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Comedia ligera con viejas desnudas

Cazaviejas, la novela más reciente de Ariel Magnus, discurre con humor y alta retórica sobre el sexo y el amor puestos en relación con la vejez y el paso del tiempo.

Por Martín Cristal

Entre todas las variantes posibles en la construcción de la identidad sexual, la gerontofilia es la que manifiestan aquellos individuos que buscan parejas sexuales mucho mayores que ellos. Ni más ni menos que el gusto o la inclinación sexual por los viejos. O las viejas.

El simpático y juvenil narrador de Cazaviejas –la novela más reciente de Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975)– es un adicto a las ancianas que, a modo de confesión pública, ofrece unas memorias inconclusas con las que busca explicar las raíces de su inclinación sexual, sin que dicho racconto se entienda como excusa de una conducta pasible de ser reprobada por los demás, sino sólo como una forma sincera de darse a entender. Así, asumido y sin culpas, empieza relacionando el despertar de cada uno de sus cinco sentidos con su azarosa educación sexual, de la que da cuenta en capítulos titulados con el nombre de las mujeres (las viejas) que la fueron propiciando.

Su gerontofilia –nos dice el narrador ya desde el comienzo de la dedicatoria– lo habría llevado al escarnio público y a la pérdida de su libertad individual. Sobre la curiosidad que generan estos y otros datos que el relato va adelantando, hay que decir que funcionan sólo como anzuelos para el lector: son promesas narrativas que acicatean la curiosidad pero que pueden quedar incumplidas al terminar el texto por su carácter explícito de confesión incompleta.

El humor manifiesto y bienvenido de Magnus se basa (quizás demasiado) en los juegos de palabras (por ejemplo, el que opone “cazaviejas” a “Casanova”, declarado antecedente de este seductor serial); y, en menor medida, también en la inversión de roles, o en el absurdo de algunas situaciones (por ejemplo la de una casa que se construye desde el tejado hacia abajo; este tipo de yeites recuerda a César Aira). En ocasiones Magnus parece dejarse llevar livianamente por sus mismos juegos verbales; en otras parece muy pendiente de que estos “chistes” consigan su efecto.

En otro nivel, que complejiza la lectura sin restarle diversión, el texto argumenta sobre la vejez y sobre el sexo –a veces relacionando ambos conceptos, a veces por separado– con pasajes ensayísticos de alta retórica y a caballo de una sintaxis exuberante (que por momentos puede resultar algo recargada). El narrador tiene debilidad por los paréntesis, no sólo dentro de la frase: el libro se estructura con seis capítulos que, para el conjunto, funcionan abiertamente como capítulos-paréntesis. Estos pausan el argumento de la novela para presentar digresiones sobre temas como las fotos familiares, los geriátricos, el futuro o la juventud, entre otros.

Con un estilo pomposo y refinado, cuya misión es narrarnos una historia nada pomposa ni refinada, Magnus ofrece en Cazaviejas un divertimento tan sólido como ligero. 

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