¿Cómo surgió la idea de la novela?
La idea de la novela surgió a partir de una situación que viví con mi bisabuela unos meses antes de su muerte. Ella tenía ciento tres y ya estaba muy enferma. Hacía dos años que agonizaba. No le quedan fuerzas ni para morir. Siempre que la visitaba me iba con la misma idea: ¨Ni en pedo quiero pasar por esto¨. Y una de las últimas veces que fui a verla, me dijo que no daba más, que quería tirarse por el balcón. Yo estaba parado al pie de la cama. La miré. Miré el balcón. Miré una silla que había en el cuarto. Estaban todos los elementos. Faltaba disponerlos de la forma adecuada. Por supuesto no lo hice. Pero me quedé con esa escena. Al tiempo la Bisa murió. La escena, no. Esa silla bien pegada a la baranda del balcón con una mujer de ciento tres años parada arriba, tirándose desde un séptimo piso para liberarse de un sufrimiento ridículo y desesperadamente lento, me invadía todo el tiempo. La escribí. Es el primer capítulo de la novela. Y, aunque ocupa solo la primera página deTácticas de superación personal, fue el disparador para el resto de la historia: el narrador yéndose a un pueblo de Córdoba para asimilar la colaboración con el suicidio de su bisabuela, las relaciones que establece con la gente del lugar –en especial con un científico ruso que vive en el terreno de al lado–, y el ejercicio de la escritura como un método para ensayar variantes de la realidad y ponerse en perspectiva.
¿Sentiste como un desafío extra el hecho de iniciar una novela con un pico de tensión tan alto? ¿Ese fue el punto de partida original de la historia, o hubo versiones anteriores en donde la muerte se cuenta más adelante?
El suicidio de la Bisa siempre estuvo al principio. No hubo movimiento de capítulos en las correcciones. El hecho de iniciar la novela con ese pico de tensión en realidad no me resultó un desafío extra porque en ningún momento me planteé la posibilidad de sostener esa tensión durante toda la historia. Esa escena para mí –y para el narrador– funcionó como estímulo para las páginas siguientes. De alguna forma motivó que hubiera algo para contar.
¿Qué te interesa provocar en el lector?
Nada en particular. Lo que sea que provoque un texto mío en el lector está bien. Nunca escribo estratégicamente, queriendo buscar un efecto. No es sano para un texto imprimirlo de intenciones. Yo soy lector. Me siento subestimado cuando detecto que un autor está buscando que yo reaccione de una forma en particular. En todo caso, lo que no me gustaría provocar en un lector es indiferencia; que no le pase nada. Que termine de leerme y diga ¨qué sé yo, zafa¨ o ¨se deja leer¨. Puede pasar, claro. El voltaje de lo que produce un texto en el lector está determinado por muchos factores y casi ninguno depende del autor. Por eso lo mejor para mí es prescindir de querer provocar algo en los lectores. Escribir sin esa expectativa; disfrutando y padeciendo el proceso, como suele pasar.
¿Qué autores sentís que influyeron en tu escritura?
La primera vez que leí a John Steinbeck –De ratones y hombres– dije: “quiero llegar a un texto como este”. Y lo repetí con cada novela que leí de él. Hasta hoy no encontré un autor tan parejo, con una obra tan consistente, y con finales tan bien calibrados. No sé hasta qué punto Steinbeck influyó en mi escritura. Lo que sí sé es que fue el autor que más me incentivó a escribir. Después si pienso en influencias me quedo más con libros que con autores: Claus y Lucas de Agota Kristoff, Catedral de Carver, La inteligencia de las flores de Maurice Maeterlinck, La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde, mucho de Faulkner, Mientras escribo de Stephen King, en su momento El barón rampante de Calvino… y varios más.
¿Y autores de Argentina?
Bastante de Saer, bastante de Soriano, varias de Aira, el primer texto de El fin de lo mismo de Marcelo Cohen. Por otro lado, no creo que haya un solo escritor argentino contemporáneo que pueda prescindir de la influencia que tienen Cortázar y Borges en nuestra literatura; aunque sólo sea como modelos de lo ya explorado que no se quiere repetir. Siempre aparece algún nuevo escritor argento que quiere llamar la atención desmereciéndolos. Pura pose; no es creíble. Les respeto su marketing. Cada uno trata de llamar la atención como puede. Yo prefiero tratar de hacerlo con textos.
En Tácticas de superación personal hay referencias constantes y explícitas al género de autoayuda, siempre desprestigiado por el mundo literario y artístico. ¿Qué encontrás de atractivo en el uso de este género en tu novela? En algún punto, ¿sentís que ese cruce de géneros es una suerte de provocación al lector de literatura?
Creo que la única diferencia entre el género de autoayuda y el de ficción –además de su calidad literaria– es que el primero promete cosas concretas y el segundo, no. Los libros de autoayuda parecieran garantizar una especie de terapia textual, que estimula el autoconocimiento. En mi opinión los libros de ficción pueden generar eso y más. Pasa que tienen otro tipo de publicidad. El cruce de géneros en Tácticas de superación personaltiene un poco de esa idea. El narrador escribe como ejercicio reflexivo. Trata de disciplinarse escribiendo. Y a medida que lo hace y se relee, va obteniendo una perspectiva más nítida de todo. Más que nada de él. La posibilidad de que lo narrado sea una ficción está latente, pero no hace ninguna diferencia. Lo importante es el resultado al que llega; no el método que usó para llegar. No busco ninguna provocación con el título de la novela. En todo caso traté de robarle un poco de estrategia publicitaria a la autoayuda.
En Cortes argentinos, tu novela anterior, el personaje principal tiene una relación muy particular con Ramba, su perra. En Tácticas de superación personal José adopta a Cuca, una perra que parece ser su única certeza. ¿Cómo ves la relación de tus personajes con sus mascotas?
Para mis personajes las mascotas son como espejos domesticados. De alguna manera, se ven reflejados en cómo reaccionan los animales a lo que son. En Tácticas de superación personal la Cuca, la mascota del narrador, funciona un poco como eso: un espejo vivo en el que José busca reconocerse y, tal vez, domesticarse. Premia y castiga la imagen que su perra le devuelve de él. A veces las mascotas también funcionan como un depósito de ansiedades, como canalizadores de frustraciones. Cuando José le tira un palo para jugar y la Cuca ni se mosquea, le echa la culpa a ella por vaga. Pero en el fondo sabe que lo que realmente le molesta es no tener el control. De a poco va aceptando la idea. Y conforme avanza esa aceptación, también mejora la relación con la Cuca y, por ende, consigo mismo.
¿Qué estás escribiendo actualmente?
Estoy haciendo el experimento de escribir dos novelas al mismo tiempo. ¨Educando a la bestia¨ es el título provisorio de la que tengo más avanzada. Trata de un chico de veinte años, gigante (1,95 mts; 117 kilos), que tiene Asperger. La vecina le consigue un trabajo en el depósito de una librería. A medida que sus compañeros vayan conociéndolo, irán adoptando actitudes muy diferentes hacia él. En algún momento desaparecerán cien mil pesos de la caja y Marito quedará envuelto en el robo. La otra novela tiene como título definitivo Yoga y whisky.