Como si se tratara de una performance mundial –sin duda la más extensa, arriesgada y experimental a la que se haya animado un maestro de escena–, el teatro se encuentra ahora cortejando sus propios límites al imaginarse en ausencia de público. Casi una decena de directores, actores y coreógrafos europeos fueron consultados por Revista Ñ con la pregunta más teatral: ¿cómo actuarán ahora?
La región, que ha sufrido pérdidas masivas en vidas, viene de terminar la temporada invernal bajo amenaza y se enfrenta a un verano a salas cerradas. Es que al otro lado del Atlántico el mundo también cambió tanto que se parece cada vez menos a sí mismo, y el teatro, que desde tiempos inmemoriales reflexiona sobre aquello que nos acontece para refundarlo cada vez, está suspendido entre registros por streaming y ensayos sobre la virtualidad. En el hemisferio norte, todos los míticos festivales fueron cancelados y los proyectos quedaron postergados sin certezas.
Residente en Dinamarca, el director italiano Eugenio Barba, de quien vienen de reeditarse dos libros imprescindibles aquí –El arte secreto del actor (Ediciones del balcón), sobre Antropologìa teatral, y Quemar la casa (Interzona), con bellísimas y lúcidas impresiones sobre la actuación y su flujo–, profundiza en estos días un nuevo aspecto de la histórica actividad de su Odin Teatret, al que ha definido como el “primer signo”: el momento de pasaje entre el invisible espacio interior del artista al espacio exterior y social compartido por otros que perciben y reaccionan a su impronta.
Bajo el orden de la distancia social, túneles sanitarios, protocolos y diseños espaciales dignos de una guerra (contra el Covid), a través de políticas de aislamiento más o menos atendidas, la obra se empata con la vida cotidiana de teatristas contados de a miles. Con mayor o menor optimismo, por videollamada o por mail, los directores y actores consultados intentan hallar un resquicio de libertad entre la nostalgia y el deseo de prolongarle la vida al teatro. Y al revés, para que el teatro siga prolongando la lucidez en todos nosotros.
"Pues el teatro es como la peste –escribió Antonin Artaud– y no sólo porque afecta a importantes comunidades y las trastorna en idéntico sentido. Hay en el teatro, como en la peste, algo a la vez victorioso y vengativo". Sin excepción, todos los entrevistados coincidieron en un aspecto: entendida como contagio energético, superposición espacio-temporal o pensamiento imprescindible en comunidad, la presencia de actor y espectador que ha definido histórica y esencialmente al teatro, no es una batalla perdida.