Que la literatura argentina es capaz de mirar cara a cara al terror de la dictadura, levantar el mentón y con geniogritarle lo que fue y no volverá a ser es una buena noticia. La sorpresa surge cuando es capaz de combinar en partes iguales rabia y arte, no cegándose en el fondo como tantas veces hemos hecho aquí con la guerra civil sino construyendo una forma tan sublime que inmoviliza el miedo y el horror que supuso. Es decir, no se venga en las páginas, ningunea a los verdugos convirtiéndolos no ya en desaparecidos, mas bien hace de ellos no-personas, seres no-humanos.
Plurarizo, ya que en la última quincena esta es la segunda ocasión en que queda demostrado. Después de Crimen en barrio del once de Mallo ahora este Clandestinidad sigue la misma línea desde otro género. El anónimo protagonista del que ni siquiera sabremos el nombre no forma parte de la cúpula dirigente, no de los ideólogosanti-subversivos, es simplemente un frustrado ser incapaz de entender casi ningún concepto que se convierte en el administrativo del terror sin pasión, interés, ideas y hasta sin palabras.
Medio sordo desde niño, preocupado por evitar que los compañeros lo constaten, cae en manos de un chico que lo chantajea de continuo. Su padre borracho no sirve de ayuda y su madre que hasta que no le chorreo pus de los oídos no le llevó al hospitalprovocándole la discapacidad, tampoco. El problema se resuelve por si solo dejándole un par de conclusiones, debe ser lo más invisible que pueda y, que no debe preocuparse demasiado pues es incapaz de captar la mayoría de las ideas y conceptos.
Años después de acabada la dictadura camina mirando al suelo por temor a que alguien lo reconozca. Su mujer y su hija no saben nada de su pasado y él sólo quiere conducir su camión cada vez más rápido para que se fundan el pasado y el futuro, el cielo y la gloria.
Esa chica dulce y subversiva que se enamoró de él sin que nadie sepa la razón es el contrapunto de su ser. La única persona que le trató con cariño pero a quien no comprendía, aquella que le enseñó la palabra clandestinidad pero que pese a que se lo explicó nunca entendió.
El loco Galván fue su luz, jugador de billar, mujeriego, borrachín y al final cabecilla del terror, dirigente del “hospital” antisubversivo y valedor de nuestro hombre. Por él entró a manejar, torturar y matar, por él volvió a ver allí a la chica dulce y subversiva.
Relato serio y descarnado, que Dessal crea con un registro muy diferente de su anterior obra Principio de incertidumbre. Apoyándose en sus conocimientos de psicoanálisis construye un personaje pleno, sin fisuras, artífice anónimo del horror y la muerte, sin conciencia y con el único miedo a dejar de ser invisible y que alguien le descubra. Complejo protagonista encumbrado y destrozado por el autor en una obra vibrante y dolorosa hasta el límite que encumbra también al propio escritor componiendo una obra superior en cuanto a calidad literaria y análisis psicológico a la vez que político.
No disponible todavía en España pero que esperamos que pronto encuentre aquí el acomodo editorial que merece.
Pepe Rodríguez