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Claudio Tolcachir: “La pasión y la solidaridad también es mi país”

El famoso creador, toda una escuela teatral en ambos lados del océano, vive en dos ciudades: es así como sus proyectos navegan entre Buenos Aires y Madrid. Le anticipa a PERFIL cómo es Rabia, su unipersonal basado en la novela de Sergio Bizzio y de otros trabajos de dirección teatral. Además, subraya su pasión como docente. Por Ana Seoane

Empezó como actor, pero la profesión lo transformó a Claudio Tolcachir en sinónimo de dramaturgo, director, docente y creador de Timbre 4. Ahora vuelve a ese primer amor que es actuar. Hasta el 3 de marzo interpretará Rabia. Es un unipersonal basado en la novela de Sergio Bizzio, adaptado por Mónica Acevedo, María García de Oteyza, Lautaro Perotti y el mismo Tolcachir, estos últimos compartieron la dirección. Las funciones serán de jueves a domingo siempre en su emblemático Timbre 4, aunque debieron agregar funciones los miércoles 21 y 28.

—¿Por qué adaptar una novela?

—Nosotros en Timbre nos preguntamos qué queremos hacer o qué sería un desafío. El año pasado desde España, el Teatro de La Abadía nos pidió que propusiéramos un proyecto. Sentí que quería hacer un monólogo y me había fascinado esta novela. Estuvimos doce meses trabajando en la adaptación. Es de los textos que más me gustó y se me incrustó en el cuerpo a leerla. Tuve sensaciones, imágenes muy potentes de acción cuando lo leí. Un gran motor fue el no saber cómo hacerla. Estuvimos probando espacios y sentidos. Es lo más hermoso de nuestro trabajo hacer un laboratorio. Es una novela muy sensorial en el sentido de que el personaje escucha y huele desde las sombras. Mucho de lo que pasa lo intuye, lo ve detrás de una rendija y eso me parecía muy interesante teatralmente. Era invitar al público a cambiar el punto de vista y poder ver las cosas desde cerca y desde lejos. Está anclada en el thriller.

—¿Pasaste del interés de teatralizarla a querer actuarla?

—Tenía mucho deseo de actuar en general, pero no se me ocurren cosas para mí, pero sí sentí que el hecho de que lo hiciera sumaba más desafío. Además, nos daba la posibilidad de que Lautaro (Perotti) la codirigiera y yo actuara. El ser un unipersonal me daba la independencia, de hacerla en Mar del Plata y después nos fuimos a Montevideo. Es un espectáculo nuestro y lo podemos mover con ese espíritu.

—¿Cómo te definirías como intérprete?

—No me gusta mucho el tipo de trabajo de actor- show, el que evidencia destreza. Siempre intento desde la dirección y desde la actuación la idea de desaparecer, de ser lo más sintético posible para que la imagen sea la historia. Inclusive el pensamiento del espectador sea el que el que crece y no el actor. 

—Actor, director, dramaturgo o gestor cultural: ¿qué elegís?

—Ahora me siento primero padre, después me viene todo lo demás. Me veo en un teatro y después se van armando los roles. A mí me gusta estar en una sala de ensayo y me apasionan las clases. Diría que la actuación es la más agradecida en el sentido de que también cuando vos dirigís mucho tiempo, hay una relación extraña que te empieza a suceder con tu propio cuerpo, que se aleja. Es como si uno estuviera con tu cabeza, con tus emociones o estrategias, porque hay algo del cuerpo que no está tan presente al dirigir. Actuar fue volver a mi cuerpo y creo que era algo que necesitaba, incluso para poder volver a escribir. 

—¿Desde cuándo entablaste tu relación con España y por qué fundaste otra escuela Timbre 4 en Madrid?

—La primera vez que viajé fue en el 2007, para hacer Un hombre que se ahoga de Daniel Veronese. Al poco tiempo pude llevar La omisión de la familia Coleman. Era una fantasía mía, me moría por viajar y particularmente por Madrid. Tenía como una obsesión. Es una ciudad que tiene una energía muy abierta, te da la bienvenida y muy especialmente al teatro argentino. La gente que viene a ver nuestros espectáculos es de un nivel de generosidad, de amor y de respeto muy grande. Así se fue tejiendo como una historia. Amaba estar allá como como también amo estar en Argentina. Se armó una red de actores y de alumnos, que querían probar y luego se sumaron las propuestas para dirigir en el Teatro de La Abadía y en el Centro Dramático Nacional. Traté de encontrar un equilibrio entre los proyectos de Buenos Aires y los de España. Por eso abrimos una escuela para darle lugar a esos actores alucinantes que estábamos conociendo y también a los compañeros que se habían instalado allí. La sensación que tengo es que me gusta abrir puertas. Para mí hacer Timbre 4 fue animarme a escribir, dirigir y ahora me pasa en España.

—¿Qué ven los españoles en nuestro teatro? 

—Ellos consideran que el teatro argentino es una maravilla y que todos los actores también lo son. Los españoles también tienen intérpretes descomunales, pero hay algo que a ellos les pasa con nosotros, que es que no ven “actuación”, específicamente eso es lo que más admiran. Llaman actor argentino a uno relajado, muy verdadero, sensible, no impostado, ni estilizado donde no se les ve la técnica. Por eso cuando veían los espectáculos de Daniel Veronese en los noventa o los Coleman tienen la sensación de estar asistiendo a un hecho de “verdad”. Se deslumbran porque no les ven el hilo, el truco, esto es lo que más los impresiona. También que nuestras producciones sean sencillas, frente a las enormes producciones que hay en Europa. Nuestros espectáculos son formalmente muy humildes, pero con una gran vitalidad. Lo nuestro es magia pura. 

—¿Cuál es la fórmula para tener éxito sin hacer televisión? 

—Trabajo con mi gente, puedo elegir qué cosas hacer y qué riesgos tomo. Creo que lo sentí desde muy pequeño. Tal vez haya tenido que ver con que crecí y viví en democracia. Siempre necesito mucha libertad. Nunca pude estar en un lugar donde me sintiera obligado, estuviera desgano o no lo viviera emocionalmente fascinado con un trabajo. Necesito enamorarme y para mí, la libertad es elegir estar en Timbre 4. Un actor tiene muy pocas posibilidades de elegir su trabajo, hay una posición muy pasiva de esperar a que alguien te llame. Tal vez, por haberme criado en el teatro independiente o por personalidad, sentí que eso no podía ser mi vida y que había que hacer otra cosa. Entonces el otro gran hallazgo fue el grupo. No hice nada solo. De verdad lo digo, literalmente, no como una metáfora. Todo fue grupal, se llama cuatro, porque éramos ese número cuando empezamos con la escuela y hoy llevamos treinta años. Nuestra dinámica es que cualquier integrante del grupo dice “quiero hacer esto” y todos los demás nos organizamos para que esa persona pueda hacer su proyecto.

—¿Tu secreto es el grupo?

—Todo tuvo que ver mucho con el deseo personal y la conciencia grupal. Nos acompañamos muchísimo, cada uno en lo que está, en lo que quiere. Ahora el grupo español de Timbre 4 en Madrid es una extensión del de aquí. La gente que me rodea es extraordinaria, piensan en mí y me cuidan. Las primeras funciones de Rabia fueron para mis compañeros de Timbre 4, en el aula y sin escenografía. Creo que si hay un éxito es la libertad, tratar de estar cerca del deseo y crecer bien.

—¿Hay más proyectos teatrales?

—Sí, voy a estrenar en marzo la comedia Mejor no decirlo, de Salomé Lelouch con Mercedes Morán e Imanol Arias, para La Plaza. Es muy divertida. La idea es que hay cosas que no se dicen. Muestra a un matrimonio que hablan de todo, al que le divierte mucho discutir. Si uno tiene un contrincante interesante, te hace pensar. Creo que al público también le va a interesar. 

—¿Seguirás con las clases en Timbre 4? 

—Estuve todo diciembre con las muestras. Ves a los alumnos apasionados, creciendo, entregados, comprometidos y trabajando hasta las cuatro de la mañana. Ensayan junto a los docentes. Pienso esta pasión y esta solidaridad también es mi país.

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