Contar en teatro no suele ser un buen plan, porque el teatro, vayamos a la etimología, es dram/drama: acción. Y lo que logra Claudio Tolcachir, en codirección con Lautaro Perotti, como gran, repito, gran actor, en esta adaptación de la novela de Sergio Bizzio es, simplemente, impresionante.
Una escenografía minimalista y funcional, más que minimalista, mínima, es todo lo que precisa esta gloria, no se me ocurre otro calificativo, de la escena argentina, que no en vano es un embajador impecable de nuestra cultura, para electrizar a los espectadores con las peripecias -también en sentido griego- de un hombre oprimido por la vida y sumido en la desgracia.
Y sin defraudar el origen narrativo de la pieza, a medida que la acción transcurre se narra. Se narra, la narra.
Narrar.
Práctica que llega desde hace siglos y que se ha ido perdiendo. Y es una dicha que en “Rabia” se recupere y se resignifique en esta puesta con un despliegue actoral que, si no fuera por el tono exacto, minucioso, sin grandilocuencias de Tolcachir actor, podría decir que es un alarde de todo lo que está bien en un escenario.
No contaré el argumento, vale la pena leer la novela, además -yo no lo hice y lo haré-, porque Bizzio es un autor formidable. Y si no hay tiempo, o dinero, o pdf a mano, vean la obra.
Obra que, en un punto, pone a la platea en el cuerpo de este José María, el personaje, que espía, desde su indefensión -como todo público, indefenso en la oscuridad de una sala- a lo que sucede a partir de esa hamartía, dirían los griegos (error inicial que da comienzo a la tragedia) a los acontecimientos que lo involucran y que comprometen a su objeto de deseo, que no es, por cierto, un antagonista, sino alguien que está sumido en la misma desgracia. Y en otras. Porque en esta obra hay absoluta descripción y crítica social.
Y el personaje es protagonista, el que lucha primero. Y en su lucha, como en la mayoría de las tragedias griegas, el antagonista, es el destino.
Y esa crítica, que mencioné, que podría dar origen al título, transita una metamorfosis en la que se completa con otro, digamos accidente, que completa el panorama de la desesperación.
Aquí hay arrebato, planes que se improvisan sobre la marcha de una situación aciaga, y ternura. Ternura.
Aquí hay una actuación memorable de no uno, sino de varios personajes en un solo cuerpo que nos muestran eso que es el pathos: emoción, sentimiento, conmoción, sufrimiento (en cualquier diccionario está al alcance de la vista) y todo compartido, transmitido en comunión con el público, como en una misa que también, es una ceremonia de la devoración.
Porque eso transitan, o transitamos, en la lidia contra la opresión. Cuando la vida acorrala y hasta tendemos a la piedad hacia una rata.
Desgracia y la casi imposible ternura, lo he escrito.
Tan solo. Tan absoluto. Gracias Claudio Tolcachir.