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Cazar palabras para rearmar un mundo

La experiencia que se relata es la de una mujer que se sirvió de un analista para mejorar su vida. El doctor Palmer había dejado su profesión de psiquiatra para dedicarse a escudriñar en el alma de personas dañadas.


Por Graciela Giraldi

El libro El caso Anne, de Gustavo Dessal (Editorial Interzona, 2018) es un elogio al poder de las palabras en esta época donde la subjetividad es consumida por los objetos del mercado.

Nos muestra que un análisis es una experiencia discursiva donde el analizante es el que trabaja buscando un sentido a lo que le pasa y qué quiere, orientándose en la lectura de su síntoma, sus sueños, y en dichos no calculados que emergen sorpresivamente en los encuentros con su analista. El partenaire analista no da significaciones sino que dirige cada cura, provocando el trabajo del analizante.

El caso Anne nos enseña cómo esta mujer se sirvió de un analista para poder armarse un mundo vivible cuando sólo había para ella un agujero en su desierto.

Su analista, el Dr Palmer, quien dejó caer su profesión de médico psiquiatra al ser afectado por su propio análisis, que lo convirtió en un simple cazador de palabras, nos dice sobre su oficio: (transcribo aquí un largo pero precioso párrafo del Dr. Palmer)… "A lo largo de estos años no he hecho otra cosa que comprobar lo atinado de mi elección, al punto que jamás me interesaron las personas normales, las personas que se adaptan a las reglas y no pisan donde no se debe, las personas que hacen lo que se espera de ellas. Esa gente no me ha enseñado nada. En cambio, si algo he logrado aprender practicando este raro oficio de cazador de palabras, lo he aprendido de otras personas, las que hacen todo al revés, las que no pueden amar y sin embargo aman, las que no saben vivir y sin embargo viven, las que no se acomodan y se dan de bruces contra la realidad, las que se levantan y se acuestan preguntándose cuál será la razón que habrán de inventarse el día siguiente para seguir en este mundo. Soy un cazador de palabras. Es un trabajo como cualquier otro, pero requiere cierta atención. La gente me abre su alma, deja escapar centenares, miles de palabras que están cautivas, y yo debo observar su vuelo, reconocer de tanto en tanto alguna que tiene una gran importancia. Entonces la atrapo en el aire y se la devuelvo a su dueño, lo convenzo de que haría bien en revisar esa palabra que ni siquiera sabía que llevaba dentro, que le eche un vistazo porque es una de esas palabras que se alimentan de su sangre desde hace mucho tiempo, como un pequeño vampiro. El resultado suele ser sorprendente, porque la mayoría de las veces la gente me da la razón volviendo a soltar otra bandada de palabras, y yo tengo que seguir cazando algunas más, hasta que todas esas palabras que se alimentaban de sangre suelten a su presa y se vayan para siempre. Por supuesto, jamás logro cazarlas a todas. Pero le enseño el truco a la gente que viene a verme, y después de cierto tiempo consigo que ellos mismos puedan arrancarse esas palabras que los devoran. Algunos de mis colegas prefieren usar otro método. Ellos se consideran sabios, y por lo tanto se sienten autorizados a dar cátedra. Recomiendan lo que hay que hacer, lo que hay que elegir, lo que conviene, lo que es bueno para la salud, y dañino para el espíritu, qué pensamientos hay que reforzar y cuáles hay que desechar mediante ensalmos, frases positivas y otra clase de pócimas semejantes. Por eso mis colegas tienen un aspecto estupendo, van muy bien vestidos y mantienen la distancia con sus pacientes. Yo en cambio me paso el día revolviendo en la basura. La basura está llena de tesoros. Claro que huelen mal, y hay que sudar la gota gorda para pescarlos, pero yo pienso que vale la pena, porque siempre he creído que el hombre tiene que aprender a vivir mejor con su propia basura… Desde luego, es una posición que no resulta cómoda en la actualidad, cuando pretenden hacernos creer que se ha encontrado un modelo definitivo e ideal de existencia al que todos deben imitar si quieren ser felices. Pero a pesar de ello sigo en pie, y todavía no han conseguido acabar conmigo." (pág. 29 y 30).

El mérito de haber recogido esta experiencia es del psicoanalista Gustavo Dessal, autor del hermoso libro por su contenido y su encuadernación. Autor además de otros libros y escritor permanente de pequeños textos que pululan por las redes.

*Psicoanalista. Miembro de la EOL, Sección Rosario, y de la AMP.

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