Si la literatura beat intentó representar una experiencia cercana a lo concebido “oralmente” (diferenciándose así de la tendencia predominante de poetas como Eliot, donde la “danza del intelecto” entre las palabras se ubicaba por encima de la manifestación verbal), los escritos, poemas y diarios de John Cage dan un salto aún más profundo: para él el lenguaje es, en sí mismo y de sí mismo, sonido.
John Cage (Los Ángeles 1912 – Nueva York 1992), de un vasto repertorio interdisciplinario, fue un compositor, escritor, performer, filósofo, teórico musical, micólogo y artista visual.
El nuevo volumen editado por Interzona, Ritmo etc., es una compilación realizada a partir de los libros A Year from Monday (1967) y Empty Words (1973), en el que se destaca el complejísimo trabajo de edición y traducción de Matías Battistón, y la composición de interiores de Brenda Wainer, misma que respetó las maquetaciones de los escritos originales.
Esta compilación reúne conferencias y poesías, diarios y textos sobre Duchamp y Miró, además de reflexiones sobre el arte y la música. Aunque estos escritos tienen algo en común: sus límites nunca quedan del todo claros.
John Cage, lector de McLuhan y Fuller, no teme en recordarnos que “ya no leemos de forma sistémica (terminando cada columna, o siquiera dando vuelta la página para terminar un artículo): saltamos”. Comprende, con facilidad, que nuestro entendimiento cambia según los avances de la ciencia: la publicidad, la tecnología, la electrónica y los medios de comunicación ejercen una notable influencia sobre nuestras percepciones sensoriales. Pero su actitud frente a la automatización tecnológica no es dramática, como la de Lewis Mumford, sino profética: “Las banderas serán los servicios”, “Cuando publicitan algo, ya directamento lo evadimos”, “Democracia electrónica (voto instantáneo de parte de cualquiera): personas, no ovejas”.
En su intento por capturar lo real, tal y como se presenta frente a nuestra propia sensibilidad y experiencia, Cage se rehúsa a establecer relaciones fijas. El lenguaje, considerado como un cuerpo de sonidos, se libera no sólo de la melodía, sino también de la sintaxis y el significado. De forma aleatoria e indeterminada, como nuestra percepción, Cage se propone en poemas como “Diario: cómo mejorar el mundo...” utilizar doce tipos de letra distintos, empleando operaciones aleatorias para determinar qué fuente asignar a cada pasaje, así como “no cortar palabras por la mitad, ni superar los cuarenta y tres caracteres por línea”.
Poética de la indeterminación, Ritmo etc. es el título de uno de los artículos que este volumen incluye y que originalmente fue publicado en Nueva York en 1966. Cage comienza estas notas advirtiendo que “no hay prácticamente nada que decir sobre el ritmo porque no hay tiempo”. Una sentencia muy próxima al absolutismo de Rimbaud, autor que le reclamó a la posteridad ir por delante de la acción y del ritmo. Acaso Cage, como el poeta francés, necesitó de nuevas formas e invenciones para llegar a lo desconocido.
Aunque nada es claro, “incluso en el caso de los objetos, los límites no están claros”. Como si se tratara de una de los mejores páginas de la fenomenología de Merlau-Ponty, Cage anota “Los indios descubrieron hace mucho que la música seguía sonando permanentemente, y que escucharla era como mirar, a través de una ventana, un paisaje que no dejaba de existir cuando uno le daba la espalda”.
Enemigo de toda forma de definición, para Cage el sonido (como toda forma de arte, literatura o experiencia en totalidad) es silencio (espacios en blanco), discontinuidad (alteración tipográfica), interrupción, “El ritmo es cualquier extensión temporal (no-estructura). Aorden. Es definitivamente primavera, no algo que solo se sienta en el aire”.