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Desenfreno, libertad y teatro

Reseña. En el desopilante y muy disfrutable “El derecho de las bestias”, Hugo Salas novela tres décadas de peronismo. POR JORGELINA NUÑEZ

Borges, Cortázar, Wilcock, Walsh y Tomás Eloy Martínez pasando por Daniel Guebel, Carlos Gamerro o Luisa Valenzuela hasta llegar a Hugo Salas, lo tomaron como tema. El peronismo probablemente sea el generador de ficción más potente –y vigente– de la literatura argentina. Acaso sea porque ha cobijado las posiciones ideológicas más disímiles sin que ninguna de ellas se sintiera por eso menos fiel al ideario o porque algunos hechos cometidos contra el propio líder y su esposa rozaron el delirio o la alucinación, del movimiento que partió las aguas de la política argentina desde mediados del siglo xx hasta el momento, y de sus actores, cabe imaginarlo todo. Y lo mismo puede decirse de quienes lo combatieron con fervor proporcional.

Para subrayar esa naturaleza desquiciada, algunos de los escritores que construyeron sus ficciones en torno a él señalan, no sin ironía, haber apelado al más estricto realismo porque la fantasía ya la aportaba la historia. Trabajar sobre lo dado parece haber sido el imperativo de Hugo Salas en materia de hechos y personajes, y también de literatura. Basta con saber que su novela toma parte del sugestivo título del primer libro que Perón escribió en el exilio: La fuerza es el derecho de las bestias . Pero, ¿quiénes son las bestias o cómo llegan a serlo?

La novela se inicia con una fecha: 16 de marzo de 1953. El dato es aleatorio, ningún hecho nacional destacable ocurrió ese día, pero lo que sigue no lo es. Las primeras frases, levemente remozadas, son las de Amalia , de José Mármol, y esa referencia nos instala de inmediato en la acción, que muestra una fuga, una batida, y un joven que se esconde malherido y es descubierto por José Bianco, el secretario de redacción de Sur , que lo esconde en la casa de Victoria Ocampo, su directora.

En simultáneo a la escena conspirativa de “los contreras”, se desarrolla otra, en la Quinta Unzué, antigua residencia presidencial, entre Perón y una Evita espectral. De atenernos a las fechas, en ese momento la Jefa Espiritual de la Nación ya estaba muerta, si es que lo estuvo alguna vez. Pero Salas se desentiende de la cronología y en una maniobra auténticamente novelesca condensa en unas pocas semanas treinta años de peronismo. Esa audacia permite la convivencia de los personajes de la primera época –Juan Duarte, Fanny Navarro, Domingo Mercante, entre otros– con Isabelita, López Rega y Montoneros. A todos no sólo los caracteriza con sus rasgos más extremos, aquellos que ya forman parte de la mitología o que habilitan la fábula (Isabelita es la auténtica arpía, la amante codiciosa capaz de planear con el infame Lopecito el secuestro de Evita durante una función en el Colón), además, les endilga parlamentos propios y ajenos tomados de la literatura, la historia y el mundo del espectáculo. Y esta es la delicia de la novela, su cualidad más disfrutable y jocosa, porque en esta trama cándidamente disparatada, plena de pasos de comedia, fragmentos de la Autobiografía de Victoria se cruzan con los monólogos de Niní Marshall, frases de Los siete locos con las declaraciones de Norma Arrostito tras el asesinato de Aramburu y los desplantes de una emergente Mirtha Legrand están seguidos de escenas a lo King Kong .

Todo esto, parece querer decir el autor, toda esta iracundia y este teatro, estas pasiones bajas y altas, este desenfreno y esta libertad que se sacude cualquier molde, son indudablemente argentinos. Y el peronismo, cualquiera sea la lectura que de él hagamos, sigue siendo nuestra radiografía y nuestra caricatura.

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