“Es hermoso hacer esta obra: es un viajazo por la nostalgia, el amor, la sexualidad, el humor, la ternura”, dice Claudio Tolcachir, a punto de estrenar Rabia, unipersonal basado en la novela homónima de Sergio Bizzio, bajo la dirección de Lautaro Perotti, uno de los compañeros con quienes Tolcachir abrió Timbre 4 en 2001. La sala de Boedo había sido inaugurada con una versión de 300 millones, de Roberto Arlt a la que llamaron Jamón del diablo. Desde entonces, la vida teatral de este actor, director y dramaturgo cobró un espesor que, según él mismo admite, superó todo lo que imaginaba en aquel comienzo. Lo llaman elencos de España e Italia para que dirija sus propias obras en tanto que otros grupos las llevan a escena por su cuenta. Recientemente, en el Piccolo Teatro de Milán realizó la puesta de Tercer cuerpo, y en Roma, montó otra de sus obras, Emilia.A mediados de año, irá a Nápoles también a dirigir.
“¿Cómo están los Coleman?”, le preguntan a Tolcachir por la calle, en Madrid, donde vive parte del año, refiriéndose a aquel primer éxito teatral –La omisión de la familia Coleman- que le dio visibilidad en Buenos Aires. “Es como si esa familia realmente existiera”, cuenta el autor y director en diálogo con Página/12. “Como si hubieran quedado vivos desde hace 20 años, cuando estrenamos esa obra”, resume Tolcachir, quien desde hace unos años decidió afincarse en Madrid, ser padre (ver recuadro) y replicar allí el proyecto de aunar sala, escuela de teatro y productora, también bajo el nombre de Timbre4.
“Voy y vengo, estoy entre la escuela de Madrid y la de Buenos Aires, un espacio que sigue siendo mi casa, el lugar donde me animé a escribir, dirigir y profesionalizarme”, cuenta Tolcachir, siempre atento a destacar que tantos logros fueron el producto de una labor llevada a cabo “junto a un grupo de compañeros de secundaria remixados”. Hoy trabajan más de 40 personas en la sede de México 3554, dando clases y estrenando espectáculos en cooperativa. Este jueves será su turno: Tolcachir estrenará Rabia, cuya adaptación escénica fue realizada junto a Perotti, María García de Oteyza y Mónica Acevedo. Se trata de la séptima novela del autor nacido en Villa Ramallo, escrita en 2004 y publicada en Chile.
Rabia se estrenó en setiembre del año pasado en el madrileño Teatro de la Abadía. Luego de un mes de funciones por España, también se presentó en El Galpón, de Montevideo, y en el Teatro Auditorium, de Mar del Plata. Después de probar la obra en escenarios de gran tamaño, el actor dice esperar presentarla en su sala, “de menor tamaño pero con la barra de siempre en la platea”. El proyecto de llevar a escena la novela de Bizzio surgió cuando el director del Teatro de la Abadía, el dramaturgo Juan Mayorga, le pidió que eleborara un proyecto a estrenar en la sala mayor. Tolcachir cuenta que se despertó una madrugada convencido de que tenía que llevar a escena un monólogo basado en la novela de Rabia, texto que había leido muchos años atrás. Cuando fue a explicar cómo sería el espectáculo, Mayorga le sugirió que lo interpretara él mismo. Entonces, según cuenta el actor, “el proyecto se fue ensanchando y durante un año, con el equipo de siempre trabajó en la adaptación de las 300 páginas de la novela, aunando criterios. “Quería tener el texto como tatuado de tanto trabajarlo”, describe.
El protagonista de Rabia se llama José María –pero se lo menciona como María, a secas- es obrero de la construcción que mantiene una relación con Rosa, empleada doméstica de los Blinder, dueños de la mansión donde ocurre la historia. Hombre de pocas pulgas, María es acusado de un crimen. Sin otro sitio adonde escapar decide recluirse en la buhardilla del caserón. Y allí permanece, invisible a los ojos del matrimonio Blinder, de Rosa y de las ocasionales presencias. “El recorrido del personaje es inmenso, inagotable, porque allí tiene que aprender a subsistir en la oscuridad y el silencio”, explica Tolcachir.
-¿Cómo es resumir 300 páginas en poco menos de 30, conservando el interés de la historia?
-Bizzio es un autor maravilloso. Tiene una forma no engolada de narrar, nada intelectual, es como si un amigo te contara la historia al oido. Uno termina queriendo a ese personaje a pesar de lo que hace, porque pesa el engranaje de todo lo que pasa. En la adaptación hubo subtramas que quedaron afuera, pero la novela tiene tantos planos y un encadenado de situaciones tal que quedó igualmente atrapante, con mucho suspenso.
-¿Cuáles son esos planos?
-Se la puede analizar desde la línea del entretenimiento. Desde allí sorprende por ser un thriller, algo poco común de ver en teatro. Pero tiene también un plano existencial dado por la gran evolución del personaje. Al vivir recluido, debe aprende a subsistir, robando comida sin que nadie lo descubra, entre tantas cosas. Y en esa soledad descubre que nunca había tenido tiempo para pensar. Ésa es una de las múltiples revoluciones que vive. Porque es un hombre que va cambiando a lo largo del monólogo y no termina siendo el mismo que al comienzo del relato.
-¿Cuáles son los descubrimientos que hace que se puedan contar sin adelantar nada que arruine el suspenso?
-María descubre que puede amar a la distancia, descubre sus celos, desarrolla la capacidad de proteger y se sorprende ante una ternura que desconocía que podía tener. También hay una crítica social, porque se habla de los seres invisibles, los que sirven a los dueños de esa casa, que habitan otros planos. Y hablar hoy de seres invisibles es necesario.
-Como en Babilonia, de Discépolo, donde hay diferentes niveles para diferentes clases sociales…
-Claro, sí, igual. Acá también hay una línea sociopolítica relacionada con los estratos sociales y los espacios que ocupan. El personaje tiene que aprender a sobrevivir escondido sin que lo descubran. Y una vez que puede dominar el movimiento de la casa se transforma en un experto del comportamiento de los otros.
-¿Cuándo se produce el primer cambio?
-Luego de dominar el espacio se da cuenta de que hay un vacío en su vida. Ese vacío existencial que todos sentimos y que llenamos enamorándonos, solucionando o creando problemas, en suma, sintiéndonos vivos, creando algo interesante para despertarnos al día siguiente.Como dice Beckett en Esperando a Godot, haciendo algo que nos de la sensación de existir.
-¿Cómo te sentiste siendo dirigido?
-Fue raro que Lautaro (Perotti) me dirija cuando lo que venía pasando era que yo lo dirija a él. Actuar es volver a cuidarse, a no correr riesgos, a cuidarse la voz, a que las imágenes y las emociones del personaje te pasen por el cuerpo. Actuando me reencontré con las razones por las cuales me enamoré del teatro a los 12 años. Y me viene el recuerdo de tantos maestros, como Alejandra Boero, Agustín Alezzo, Juan Carlos Gené, Roberto Villanueva, Juan Manuel Tenuta…
-¿Qué particularidades tiene el montaje?
-Las texturas de los diferentes sonidos son muy importantes. El personaje no puede ver, así que escucha e intuye, espía, huele. El espectador entra desde los sentidos. Para que la obra, como me dijo un espectador, suceda en la cabeza de quien la está viendo. Es lo que me gusta del teatro, dejar que el público imagine y complete lo que está presenciando. Por eso cambiamos los puntos de vista, para que aparezca lo grande, lo pequeño, lo ajustado del espacio. Que todo sea como una bomba, un dispositivo de estímulos que despierte la imaginación del que observa.
-María es un personaje que repele pero que también atrae.
-Es tóxico, posesivo, controlador, pero aunque no se lo presenta al espectador como un buen sujeto, igual me gusta que sea posible empatizar hasta con un asesino. Creo que el teatro tiene que proponer diferentes puntos de vista. Barrer con prejuicios y limitaciones. Hacer dudar. Eso es lo valioso. Estamos tan acostumbrados a opinar sobre todo aún sobre lo que desconocemos. El teatro nos hace remover ideas. Esa, creo, es su función.
-¿Cómo se va contando la historia?
-Yo estoy entre el relator de la historia y el propio personaje. Como un narrador atravesado por todo lo que le sucede al protagonista: desesperación, violencia, morbo, sexualidad, humor. Rabia también es una historia política aunque no habla de política, ni baja línea.
-Desde "Coleman" se te consideró el iniciador de las obras sobre familias. ¿Nunca pensaste en hablar de tu propia experiencia?
-Me pasa que no puedo hablar directamente de mi historia personal, aunque sí escondido detrás de la distancia que permite la ficción, porque me siento más libre. Por eso no me gustaría escribir sobre mí. Como autor intenté escribir sobre mi madre, la persona más fascinante que conozco, pero no pude. En España se hace mucho biodrama, debería pensarlo. Pero a mí me gusta hacer lo que me sale, lo que me es propio.
-¿Cómo ves el panorama del teatro comercial?
-Como actor primero y después como director, tuve experiencias increíbles con obras como, El juego del bebé, de Albee, Todos eran mis hijos, de Miller, Agosto, de Tracy Letts. Hoy me parece que ya no hay espacio para ese teatro, que se eligen obras que tienden a entretener. Dejé de dirigir, luego de hacer unos musicales que me interesaron y, como me ví sin oportunidades, ésa fue una de las razones de irme a España, donde hay más variedad.
-Estás por estrenar como director una obra en la sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza.
-Sí, se llama Mejor no decirlo, una comedia de Salomé Lelouch. Fue un proyecto en el que me tiré de cabeza porque pensé que trabajar con Mercedes Morán y con Imanol Arias sería un placer. Y así es. La obra muestra a una pareja que habla sobre una infinidad de temas, un tipo de pareja especial porque son buenos contrincantes, disfrutan discutiendo, se rebaten con habilidad y los espectadores podrán ponerse de un lado y del otro. No pelean sino que se desafían, se provocan con inteligencia. Para quien la vea significará la oportunidad de salir del teatro llevándose un desafío para seguir pensando.
Capacidad de adaptación
“La capacidad de adaptación es uno de los temas de Rabia”, dice Tolcachir: “es un tema muy presente en mi vida, porque mis dos hijos -Camila y Gaspar, también hijos del actor Gerardo Otero- son un ejemplo de adaptación: nacieron en Chicago por gestación subrogada. Luego de tres meses en Argentina se fueron a España y vienen a Argentina a conocer sus raíces. Somos amigos de la familia gestante: Amanda es enfermera, ya tenía hijos, quería hacer esta experiencia, como nosotros, y legalmente todos estábamos muy protegidos. Nos encontramos con ellos, nos queremos mucho, chateamos, nos mandamos fotos.”
La importancia del INT
“Timbre4 es un lugar para probar nuevos caldos de cultivo, hacer cosas diferentes y también para volver a hacer las obras que nos gusta volver a hacer, como La omisión de la familia Coleman, que vuelve pronto porque cumple 20 años. El mecanismo sigue vivo entre todos y nos es posible vivir del teatro actuando, dirigiendo, dando clases. Como tantas otras, nuestra sala recibe el subsidio del INT. Ahora este gobierno descarado va a fagocitarlo, como al INCAA. En todo el país, el INT ha generado una red social importantísima, creando trabajo para muchísmos actores, directores y técnicos. Es triste ver que quieren desarmarlo todo”.
LA FICHA
Claudio Tolcachir nació en Buenos Aires en 1975. Comenzó su formación en el Instituto Labardén y en la escuela Andamio 90, fundada por Alejandra Boero, figura clave del teatro independiente desde los años 1960. Continuó luego su formación junto a otros directores como Juan Carlos Gené y Verónica Oddó, al tiempo que comenzó a trabajar en espectáculos profesionales tanto en el circuito independiente como en el comercial. Luego de crear en un departamento vecino a su propia casa la sala Timbre 4, el estreno de La Omisión de la Familia Coleman en 2005 lo consagró como director y autor. Su segunda obra fue Tercer Cuerpo, centrada en la vida cotidiana de unos empleados de una oficina pública. Su tercera propuesta llegó en el 2010: El Viento en un Violín, que se estrenó en Francia y luego en Argentina. Las tres obras continúan presentándose en diversos países, con gran respaldo del público. En 2011, 2014 y 2021 recibió el Premio Konex en diversos rubros.
*Rabia, en Timbre4 (México 3554), desde el 15 de febrero los miércoles 21 y 28, a las 21, los jueves y sábados a las 20 y los domingo a las 18