A veces, la idea de que “no hay nada nuevo bajo el sol” parece ser cierta: fue en el siglo V a.C. Cuando un marino fenicio llamó “ gorillai ” a una tribu de individuos enormes, negros y muy peludos a los que divisó desde su barco cuando navegaba el norte de África. La designación provenía del término griego “ gorgós ”, que quiere decir “violento”. Más de dos mil años después, en 1847, el naturalista estadounidense Thomas Savage describió como “ gorrilla ” al mono africano que asociamos a ese nombre, y en 1884 se registró por primera vez el uso de “ gorila ” en español. Hoy, en la Argentina, esa palabra sirve para referirse al animal pero también conserva su carga de violencia, cuando se la usa en la esfera política. Esa genealogía, rodeada de la de muchos otros términos, es contada por el periodista uruguayo Ricardo Soca en La fascinante historia de las palabras, un libro recientemente editado en la Argentina por Interzona.
Soca, que es periodista, empezó a difundir sus conocimientos sobre el idioma en el sitio elcastellano.org en 1996. En 2002 empezó a enviar un mail con “La palabra del día”, servicio que hoy cuenta con más de 220 mil suscriptores. Y cuando en 2004 había reunido suficiente cantidad de palabras, las juntó en un primer libro, editado en Brasil, Uruguay y Colombia, y ahora lanzado en la Argentina.
“Los diccionarios etimológicos suelen ser muy aburridos, así que para seleccionar las palabras que componen el libro apelé a un criterio más bien periodístico; busqué que fueran interesantes para casi cualquier lector”, explica el autor, en conversación telefónica con Clarín desde Montevideo. Para ejemplificar, se sirve del término “ moneda ”: el escritor latino Livio Andrónico apodó “ Moneta ” a la diosa Juno luego de que los gansos que vivían alrededor de su templo avisaran (‘avisar’ en latín es ‘monere’) con sus graznidos de que los galos iban a atacar. Se le atribuyó a la diosa ese aviso, y como ese templo estaba al lado del sitio donde se fundían los denarios (el dinero romano), las “monedas” adquirieron ese nombre.
Entre la bibliografía que usó Soca para su trabajo, se destaca la Enciclopedia Británica, el Diccionario de Origen de las Palabras, de John Ayto, y Parentescos insólitos del lenguaje, de Fernando Navarro.
El autor cree que con el tiempo y el estudio se llega a una conclusión casi inevitable: “Cuando empecé era muy purista, hoy soy todo lo contrario; comprendí que el papel de las academias es absolutamente inútil”, sostiene, y agrega que “el inglés no tiene ninguna academia y funciona”. Para Soca, las academias son rígidas, anacrónicas e incluso orientadas ideológicamente “hacia los fines del nacionalismo lingüístico español, a la vez pensado para favorecer los intereses económicos de ese reino”.
Contra la idea tan difundida de que el español es una lengua rica, Soca propone: “Ninguna lengua es más rica que otra, la lengua es una función y tiene la riqueza que la sociedad que la habla necesita”. Es que para él, los idiomas van alimentándose entre sí, y por eso cree que “lo que hablamos es latín del Siglo XXI, con la evolución de 20 siglos y con los contactos con otras lenguas, sobre todo europeas y árabes”. Esas historias mínimas que explican el por qué de un término, integran su libro.