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Clarificaciones

POR ELOY FERNÁNDEZ PORTA

«Desesperada, nada. Clarificada». Así comienza el último texto que escribió Violeta Parra antes de poner fin a su vida. Lo incluye el narrador y dramaturgo Marc Caellas en Notas de suicidio (La uÑa RoTa), una antología ensayística donde incorpora, comentándolos, una selección de escritos finales de numerosos creadores, y los organiza, taxonómicamente, en veinticuatro categorías. Éstas abarcan desde las razones más casuales («por aburrimiento») hasta las más clarificadas (extenuaciones biológicas, financieras, morales), sin olvidar el salto desde el puente considerado como obra de arte conceptual. Las tres palabras de la cantautora chilena podrían servir como síntesis, si no de las circunstancias, sí de la tesitura en que se compone ese género literario. Las horas en limpio, la presencia de ánimo in articulo mortis, la equívoca clarividencia postrera y esa negra costumbre de la temperatura del fin son elementos distintivos que lo convierten en un código de apariencia inglesa. 

Hay, por tanto, junto con los métodos letales, un estilo de la autólisis irreversible. Hay quien pretende que no le da mayor importancia y sabe esquivar, con glacial coquetería, el imperativo de ofrecer a la posteridad una explicación convincente. En el extremo opuesto están quienes extrapolan su caso, se encaraman a la alegoría y declaran que acaba con ellos un mundo entero. Así, Stefan Zweig, exiliado en Petrópolis, habla de la pérdida de la lengua propia en el extranjero y de la cancelación del proyecto civilizatorio europeo -y arrastra a su mismo destino a su pareja, Lotte. Esta “doble atribución de causas”, personal e histórica, volvemos a encontrarla, en el presente, en otras páginas, en las reflexiones que propone Franco “Bifo” Berardi en su estudio Héroes: Asesinato masivo y suicidio. Se refiere allí a «la abismal derrota política que el movimiento de los trabajadores y la cultura humanística han sufrido en los últimos treinta años, pero también al proceso de decadencia de mi mente, mi cuerpo y mi sexualidad». Siempre está ultimándose el Humanismo -siempre está dando sus últimos vagidos- y sus funerales se celebran en vida, con mártires exánimes o hiperactivos.

No creo que imaginar la muerte por propia mano deba ser considerado un comportamiento patológico per se, como tampoco lo son las prácticas autolíticas tolerables, que, con frecuencia, se le aparecen al paciente como el único modo de atenuar el dolor psíquico que le embarga. En cierto modo la imaginación clarificadora puede entenderse como una extensión de la crítica de la cultura, como el ápice del autorretrato, como un proceso de somatización de las ansiedades y colapsos globales. Como un levantar la mano contra el Gran Otro. No se trata de una mistificación romántica de los sentimientos extremos; bien al contrario, la escritura clarificadora revisa, repiensa y ordena los sentimientos de desesperación que la han motivado. El cuerpo hace la crítica del mundo.

El carácter concluyente de la imaginación clarificadora se vuelve más significativo cuando no se trata de un acto individual sino colectivo. Pensar el final en grupo implica construir la comunidad y destruirla; compartir y racionalizar los afectos, sin renunciar a los letales. El cine nos ha dado dos casos que ilustran la transformación de la estructura del sentimiento en el paso del siglo XX al XXI. Las vírgenes suicidas de Sofia Coppola (1999) refiere el conflicto irresoluble entre una tradición represiva desexualizante y las formas de subjetivación desarrolladas en la sociedad de consumo desde la invención moderna de la idea de adolescencia. Esta temática, la de la juventud truncada, adquiere un tratamiento bien distinto en Permanent Green Light de Dennis Cooper y Zac Farley (2018), donde, a falta de represiones o prohibiciones manifiestas, la “plaga de suicidios”, en apariencia inmotivados, dan cuenta de la crisis de la noción misma de “adolescencia” en una sociedad donde las distinciones generacionales y edadistas se han vuelto cada vez más difusas -y el imaginario pop que daba forma a los estilos de vida del pasado ha sido sustituido por un nuevo gótico de la psicología y la sensibilidad, convirtiéndose así en la ilustración palmaria de lo que Berardi denomina «la tendencia suicida que se propaga en nuestra época». 

No hay, pues, tal cosa como el fallecimiento individual; son las ideas las que, entrando en barrena, arrastran, en su caída -en su obsolescencia más o menos planeada- a las personas que trataban de encarnarlas. El relato de la caída arroja luz también sobre la imposibilidad de corporeizar los dictados sociales; una imposibilidad que la mayoría de la población parece experimentar como un malestar soportable, si bien algunos, no necesariamente artistas, nos recuerdan cada día -con sus gestos terminantes, con el claroscuro de sus saltos- los trabajos cotidianos de contención, olvido y autohipnosis que se requieren para que esa escisión fundamental no acabe con nosotros.

Con el estilo viene también la música, que siempre aclara, aunque nunca sepamos exactamente qué; acaso aclare la sensibilidad, más que los conceptos. La investigación del libro de Caellas constituyó la base de un espectáculo teatral realizado al alimón con David G. Torres, Suicide Notes, donde las posibilidades escénicas del recital y el spoken word se hermanan con las del concierto. El show arranca con las discutidas últimas palabras de Kurt Cobain y va enlazando las citas hasta culminar en un baile colectivo, pogo o frenesí donde las pulsiones de muerte llegan a su catarsis. Posiblemente entre aquella clasificación técnica de los modos de acabar y el éxtasis colectivo de los fans y seguidores -modernas bacantes- se encuentren las claridades mayores sobre un tema -el único tema filosófico, según Camus- que nos ilumina y oscurece a la vez.

Ganador al mejor libro argentino de creación literaria: "El náufrago sin isla" de Guillermo Piro es la obra ganadora del Premio de la Crítica de la Fundación El Libro 2024