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De la realidad a la ficción y de la ficción a la realidad. Entrevista al Dr. Palmer, protagonista de El caso Anne

Exclusiva para The Boston Daily News: Glenn Cooper entrevista al Dr. Dave Palmer.*

“El hombre es un ser poético, a pesar de todo el pataleo de los genetistas, los neurobiólogos, ese ejército de expertos convencidos de que van a dar con la respuesta revolviendo en las mitocondrias”, enfatiza el Dr. Dave Palmer mientras conversamos en su casa.

Glenn Cooper: No estoy familiarizado con el psicoanálisis, pero la versión inglesa de “El caso Anne” llegó a mis manos y quedé muy sorprendido al saber que el Dr. Dave Palmer existe. Comencé a leer el libro con el espíritu de quien se sumerge en una ficción interesante, pero a medida que avanzaba en la lectura me sentí completamente cautivo en la extraordinaria historia de esa mujer y de su tratamiento. Me resultó imposible no entrar en una identificación con los personajes, con sus síntomas, con las terribles sombras que los asedian. Cuando más tarde me enteré que se trataba de un caso verídico y que ese psicoanalista vive en mi ciudad, sentí la necesidad de conocerlo y de saber un poco más sobre ese raro oficio que usted define como “cazador de palabras”.

Dave Palmer: Aunque soy un ser real, en cierto modo ese libro me ha dado una existencia singular. Pero el mérito es de la propia paciente, la auténtica protagonista del libro. Anne fue alguien único. Todas y cada una de las personas a las que trato lo son, pero es inevitable que un psicoanalista tenga sus preferencias. Hay casos que nos dejan una huella especial y este ha sido uno de ellos.

G.C.: No obstante, usted no escribió el libro. Podría haberlo hecho, puesto que es autor de numerosos estudios y ensayos…

D.P.: Pero no soy novelista. Conocí a mi colega Gustavo Dessal, un analista argentino residente en España, en unas Jornadas de Estudio que tuvieron lugar en New York y en las que presenté mis observaciones sobre el historial de Anne. Dessal se mostró profundamente impactado por el caso y sugirió convertirlo en el argumento de una novela. Creía, y le doy toda la razón, que de esa manera la historia podría llegar a mucha gente, y no solo a los especialistas. La prueba es que la obra ha convertido un historial clínico en un relato que nos pone ante la evidencia de que la esencia de lo humano está contenida en la locura. En ese punto, Dessal no hace otra cosa que transitar un camino abierto hace siglos por los grandes poetas, pero la novedad es mostrarlo en el marco de un tratamiento psicoanalítico. Sin duda, la historia de Anne le ha proporcionado los elementos con los que construir una trama que alcanza el corazón del lector. Yo mismo he quedado conmovido, aunque conozca la historia mejor que nadie. Pero la novela tiene una fuerza expresiva que permite demostrar cómo un psicoanálisis es una experiencia que nos abre al universo íntimo de lo humano.

G.C.:  De todos modos, no se trata solo de la paciente. Usted también es el co-protagonista del libro y su papel es absolutamente central. Al acabar la lectura he tenido la impresión de que Anne no solo existe por sí misma, sino también gracias al Dr. Palmer.

D.P.: Creo entender lo que sugiere, pero lo diría de otra manera. No es en modo alguno un mérito que me pertenezca. La experiencia de un psicoanálisis consiste exactamente en eso: en ofrecerle a una persona la oportunidad de que construya su historia…

G.C.: ¿Pero entonces es preciso psicoanalizarse para tener una historia? ¿Acaso cada uno de nosotros no posee una?

D.P.: Desde luego. Pero es una historia en bruto, una historia en la que cumplimos un papel hasta cierto punto desconocido. La vida, la vida que vivimos cotidianamente y cuyos acontecimientos se van sumando a lo largo de los años, es algo que nos arrastra. En verdad no tenemos mucha idea de lo que hacemos y mucho menos de las razones por las que perseveramos en la insensatez de todos los días. En cambio, un análisis nos da, de pronto, la maravillosa y aterradora oportunidad de convertirnos en autores, de pronunciar en voz alta el texto secreto de nuestra existencia.

G.C.: Concuerdo con que pueda ser una oportunidad maravillosa. ¿Pero por qué habría de ser al mismo tiempo aterradora?

D.P.: Si no lo fuese, no podríamos comprender por qué la mayoría de las personas creen que hay que estar loco para iniciar un análisis. Es un prejuicio tonto, como todos los prejuicios, pero al que no le falta una pizca de verdad. Tememos la locura, tememos la locura que existe en cada uno de nosotros, la extravagancia de los deseos que nos habitan, la inquietante intuición de que podríamos descubrir la versión oculta de nuestra imagen. Uno solo puede levantarse cada mañana y ponerse en funcionamiento a condición de vivir en el desconocimiento de todo aquello. Así vivimos los seres humanos, y nos arreglamos lo mejor posible hasta que algo falla, algo sucede de tal modo que resulta imposible mantener el convenio al que habíamos llegado con nosotros mismos. Es imprevisible, pero pasa. Avanzamos distraídos en el sentido común y de pronto nos damos un golpe, tropezamos con el acontecimiento que no entraba en nuestros planes. Eso puede cobrar formas muy distintas. Es el rayo de un pensamiento inmundo que se nos impone, o el estallido de la angustia, o el súbito impedimento de realizar una cosa a lo que estábamos acostumbrados. La vida se nos da vuelta y eso no es precisamente agradable, mucho menos la idea de asomarse a ese abismo para entender qué ha ocurrido. La gente quiere pasar página, quiere volver a su rutina, a la comodidad de la pequeña o gran mentira que da sentido a su vida, quiere retomar las palabras vacías que los acompañan siempre. A nadie le gusta hacerse preguntas, y un psicoanálisis comienza precisamente así: convirtiendo el golpe que nos hemos dado en una pregunta. Es algo que da mucho miedo, por eso una parte de la tarea del psicoanalista es hacerle sentir al paciente que hay alguien que puede escucharlo sin fruncir el ceño ni soltarle un sermón de buenos consejos, alguien que habrá de acompañarlo en la búsqueda de una respuesta.

G.C.: Volvamos a Anne. No sé si calificarla de heroína. Ella se nombra a sí misma como superviviente. Tengo la impresión de que usted le ha reconocido esa condición, y que le ha otorgado a ese término un lugar especial en el tratamiento.

D.P.: Sin duda. Dessal, que ha dado forma narrativa al caso, ha captado muy bien lo que para mí fue una clave. La idea de la supervivencia es un hilo conductor de toda la historia. La supervivencia de los padres de Anne y la lesión incurable que la experiencia del Holocausto ha dejado en cada uno de ellos, grabada mucho más profundamente que el número con el que habían sido tatuados. La supervivencia de Anne, que ciertamente es una heroína, puesto que su coraje de vivir le dio las fuerzas para sobreponerse a su locura. Eso es algo sobre lo que tanto yo en la presentación del caso como Dessal en su transposición literaria, hemos coincidido totalmente. Hay algo inexplicable en el fondo de toda vida humana. El psicoanálisis tiene una teoría muy contundente para dar cuenta de las palancas y demás mecanismos inconscientes que mueven a las personas, que las llevan de aquí para allá. Esa teoría le da un papel determinante al mundo en el que cada uno aterriza cuando es arrojado a la existencia. Ese mundo está fabricado con muchas piezas dispersas: historias, mitos, secretos, deseos, palabras incomprendidas, palabras calladas, malentendidos que pueden perpetuarse para siempre y condenarnos al sufrimiento. Con todo eso cada uno construye su propio argumento y se acomoda a su papel. Eso podemos explicarlo muy bien, porque un psicoanálisis es una especie de proceso de desmontaje, es preciso desarmarlo todo y volverlo a montar de otra manera. Pero hay un límite a lo que podemos saber. Hay un límite insuperable, porque lo que hace la diferencia es indecidible. ¿Por qué alguien puede sobrevivir a lo peor y otros naufragan en circunstancias en apariencia mucho menos adversas? Freud, y ese gran continuador que fue el psicoanalista francés Jacques Lacan, comprendieron que allí donde la clínica, el saber clínico, encuentra su tope, comienza la dimensión ética de cada ser humano, eso que no puede explicarse, eso cuya causa es incognoscible. Allí se encuentra el misterio más maravilloso de una vida, el guardagujas que por alguna razón hace que alguien que podía ir por determinada vía, se encamine hacia otra. El padre y la madre de Anne pasaron por experiencias semejantes, y sin embargo cada uno de ellos sobrevivió de manera diferente. Es muy probable que con la ayuda de los instrumentos clínicos del psicoanálisis podríamos explicar esa diferencia, pero solo hasta cierto punto. Yo tengo un respeto muy particular precisamente por eso a lo que no puedo dar razón, eso que solo puedo describir con la ayuda de algunas metáforas. Allí, en los confines del saber clínico, entramos en el territorio de la eticidad y de lo poético. El hombre es un ser poético, a pesar de todo el pataleo de los genetistas, los neurobiólogos, y ese ejército de expertos convencidos de que van a dar con la respuesta revolviendo en las mitocondrias.

G.C.: ¿Por qué confió la experiencia sobre este caso a alguien que apenas conocía?

D.P.: Con Gustavo hubo una buena sintonía desde un principio. No se trató de una mera coincidencia respecto de la corriente psicoanalítica en la que ambos estamos comprometidos. Eso puede encontrarse fácilmente, incluso en los Estados Unidos, donde el psicoanálisis ya no tiene el prestigio de los años cincuenta y sesenta. Pero lo fundamental fue el hecho de compartir ciertos puntos de vista sobre la experiencia de un análisis. A partir del momento que surgió la idea de convertir esa historia en una novela, mantuvimos largas conversaciones, algunas duraron hasta la madrugada. Hablamos de Anne, por supuesto, pero a partir de ella el diálogo avanzó en muchas direcciones. El psicoanálisis, el modo en que cada uno de nosotros había entendido la función del psicoanalista, la relación entre el psicoanálisis y el arte, en especial la literatura. Sí, creo que fue esto último en lo que más nos compenetramos. He leído mucha obra de ficción a lo largo de mi vida, y algunos escritores dejaron en mí una marca decisiva. Sin ellos, sin sus obras, sin algunas de sus frases, sin la sabiduría de su escritura, me resultaría imposible comprender lo que hago cuando tengo a alguien frente a mí, a alguien que consiente a entreabrirme la puerta de su intimidad… En ese sentido, encontré en Dessal a un interlocutor que vibraba en el mismo tono. Para él también la literatura es un referente indispensable en la cotidiana aventura de psicoanalizar, tanto como los textos de los grandes maestros del psicoanálisis.

G.C.:  En la novela, usted aparece como alguien contrariado con el mundo…

D.P.: ¿De veras? ¿Ha tenido esa impresión? Ahora que lo dice, tal vez eso se deba a que mi vida está implicada en un oficio cada vez más asediado por un sistema social en el que el rendimiento y la eficacia se miden con los valores del mercado, que son los valores que desmerecen lo más importante que tenemos. No fui yo el que acuñó la expresión “cazador de palabras”…

G.C.: Es usted quien lo dice en el libro, y las críticas y reseñas han citado mucho esa metáfora.

D.P.: Sí, pero aunque la suscribo totalmente, ha sido el novelista quien la ha puesto en mi boca, o mejor dicho en mi pensamiento, porque si no recuerdo mal es algo que pertenece a mi monólogo interior como personaje. Decía que aunque no fui yo quien inventó esa definición, las palabras se van tornando una especie en extinción. Eso no quiere decir que la gente no hable, no diga cosas, o que el discurso no discurra por el mundo, mucho más ahora que puede transmitirse a lo largo y ancho del universo de modo simultáneo y en el acto. Pero lo decisivo es si las palabras siguen produciendo los mismos efectos, si tienen consecuencias, si son capaces de conmover algo más que no sea la demanda de consumo o los sueños de emprendimiento. Es en ese sentido que puedo parecer un tipo que va a contracorriente de los tiempos, pero en realidad no es así. El psicoanálisis ha habitado siempre en la adversidad. No es un discurso ni una práctica adaptada al sistema, como puede serlo la psicología o la psiquiatría. Igual que el resto de mis colegas repartidos por el mundo, me dedico a molestar, a hurgar en aquello que no funciona. El psicoanálisis es incómodo, porque no propaga el consuelo de la religión ni sirve para fortalecer la autoestima, esa tontería que se ha inventado para que cada uno de nosotros no se detenga a pensar que una vida es algo que tiene que tomarse en serio y no una plataforma de lanzamiento al cielo de la felicidad.

G.C.: Eso queda muy claro en el libro. Pero por la misma razón, existen muchas personas que prefieren mensajes más esperanzadores. Solo tenemos una vida, y en ocasiones debemos ser pragmáticos.

D.P.: Estoy completamente de acuerdo con usted. Claro que debemos ser pragmáticos. ¿Pero cómo vamos a entender eso? Porque le aseguro que todos los días veo a gente que va derechito al abismo de la depresión grave cuando descubre que la prédica de la autosuperación y la lucha por la realización personal se estrella contra el muro de un sistema que manipula las esperanzas. Para mí, ser pragmático significa despertar de la hipnosis en la que somos introducidos cotidianamente con el fin de que entreguemos el alma a cambio de un puñado de mitos. Alguien debería escribir una nueva versión del Fausto, una versión posmoderna, porque el demonio ha cambiado de rostro, pero tiene armas mucho más poderosas para tentarnos. Las promesas de inmortalidad ahora las hace en nombre del supuesto progreso tecnológico.

G.C.: ¿Habrá una continuación de El caso Anne? ¿Se imagina a sí mismo en un nuevo libro? Porque en esta entrega, además del personaje central de la superviviente, encontramos otros personajes, otros pacientes cuyas historias no son menos fascinantes.

D.P.: Desconozco los detalles, pero creo que Gustavo ya está trabajando en esa dirección. Si juntos podemos transmitirles a los lectores que en toda vida hay una trama por descubrir, que no es necesario que sucedan acontecimientos espectaculares para que una historia posea su dignidad singular, entonces me daré por muy satisfecho, porque el psicoanálisis es exactamente eso: la posibilidad de transformar lo nimio, lo intrascendente, lo banal incluso, en algo extraordinario, en algo que nos arranque durante un instante fugaz de la narcosis en la que estamos inmersos.

* Traducción al español, por Jackson Martínez, de la entrevista que Glenn Cooper, uno de los más influyentes periodistas americanos, realizó a Dave Palmer, MD, psiquiatra y psicoanalista residente en Boston a propósito de la novela “El caso Anne”, de Gustavo Dessal (versión inglesa: “Surviving Anne”).

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