En “Cómo vivir juntos” (2002), Roland Barthes dice que el amor es un asunto de distancia. En “Con ánimo de amar”, un personaje de Wong Kar-wai dice que el amor es un asunto de sincronización. En cualquier lugar se puede escuchar a cualquiera anunciando que el amor es una asunto mental.
En “Rabia” (2004), de Sergio Bizzio, el amor es un asunto de distancia, de sincronización (destinada a mantenerlo vivo evitándolo) y producido por corrientes mentales en estado de desastre eléctrico. Además es también una historia de turno y contraturno, de resplandores y rincones sombríos y de violencia y dulzura encabezada por un personaje, un hombre llamado María, que vive bajo la autoridad compartida de la realidad pura y la pura imaginación y, si se lo viera a la luz inestable de la historia de la literatura argentina, quedaría bastante claro que de un lado lo tironea Osvaldo Lamborghini y del otro Manuel Puig. ¿Borges? No está, no vino.
El obrero de la construcción y asesino vocacional María se entrevera con Rosa, mucama de una familia burguesa que mantiene las apariencias de prosperidad gracias a la propiedad de una mansión que –aquí sí puede que aparezca Borges, pero como mero escenógrafo- es un laberinto y un desierto. Allí se filtra María. No le cuesta nada. La realidad está plagada de intersticios, niveles invisibles y teatros vacíos. Se está escapando de la policía. Es un escape hacia adentro, donde encuentra una cercanía con Rosa a cambio de convertirse en un fantasma. De ella obtiene la mayor intimidad de su amada, que es la que surge del espionaje por el que, en general, se descubre que la sobrevalorada y costosa experiencia de representar una identidad oculta el interior en el que funciona a destajo una máquina de producir perversiones “naturales”.
Lo que hace Bizzio en “Rabia” es replegar al narrador hacia una posición de testigo reglamentario. Es una figura de discreción que, por decirlo así, sólo cuenta lo que ve con alguna que otra licencia para la invención controlada, que no es mucha. ¿Para qué delirar, especular, orquestar? ¿Para qué “hacer” literatura si es la realidad de la mansión y la entropía enloquecida de sus fuerzas visibles y ocultas la que puede darle a la novela una verdadera antología de escenas, diálogos y silencios?
Para llegar a semejante eficacia narrativa con una economía mínima de recursos primero hay que tenerlos a total disposición a casi todos, como los tiene Bizzio, y recién allí, en la consola por la que el lenguaje dirime las literaturas que le tocan en este mundo, acertar con el botón adecuado, aquel que hace que todo camine junto: la historia, la prosa, el montaje y los factores sensibles que la literatura argentina suele reservarse para un futuro que no llega nunca.
“Rabia” es una novela que llega a las profundidades más hondas de la historia que cuenta, ese lugar donde están las ratas, habitantes del secreto con quienes María termina compartiendo el dormitorio. ¿Pero cuál es esa historia? La de un hombre que decide limpiar el mundo de todos los obstáculos que le impiden ver a su amada del modo en que nos observaría dios, si existiera: sin dejarse ver, y contemplando a su criatura como una obra de arte sin terminar.