras aguardan realizar su propia carrera y rutilantes estrellas en caída libre no solo pueblan las folklóricas crónicas literarias: también sirven de eje narrativo, al obrar cuan espejo invertido del infatuado en vuelo vertical hacia el precipicio de la decadencia. Par dialéctico, acaso muchas veces menos pintoresco que su mandante, constituye a la vez engranaje y fuerza motriz de una trama con posibilidades de tornarse interesante. Es lo que sucede desde las bambalinas al centro de la escena y viceversa, en el procedimiento reivindicativo, para ambos personajes, en la más reciente entrega del prolífico Sergio Bizzio (Villa Ramallo, 1956) con El escritor comido. Las desopilantes situaciones en las que se desenvuelve la decadencia del carioca Mauro Saupol (en la ficción de la misma edad del autor) al constatar el paulatino deterioro de fama e ingreso de divisas.

Desgaste por reiteración, ha perdido eficacia su fórmula salvadora: “Tomaba una anécdota, o una máxima, o un aforismo, preferentemente de algún libro tibetano (o zen, o sufí, o pop) y, aplicándola a algún episodio de su propia vida, la desplegaba hasta convertirla en una historia, o en algo parecido a una historia, con personajes muy bien delineados —él era siempre el personaje principal— y un comienzo y un desarrollo que se empujaban uno a otro en una carrera de rutina hacia la moraleja del final. Y siempre, siempre, siempre funcionaba. Escribía una horita y volvía a la pileta”. Saupol delineaba las líneas generales y el ghost writer hacía el resto. En la novela, a falta de uno, hay dos escribas encubiertos.

En el desespero, Saupol aprovecha un accidente aéreo para fingir su muerte. Va a parar a un pueblito vacacional donde nadie lo conoce, o lo que es peor, no les importa, en tanto la noticia del accidente raudamente se diluye en los medios hegemónicos. El drama subjetivo a partir de allí comienza a convertirse en una aventura selvática, con caníbales portadores de todas las variantes de pensamiento mágico, expedicionarios conradianos que zarpan en salvataje del desdichado y éste sometido a truculentísimas maniobras tendientes a convertirlo en una deidad erótica, amante de la insaciable hija del jefe de la tribu. “La primera vez que se enfermó lo metieron adentro de un cocodrilo que previamente abrieron desde la punta de la cola hasta las mandíbulas, lo envolvieron atándolo con unas cuerdas y no lo sacaron hasta dos días después, ya curado y al borde de la locura. La primera y única vez que lo vieron llorar, debió subir a una litera que ocho salvajes alzaron sobre los hombros para lanzarse de inmediato a la carrera por la jungla a toda velocidad, en cualquier dirección, durante horas. Pero estos shocks de extravagancia, aunque muy efectivos —nunca más lloró, nunca más rechazó un plato ni volvió a enfermarse—, no lo eran todo, al contrario: en general los salvajes pasaban sus días trabajando, cazando o fabricando flechas. Por las noches…”.

Fracasadas las maniobras destinadas a transformarlo, la princesa optó por engullirlo de a pequeños pedazos. A Saupol no lo devoraba el fervor por la palabra exacta ni por el giro inesperado de una narración, ni el carácter original de un personaje. Se lo comía una princesa, ya tampoco literariamente sino literalmente en un raudo proceso de extinción de la metáfora. Una vez rescatado, reconstruido quirúrgicamente, se reavivan los intercambios con el escriba fantasma y con el universo donde rigen otras mancias: las del capitalismo. Nada es lo mismo. Nada termina ahí.

Un oficio inclaudicable hace de la prosa de Bizzio una herramienta en actividad constante. Va de lo morboso al humor con una presteza capaz de apaciguar lo primero y aguzar lo segundo solo con un par de palabras. Sin fórmulas estereotipadas, como el héroe de su fábula, construye escenarios discontinuos a los que liga a fuerza de gramática y conectores lógicos latentes en párrafos anteriores, oportunamente sacados a la superficie. Conjunto poderoso, recupera esa función crucial de la novela que es contar una historia, tan difícil como necesaria, más cuando se soporta en otras historias concéntricas, sin distraer el hilo conductor. Destinado al olvidado propósito del entretenimiento, ausente de moralinas y referencias vanidosas encubiertas, El escritor comido por fortuna evade la autorreferencia tentada de colar una teoría literaria a fin de lograr, nada más ni nada menos, que sea el lector quien devore la historia.

 

FICHA TÉCNICA

El escritor comido

Sergio Bizzio

Buenos Aires, 2023

144 páginas

Ganador al mejor libro argentino de creación literaria: "El náufrago sin isla" de Guillermo Piro es la obra ganadora del Premio de la Crítica de la Fundación El Libro 2024