por Agustina Bazterrica
Si tuviese que describir el contenido del libro de cuentos de Carlos en una sola frase diría que trata de cuerpos en estado de máxima tensión. Tensión hacia la rotura, que sin fracturarse se aplana, resiste. En algunos cuentos como El único órgano que puede estudiarse a si mismo o Forever Young o Luz negra, los cuerpos de los protagonistas pareciera que se fragmentan y alguna de sus partes adquiere poder. El cuerpo se transforma en la escenografía de un solo órgano que se convierte en el actor principal. El cerebro, el pene y los ojos se transforman en los animadores de relatos donde adquieren una relevancia inusitada. Estos órganos como si fuesen entidades con vida propia muestran capacidad para hacer enloquecer, volvernos impotentes, o generan dolor a los protagonistas, quienes sin importar las consecuencias, sólo los quieren extraer, reemplazar, apagar. Simple y llanamente, prescindir de ellos.
No es casual que, llevando esta idea al extremo, en su novela El sistema de las estrellas Carlos Chernov, haya creado personajes que eligen vivir sin cuerpo, solo el cerebro, mirando películas de manera casi eterna.
En esta línea de pensamiento, recuerdo un fragmento del poema El contacto silencioso de una gran poeta argentina contemporánea, Claudia Masin; “es el cuerpo mismo el misterio, es su compleja miríada de venas, la sangre que corre a alimentar los órganos, escondidos como animales prehistóricos en cuevas tan aisladas que solo la enfermedad es capaz de entrar en ellas”. Porque Claudia nos remite a los cuentos de Carlos donde trabaja la idea de que el cuerpo puede ser una cárcel para realizar aquello que nos apasiona, o incluso para llevar a cabo las más sencillas y elementales acciones de la vida. Pero también el cuerpo puede asombrarnos por su funcionamiento autónomo. El cuerpo se nos presenta como una máquina perfecta. Es bastante perturbador imaginar todas las acciones que realiza nuestro cuerpo sin que nosotros tengamos una intervención consciente. Sin duda, pareciera que tiene una inteligencia propia. Ahora mismo, en este momento, estamos respirando y es algo sencillo, elemental pero alarmante al mismo tiempo. Porque sin ese pequeño, sin ese mínimo acto al que no le damos importancia estaríamos muertos. Aquí se encuentra uno de los tantos aciertos del libro de Carlos, nos obliga a tomar conciencia de este tenso vínculo entre la perfección y los obstáculos casi cotidianos que nos produce nuestro cuerpo, la evidencia de que la máquina puede romperse, que envejece, son tópicos que se perciben claramente en el cuento La fiesta de cumpleaños.
Pero, Carlos va más allá de las tensiones del cuerpo y, por momentos, practica una poética de la materia torturada. No sólo en el plano de lo físico, sino también en el espacio intangible de los vínculos, en los lazos con nosotros mismos y con los otros. Lo que me lleva a reflexionar sobre el título del libro, que es contundente y revelador de ciertas relaciones humanas. Amo. Amo como sinónimo de dueño y señor. Y las preguntas a las que nos va llevando Chernov cuando uno lee sus cuentos son reveladoras e inquietantes.
Pensando en Heidegger, con su dialéctica del amo y el esclavo, ¿somos amos de qué?, o ¿somos esclavos de todo? ¿De la fragilidad de nuestros cuerpos, de los vínculos inestables, de las fuerzas de la naturaleza, del paso del tiempo? ¿O somos amos porque a pesar de todo eso, prevalecemos? Resistimos los embates. El tiempo pasa, pero vamos al gimnasio y hacemos dieta, el pene deja de funcionar pero lo reemplazamos con algo más poderoso, o como en el cuento La exasperación de los genes directamente dejamos de morir. La fantasía de que, pese a todo, podemos vencer a la muerte y al tiempo es lo que nos hace Amos. Puede resultar bastante estimulante la prolongación de la propia vida. Pero, sin duda, la intermitencia de la muerte promueve un paradigma social algo aterrador.
Desde otra perspectiva, el título adquiere un significado adicional. El amor atraviesa toda la obra de Carlos. Amo, entonces, puede leerse como el modo presente del verbo amar. Yo amo. Y para aquellas personas que no tengan presente los títulos de la obra de Carlos, les nombro algunos: Amores brutales, El amante imperfecto, Amor propio. Incluso en su novela distópica, que recomiendo, El sistema de las estrellas, hay una oficina cuyo nombre es: Oficina Administradora de Amores. Me llamó mucho la atención porque es una de las oficinas más frías y burocráticas jamás creadas. Pero no les voy a describir qué hace esta oficina. Lo que importa en todo caso, es que a Carlos el tema del amor le interesa particularmente, atraviesa toda su obra. Este libro de cuentos no es la excepción. Pero claro que Carlos no cae en los lugares comunes del amor romántico, ni acepta la liviandad superficial de algunos afectos. En su obra el amor está presentado como una de las energías más poderosas de la humanidad. Las investigaciones demuestran que la carencia afectiva genera todo tipo de dificultades en el crecimiento saludable de un bebé. Hospitalismo es el nombre que se le da al fenómeno que comenzó a estudiarse en la década de 1970 y que luego fue comprobado científicamente. En concreto, como afirma el psicoanalista Rene Spitz, si en un hospital, se da de comer a un bebé regularmente, pero no se lo toca, no se le transmite algo parecido al amor, a cierto calor humano, ese bebé muere de tristeza. O sea, que esa energía, la energía del amor –tal como lo propone Carlos- es radicalmente necesaria para que podamos vivir.
Pero, el amor es una energía compleja, es una energía en tensión, llena de facetas. En el amor hay ambivalencia, puede haber odio, puede existir la desmesura y la mezquindad, la manipulación. Hay amores sedientos, excesivos, tóxicos. Y Carlos los explora mientras transcurren, como si fuese un científico loco o un psiquiatra avezado, va dejando que los efectos del amor actúen sobre sus personajes y sean ellos quienes definan la trama vital. Una gota de un amor tan poderoso que obliga al protagonista a hacer el máximo sacrificio en el cuento Amo, unos gramos de un amor tan egoísta que lleva a hacer pactos intrigantes en el cuento Probá con el diablo, una pizca de un amor platónico tan perfecto en el cuento María y María que lleva a la protagonista a descorporizarse literalmente, unos centímetros de amores forzados, destructivos, que en el cuento: Cómo me salve de convertirme en una hamburguesa inducen a un inesperado renacimiento personal.
Amar es tener poder y aceptar que tengan poder sobre uno. Esta reciprocidad es, generalmente, asimétrica. Es probable que por eso Carlos piense en el amor como una fuerza que impacta en los cuerpos, que los tensiona como un poder al cual sucumbimos o del que queremos huir. Sin pretender sobrecargar de significados el título del libro, pero inevitablemente aceptando aquello literal, el vínculo del amo y el esclavo también se juegan en el campo del amor. Somos esclavos del amor o amos de otra persona que nos ama. Gracias a esta dialéctica los personajes del libro de Chernov, atraviesan distintos tipos de tensiones y desequilibrios, padecen la contradicción de las ideas, buscan forzar las leyes de la vida, atentan contra el paso del tiempo, las leyes de la biología, la persistente degradación.
Porque el amor nos tensiona, nos frustra, nos resulta insoportable y nos da también el poder de la resiliencia. Hay muchos males en el libro Amo. Accidentes trágicos, órganos de dejan de funcionar, juventud que se escapa, pérdida de hijos, sanidad mental en riesgo y a pesar de todo eso, las personas se reinventan, se adaptan, resisten, aprenden a vivir, crean mecanismos que Carlos describe cuidadosamente.
Vale la pena recalcar, que la obra Amo está construida como una reflexión de bisturí terapéutico y poético sobre estos mecanismos y dispositivos que acompañan la extrañeza de la vida, sobre cómo maquillamos la fragilidad de nuestra existencia con religiones, ideas, creencias e ilusión de poder, con mandatos. Porque otra característica de los personajes que crea Carlos es que siempre presentan algún tipo de coraje, desafían los tabúes culturales, rompen los mandatos, destrozan lo que el resto de nosotros llamamos “normalidad”. El suicidio o los intentos de suicidio que aparecen en varios de los cuentos ejemplifican el acto de máximo control sobre nuestro cuerpo y de máximo escape sobre todo lo que definimos como social, o la locura, la enajenación como otra forma de llegar al límite de la resistencia y rebelión contra lo establecido.
Por último, en todo el libro hay una suerte de marcha extraña. El relato tiene un estilo riguroso, con un ritmo delicado, pero exhaustivo que -coherente con el contenido- nos sumerge en una danza de tensiones. Carlos va modulando la relación entre la belleza y el horror que se inscriben en los cuerpos, en nuestros cuerpos, y que nos permiten desde lo familiar y cotidiano asomarnos al potencial de lo siniestro. Amores sangrientos, lujuriosos, una galería de micro y macro violencias que son las que nos conforman, y nos condicionan. Pero, en esa extrañeza y repulsión nos reconocemos, nos encontramos con la profundidad de la vida En estos cuentos el cuerpo humano modula torsiones, se extenúa, se contrae, se expande, se confunde, se anula, se eleva, se disminuye, se engrandece, se apaga. Son cuerpos atravesados (e inscriptos) en el amor y en la enigmática experiencia del vivir. Porque la literatura de Carlos, al igual que la física, nos permite reconocer la existencia de hechos naturales que no podemos comprender de manera lógica. Pero, como el famoso gato de Schrödinger que puede estar y no estar vivo al mismo tiempo, este libro también nos invita a aceptar la normalidad de lo extraordinario. Así, volvemos al principio, este texto, su autor, y sus tensiones, nos empujan a las preguntas paradojales. En mi caso, por eso mismo, le doy la bienvenida.
Agustina Bazterrica
Si tuviese que describir el contenido del libro de cuentos de Carlos en una sola frase diría que trata de cuerpos en estado de máxima tensión. Tensión hacia la rotura, que sin fracturarse se aplana, resiste. En algunos cuentos como El único órgano que puede estudiarse a si mismo o Forever Young o Luz negra, los cuerpos de los protagonistas pareciera que se fragmentan y alguna de sus partes adquiere poder. El cuerpo se transforma en la escenografía de un solo órgano que se convierte en el actor principal. El cerebro, el pene y los ojos se transforman en los animadores de relatos donde adquieren una relevancia inusitada. Estos órganos como si fuesen entidades con vida propia muestran capacidad para hacer enloquecer, volvernos impotentes, o generan dolor a los protagonistas, quienes sin importar las consecuencias, sólo los quieren extraer, reemplazar, apagar. Simple y llanamente, prescindir de ellos.
No es casual que, llevando esta idea al extremo, en su novela El sistema de las estrellas Carlos Chernov, haya creado personajes que eligen vivir sin cuerpo, solo el cerebro, mirando películas de manera casi eterna.
En esta línea de pensamiento, recuerdo un fragmento del poema El contacto silencioso de una gran poeta argentina contemporánea, Claudia Masin; “es el cuerpo mismo el misterio, es su compleja miríada de venas, la sangre que corre a alimentar los órganos, escondidos como animales prehistóricos en cuevas tan aisladas que solo la enfermedad es capaz de entrar en ellas”. Porque Claudia nos remite a los cuentos de Carlos donde trabaja la idea de que el cuerpo puede ser una cárcel para realizar aquello que nos apasiona, o incluso para llevar a cabo las más sencillas y elementales acciones de la vida. Pero también el cuerpo puede asombrarnos por su funcionamiento autónomo. El cuerpo se nos presenta como una máquina perfecta. Es bastante perturbador imaginar todas las acciones que realiza nuestro cuerpo sin que nosotros tengamos una intervención consciente. Sin duda, pareciera que tiene una inteligencia propia. Ahora mismo, en este momento, estamos respirando y es algo sencillo, elemental pero alarmante al mismo tiempo. Porque sin ese pequeño, sin ese mínimo acto al que no le damos importancia estaríamos muertos. Aquí se encuentra uno de los tantos aciertos del libro de Carlos, nos obliga a tomar conciencia de este tenso vínculo entre la perfección y los obstáculos casi cotidianos que nos produce nuestro cuerpo, la evidencia de que la máquina puede romperse, que envejece, son tópicos que se perciben claramente en el cuento La fiesta de cumpleaños.
Pero, Carlos va más allá de las tensiones del cuerpo y, por momentos, practica una poética de la materia torturada. No sólo en el plano de lo físico, sino también en el espacio intangible de los vínculos, en los lazos con nosotros mismos y con los otros. Lo que me lleva a reflexionar sobre el título del libro, que es contundente y revelador de ciertas relaciones humanas. Amo. Amo como sinónimo de dueño y señor. Y las preguntas a las que nos va llevando Chernov cuando uno lee sus cuentos son reveladoras e inquietantes.
Pensando en Heidegger, con su dialéctica del amo y el esclavo, ¿somos amos de qué?, o ¿somos esclavos de todo? ¿De la fragilidad de nuestros cuerpos, de los vínculos inestables, de las fuerzas de la naturaleza, del paso del tiempo? ¿O somos amos porque a pesar de todo eso, prevalecemos? Resistimos los embates. El tiempo pasa, pero vamos al gimnasio y hacemos dieta, el pene deja de funcionar pero lo reemplazamos con algo más poderoso, o como en el cuento La exasperación de los genes directamente dejamos de morir. La fantasía de que, pese a todo, podemos vencer a la muerte y al tiempo es lo que nos hace Amos. Puede resultar bastante estimulante la prolongación de la propia vida. Pero, sin duda, la intermitencia de la muerte promueve un paradigma social algo aterrador.
Desde otra perspectiva, el título adquiere un significado adicional. El amor atraviesa toda la obra de Carlos. Amo, entonces, puede leerse como el modo presente del verbo amar. Yo amo. Y para aquellas personas que no tengan presente los títulos de la obra de Carlos, les nombro algunos: Amores brutales, El amante imperfecto, Amor propio. Incluso en su novela distópica, que recomiendo, El sistema de las estrellas, hay una oficina cuyo nombre es: Oficina Administradora de Amores. Me llamó mucho la atención porque es una de las oficinas más frías y burocráticas jamás creadas. Pero no les voy a describir qué hace esta oficina. Lo que importa en todo caso, es que a Carlos el tema del amor le interesa particularmente, atraviesa toda su obra. Este libro de cuentos no es la excepción. Pero claro que Carlos no cae en los lugares comunes del amor romántico, ni acepta la liviandad superficial de algunos afectos. En su obra el amor está presentado como una de las energías más poderosas de la humanidad. Las investigaciones demuestran que la carencia afectiva genera todo tipo de dificultades en el crecimiento saludable de un bebé. Hospitalismo es el nombre que se le da al fenómeno que comenzó a estudiarse en la década de 1970 y que luego fue comprobado científicamente. En concreto, como afirma el psicoanalista Rene Spitz, si en un hospital, se da de comer a un bebé regularmente, pero no se lo toca, no se le transmite algo parecido al amor, a cierto calor humano, ese bebé muere de tristeza. O sea, que esa energía, la energía del amor –tal como lo propone Carlos- es radicalmente necesaria para que podamos vivir.
Pero, el amor es una energía compleja, es una energía en tensión, llena de facetas. En el amor hay ambivalencia, puede haber odio, puede existir la desmesura y la mezquindad, la manipulación. Hay amores sedientos, excesivos, tóxicos. Y Carlos los explora mientras transcurren, como si fuese un científico loco o un psiquiatra avezado, va dejando que los efectos del amor actúen sobre sus personajes y sean ellos quienes definan la trama vital. Una gota de un amor tan poderoso que obliga al protagonista a hacer el máximo sacrificio en el cuento Amo, unos gramos de un amor tan egoísta que lleva a hacer pactos intrigantes en el cuento Probá con el diablo, una pizca de un amor platónico tan perfecto en el cuento María y María que lleva a la protagonista a descorporizarse literalmente, unos centímetros de amores forzados, destructivos, que en el cuento: Cómo me salve de convertirme en una hamburguesa inducen a un inesperado renacimiento personal.
Amar es tener poder y aceptar que tengan poder sobre uno. Esta reciprocidad es, generalmente, asimétrica. Es probable que por eso Carlos piense en el amor como una fuerza que impacta en los cuerpos, que los tensiona como un poder al cual sucumbimos o del que queremos huir. Sin pretender sobrecargar de significados el título del libro, pero inevitablemente aceptando aquello literal, el vínculo del amo y el esclavo también se juegan en el campo del amor. Somos esclavos del amor o amos de otra persona que nos ama. Gracias a esta dialéctica los personajes del libro de Chernov, atraviesan distintos tipos de tensiones y desequilibrios, padecen la contradicción de las ideas, buscan forzar las leyes de la vida, atentan contra el paso del tiempo, las leyes de la biología, la persistente degradación.
Porque el amor nos tensiona, nos frustra, nos resulta insoportable y nos da también el poder de la resiliencia. Hay muchos males en el libro Amo. Accidentes trágicos, órganos de dejan de funcionar, juventud que se escapa, pérdida de hijos, sanidad mental en riesgo y a pesar de todo eso, las personas se reinventan, se adaptan, resisten, aprenden a vivir, crean mecanismos que Carlos describe cuidadosamente.
Vale la pena recalcar, que la obra Amo está construida como una reflexión de bisturí terapéutico y poético sobre estos mecanismos y dispositivos que acompañan la extrañeza de la vida, sobre cómo maquillamos la fragilidad de nuestra existencia con religiones, ideas, creencias e ilusión de poder, con mandatos. Porque otra característica de los personajes que crea Carlos es que siempre presentan algún tipo de coraje, desafían los tabúes culturales, rompen los mandatos, destrozan lo que el resto de nosotros llamamos “normalidad”. El suicidio o los intentos de suicidio que aparecen en varios de los cuentos ejemplifican el acto de máximo control sobre nuestro cuerpo y de máximo escape sobre todo lo que definimos como social, o la locura, la enajenación como otra forma de llegar al límite de la resistencia y rebelión contra lo establecido.
Por último, en todo el libro hay una suerte de marcha extraña. El relato tiene un estilo riguroso, con un ritmo delicado, pero exhaustivo que -coherente con el contenido- nos sumerge en una danza de tensiones. Carlos va modulando la relación entre la belleza y el horror que se inscriben en los cuerpos, en nuestros cuerpos, y que nos permiten desde lo familiar y cotidiano asomarnos al potencial de lo siniestro. Amores sangrientos, lujuriosos, una galería de micro y macro violencias que son las que nos conforman, y nos condicionan. Pero, en esa extrañeza y repulsión nos reconocemos, nos encontramos con la profundidad de la vida En estos cuentos el cuerpo humano modula torsiones, se extenúa, se contrae, se expande, se confunde, se anula, se eleva, se disminuye, se engrandece, se apaga. Son cuerpos atravesados (e inscriptos) en el amor y en la enigmática experiencia del vivir. Porque la literatura de Carlos, al igual que la física, nos permite reconocer la existencia de hechos naturales que no podemos comprender de manera lógica. Pero, como el famoso gato de Schrödinger que puede estar y no estar vivo al mismo tiempo, este libro también nos invita a aceptar la normalidad de lo extraordinario. Así, volvemos al principio, este texto, su autor, y sus tensiones, nos empujan a las preguntas paradojales. En mi caso, por eso mismo, le doy la bienvenida.