Una profesora universitaria de treinta años se enamora, o cree enamorarse, de un alumno suyo de dieciocho. El encantamiento cede a la pasión: la obsesión es un tejido delgado hecho de la habitual paradoja del sentimiento no correspondido. “No lo pensó más: la profesora escribió lo único que no tenía que escribir, creo que estoy enamorada, con una carita feliz, con todo lo que podía hacer para arrastrarse frente a un pendejo de 18 años. Tuviste lo que querías: una respuesta. Rabec contestó que no podía cumplirte el deseo. No puedo cumplirte el deceo, escribió, y ese error infantil te hizo más mierda todavía.” Si a esto le agregamos que la profesora está atravesando una crisis de pareja con su novio, resulta tentador imaginar desde un principio que Electrónica tiene muchos elementos para una historia donde el amor asume su papel protagónico. Sólo que Enzo Maqueira aborda esta problemática desde una perspectiva muy interesante, no ya del amor sino de su búsqueda y en todas sus formas. Hay una palabra para resumirlo. “Nuestros abuelos ya hicieron el esfuerzo de empezar de cero, nuestros padres hicieron la plata, a nosotros nos queda buscar la felicidad. Pero no alcanza nunca, dijo la profesora. No, dijo el ninja, no nos queda nada.” Y es justamente sobre esta conciencia de vacío donde va a emerger lo más intenso que tiene Electrónica, una novela inteligentemente escrita donde Enzo Maqueira despliega con gran rigor formal una buena dosis de humor, mezcla de cinismo y condescendencia, la crisis existencial de lo que podría ser un sector de la clase media perteneciente a la generación del noventa. “Estando en el lugar de esos pibes creías que las fiestas iban a pasar a la historia como una época, como el Mayo Francés o el Flower Power, el tiempo de despertar de una generación. En el caso de ustedes iba a ser la generación que había aprendido el Amor Universal gracias a una pastilla que los hacía sentirse parte de un todo. Muchas de las coartadas que se plantean en Electrónica resultan falsas, y ése es el modo por el cual Maqueira plantea una crítica hacia una generación que no se siente como tal fuera del sector social al cual pertenece. La profesora y sus amigos reconocen un paraíso perdido (la adolescencia entre todo tipo de drogas, Dj y covers de Samuel Barber) que lentamente les va sonando a fraude. El resultado es una absoluta soledad, desconfianza y miedo. El futuro es ser consciente de no querer parecerse a los padres, pero en lo inmediato parece no haber estructura ideológica a la cual aferrarse; se trata de una generación criada durante el menemismo, una economía tramposa, donde todo debe ser fácil, rápido y divertido, apolítica, víctimas en suma del neoliberalismo a ultranza. Enzo Maqueira construye una novela original en relación con estos temas: si la tecnología ha desplazado como paradigma a la ciencia, ahí está la joven profesora haciendo uso de Internet pero frustrada ante el avance de la enfermedad de su padre, víctima de un ACV; la generación anterior que podría transmitir conocimiento despierta siempre la desconfianza o segundas intenciones, como sucede con una ex pareja de la profesora, un terapeuta más dispuesto a seducirla que a intentar ayudarla, o acaso un hombre que en un determinado momento se le acerca para expresarle algo verdaderamente revelador, y sin embargo la profesora desconfía. La desconfianza como un estigma generacional. Una generación atravesada por discursos destinados al fracaso. “Lo peor de todo, dijiste, era que por más bueno que estuviera Internet el futuro había resultado ser una cagada. El ninja empezó a reírse, ¿por qué te parece una cagada? Le había dado dos secas al porro y estaba drogado a las seis de la tarde de un día de semana. Porque sí, dijiste, porque creíamos que iban a existir robots y naves voladoras, por lo menos que iban a inventar la patineta que flota de Volver al futuro, nunca pensamos que el siglo XXI iba a ser estar con un pie en la realidad y con otro pie adentro de una pantalla.”
Enzo Maqueira logra plantear una sensibilidad especial en Electrónica: el sentimiento genuino de una generación que esperaba heredar un mundo hecho a la medida de las ficciones, sin reparar en que son ellos los que tienen la obligación de transformarlo.