Claudio Tolcachir había regresado de Madrid, un día antes de la entrevista con Infobae Cultura, y estuvo menos de 48 horas en Buenos Aires. Entre las demandas de sus niñes, Camila y Gaspar, y las notas de prensa, armó un bolso más pequeño que el que había cargado en Barajas y partió rumbo a Mar del Plata.
En el destino playero ofreció hace muy pocos días algunas funciones de Rabia, la obra inquietante que protagoniza y que cuenta la vida clandestina de un hombre. Con Rabia, Tolcachir hizo una temporada en el Teatro de la Abadía, de Madrid, además de montarla en Montevideo. El jueves 15 será el estreno porteño, en Timbre 4, el complejo cultural que cofundó con Lautaro Perotti y Gerardo Otero (su compañero de vida), y que ahora también tiene dos sedes en la capital española.
Tolcachir prepara para el 22 de marzo Mejor no decirlo, una comedia que irá a la sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza y que une por primera vez a Mercedes Morán e Imanol Arias en escena. La producción corre por cuenta de Pablo Kompel.
Si para Mark Twain “es mejor mantener la boca cerrada y parecer un estúpido; que abrirla y confirmarlo”, para el matrimonio de ficción y larga data que conforman Ella (Mercedes) y Él (Imanol) “la fórmula imbatible es saber cuándo hablar y cuándo callar. Pero, ¿qué sucedería si por una vez en la vida se plantearan decir todo, absolutamente todo?”, se pregunta Tolcachir y, aunque no arriesga la respuesta, adelanta que “el texto es delicioso y seguramente les gustará mucho a todos, en especial a aquellos que no les gusta tener que callarse”.
“El teatro te regala cruzarte con gente. Así fue como conocí a Norma Aleandro, Elena Tasisto, Alberto Segado, seres maravillosos. Mercedes es una amiga, familia, e Imanol, un gran actor a quien conocí en el rodaje de la película Buenos Aires me mata, donde yo tenía apenas veinte años. Estoy muy feliz de trabajar con ellos. La obra es muy divertida y un disparador de ideas, ideal para esta época porque es picante y va a hacer reir”, dice el un actor y dramaturgo.
Pero el estreno inminente en la Ciudad de Buenos Aires es Rabia y volvemos a esta pieza. Basada en la novela de Sergio Bizzio, la adaptación de Tolcachir y su codirector Perotti también es un trabajo de María García de Oteyza y Mónica Acevedo. El autor de La omisión de la familia Coleman y Emilia vuelve a subirse a un escenario con un monólogo narrativo que “administra con contención y maestría envidiables”, según publicó el crítico español José Miguel Vila.
Rabia cuenta el vuelco que da la vida de José María cuando pierde el trabajo, mata a su jefe y se esconde en el último piso de la residencia de una familia adinerada donde su amada, Rosa, es la empleada doméstica. Desde un cuartucho, con una cama desvencijada, trastos viejos y una rata, el hombre espía, escucha y descubre la intimidad de los habitantes de la casa, incluyendo la de su novia, quien desconoce su paradero.
La entrevista transcurre durante una tarde con una temperatura superior a los 30 grados. El productor Sebastián Blutrach convida agua fresca en el bar del teatro del Picadero, el nieto de Alejandra Boero, residente en Italia y de paseo por Buenos Aires, se abraza con el actor-director que fuera discípulo de su abuela; hay algo de movimiento en la boletería. “Se registra una disminución del 30% en el caudal de espectadores en comparación con el mismo período del año anterior, aunque representan una asistencia y un volumen de actividad por encima de los niveles de espectadores y funciones prepandemia”, comparte Blutrach un informe de AADET, la cámara artística integrada por más de 170 empresarios de salas comerciales.
—¿Cómo te fue en Madrid?
—Muy bien, por suerte. Después de la pandemia apareció la posibilidad de tener un espacio allá y lo abrimos, en el barrio La Latina. Hace muchos años que voy a dar clases y quedó un reguero de amigos y alumnos. El lugar fue creciendo y ahora tenemos otro en Embajadores, o sea que son dos aulas. Desearía un Timbre 4 como el de Boedo, pero por ahora no es ni lógico ni real. Acá somos treinta y allá, cinco. Lo que sí nos planteamos es trabajar con el mismo formato: clases, por un lado, como laboratorios, y proyectos pequeños, medianos y grandes, por otro.
—En Buenos Aires y en la capital española Timbre 4 funciona como una incubadora.
—Así es, Timbre trabaja como una especie de horno donde podés probar distintas cosas. Te cobija y te impulsa. Me gusta mucho cambiar de terreno, pasar del césped al polvo de ladrillo, ir de algo experimental a un musical o una comedia y al revés. Jamás hubiera escrito si no fuera por Timbre, desde donde pegamos los saltos más arriesgados y ensayamos todo lo que sea necesario. No puedo pedirle a una productora privada que nos banque un año de preparación, pero lo puedo hacer en cooperativa. Con el team que produce Rabia estuvimos 12 meses trabajando, pero si hago una obra en La Plaza sé que tengo seis semanas y está perfecto.
—¿Por qué elegiste la novela de Bizzio para volver a actuar?
—La leí hace varios años y me pegó mucho lo de la vida secreta, hasta que, de golpe, me desperté una noche a las 3 de la mañana y sentí que tenía que hacerla. No sabía como arrancar y me rodeé de mis compañeras de siempre, María y Mónica, escritoras, asistentes de lujo y profesoras de Timbre, unas renacentistas que entienden nuestro sistema, no tan conocido en España. El desafío fue adaptar Rabia a la dramaturgia, algo que yo nunca había hecho o había intentado y había fracasado.
—¿Hablaste con Bizzio?
—Sí, estaba muerto de nervios. Yo lo amaba por leer sus libros, los reportajes que le hacían, así que conocerlo fue hermoso. Buscamos desde qué personaje contar la historia y lo hicimos desde una primera persona, con un monólogo.
—¿Se sorprendió? ¿le gustó la adaptación?
—Bizzio vino dos veces a vernos a Madrid. Fue como hacer Hamlet delante de Shakespeare.
—¿Nos adelantás cómo es la puesta?
—Como me dijo un espectador en Madrid: “La obra sucede en nuestra cabeza”. Y eso es exactamente lo que buscamos al construir una puesta mental, con un dispositivo sonoro que no es exactamente música, sino sonido que se mueve como si fuera un personaje. Y además, con un protagonista que hace lo necesario para que el espectador imagine. Junto con la lectura, el teatro es el único refugio que va quedando, donde nuestra cabeza puede volar sin límite, crear imágenes inducido por el texto sin que sea una reproducción del cuento. En Rabia sucede la magia: es un thriller en el que todo el tiempo te preguntás ¿ahora qué va a pasar?, ¿cómo va a hacer?, ¿dónde?, ¿cuándo? El protagonista comete un asesinato, se esconde y lo que descubre no lo ves, lo escuchás. Lo más importante es que José María vive una revolución íntima porque empieza a tener tiempo, tiempo para pensar. Además, hay un elemento escenográfico clave, una escalera que permite ver lo que ocurre desde distintos puntos de vista. Todo es muy limpio, para que nada interfiera en la comprensión del espectador. El iluminador es el mejor de España, Juan Gómez Cornejo, y estoy tan enamorado del proyecto, que paso texto todo el día. Por otra parte, trabajamos con un humor muy ácido, sexualidad y ternura infinita, así que todo se va desplegando y mutando, mientras el personaje recorre una parábola y se va armando una nueva vida.
—El protagonista es como un fantasma, un invisible, un nadie al decir de Eduardo Galeano...
—Claro, de pronto un vaso se mueve y sentís que puede haber alguien en tu casa cuando te vas a dormir. ¿Lo vemos? ¿Vemos al que se esconde o a los habitantes de siempre? ¿El intruso es igual a la rata con la que convive? ¿Qué lo diferencia de los propietarios ricos de la casa? Depende el punto de vista, tenés un relato o un contrarrelato.
—¿Encontrás en el texto alguna resonancia con el presente social y económico?
—Por supuesto, si yo cuento de un personaje es invisible, que come a escondidas lo que puede y vive en la oscuridad, es como si hablara del país. O de una administración que pretende expulsar o decirle a una gran parte de la sociedad: no importás, no existís, no sos parte, un mensaje que solo genera violencia, además de ser injusto y doloroso. Te confieso que a veces me despierto y siento que es una pesadilla. No estábamos bien, pero ahora estamos peleando para no perder el tiempo precioso en el que ganamos nuestros derechos. Es triste pero mucha gente cree que no le va a tocar, tiene una lógica corta, no se da cuenta de que vivimos en red.