“En la casa de la infancia no hay libros. Patines hay, bicicletas, cajas de cartón con gusanos de seda, pero no libros. Cuando le digo esto a mi madre, se enfurece. Por supuesto había libros, dice. No sé. En todo caso, no hay una biblioteca de ejemplares ingleses como la que tuvo Borges”. Sobreviene en el lector una ladeada sonrisa cuando llega a este remate en la primera página de El corazón del daño, texto íntimo e inclasificable de María Negroni, como un “censo de escenas ilegibles” en su propio decir. La misma risa corta, que no es precisamente de gracia, se oye en las butacas del Picadero cuando Marilú Marini representa la escena al inicio de la obra. Y el eco es igual entre el público del auditorio del Malba, cuando la actriz le pone voz al fragmento, de pie frente al micrófono, antes de sentarse a conversar con el director Alejandro Tantanian sobre el trabajo de adaptación que hicieron de esta novela-ensayo-poema, de cuya sofisticación, pasión, tristeza y elegancia The Paris Review únicamente encuentra antecedentes en Calvino.
La última “novedad” de este tipo en la cartelera porteña es Rabia, que se estrenó primero en Madrid y desde el fin de semana pasado se puede ver en Timbre 4, interpretada por Claudio Tolcachir. La novela de Sergio Bizzio, que está cumpliendo dos décadas desde su publicación, había sido ya adaptada al cine (esto al margen del sorprendente parecido de Parasite, la película coreana ganadora del Oscar en 2020). Podría decirse que el texto –que se tradujo en varios idiomas- encuentra ahora una tercera vida en el teatro. “Es indudable que, quien haya leído la novela, llega a la función conociendo la trama y ha construido en su mente las imágenes de los personajes. Tolcachir, en este caso, le posibilitará a ese espectador realizar una reconstrucción muy sensible del material. Quienes no conocían el texto, seguramente van a encontrarse con un acontecimiento en el que la narrativa de Bizzio se cruza con la teatralidad de una representación que revela su historia de una forma distinta, pero no menos inquietante”, escribió esta semana Carlos Pacheco en su crítica para LA NACION.