¿Qué es la danza? ¿Todes somos bailarines? ¿Es la danza el arte del re-nacimiento? ¿Nacemos bailando? ¿Qué conocimientos prenatales hacen que el cuerpo dance? ¿Se baila el espanto de llegar a este mundo? ¿Se puede danzar la deformidad, el empuje, la exaltación, el odio, el orgasmo y la muerte?
Estas son las preguntas que me surgieron al leer el libro El origen de la danza, de Pascal Quignard (Interzona Editora, 2017).
A continuación, verteré diversas apreciaciones sobre este maravilloso texto.
El autor introduce el pensamiento de concebir cada movimiento del proceso de crecimiento del mismo cuerpx del sujeto como un baile. El concatenamiento de la espesura kinestésica del ciclo vida-muerte-vida es, por sí misma, una coreografía:
El feto que puja deseante por salir, deseante por ser fuera de sí
Deseante por dejar ese lugar cayéndose y levantándose
rompiendo todo para desarmar
lo ya existente gesta el singular acto revolucionario de desarme
complejamente simple se constituye la primera danza
Todo lo demás: derivaciones de lo posible son y serán actos múltiples que intentarán imitar-recrear la sensación del desapego primario. La sensación de deconstruirse y erguirse en las propias rodillas para pintar la vía láctea con las sobras del éxtasis, de lo que quedó de materia física trasladándose de un punto a otro, cuerpo-espacio-tiempo, en una perfecta sincronía.
A medida pasaba los capítulos del libro, me acordaba de una frase que leí, de Isadora Duncan, en su libro El arte de la danza, donde desliza esta reflexión sobre lo que representa para ella la danza: “Lo propio de la danza es el equilibrio entre la tierra y el cielo, lo profundo y la altura, siempre amenazado y siempre reconquistado, y también lo propio de la vida. Caminar sobre toda cuerda, bailar sobre toda posibilidad: tener su genio en los pies. Así pues, la danza reconcilia el cielo y la tierra, reconcilia todos los mundos: el bailarín, ligero como el viento, es libre, está más allá del bien y del mal, más allá de la verdad y la mentira, revolotea por encima de todas las cosas”.
Este equilibrio del cual habla Duncan y las propias contradicciones de la vida y del cuerpo que portamos llevan consigo una de las ideas que se observan en el libro de Quignard, sobreponiendo el deseo que avanza más allá de la voluntad humana y que es la ocupación de la materia corpórea en el espacio. El avance más allá del cuerpo que me concibió es el salirse del cuerpo otro para ser cuerpo propio.
Es por esto que comprender los cuerpos y las cuerpas es la mejor manera de experimentar la danza, escuchándonos, decodificando el mensaje que está inscripto, desde antes de nacer, desde antes de largar el primer llanto que rompe el cónclave existencial.
Danzar es apelar a los tropezones y gestos infantiles, es no saber hablar ni estar de pie, es estar en continuo trance con lo que ya no existe, con lo que fuimos, con la sombra antes de esta luz, para abrazarla y encontrar, en ella, una nueva manera de ser baile, hoy, en el presente y en devenires futuros.