En Europa y EU, los habitantes fueron en parte expulsados.
Unos, de casa, por buenas razones; y las calles empiezan a llenarse a medias.
Otros, del trabajo.
Boeing despide a doce mil trabajadores. Doce mil expulsados.
Proyectiles que avanzan por el suelo, los humanos.
Y después, pies detenidos sobre el suelo en la fila del desempleo.
Estado Unidos, peor; Europa, con los ojos desorbitados.
La expectativa en los humanos usa ojos desorbitados.
Como si los humanos fueran, en estos días, búhos o animales con un insomnio extraño.
Un insomnio que se sufre de día.
Dos veces despierto, en vez de una.
Ojos demasiado abiertos, no hay tanto así que ver.
Maria Velho da Costa, murió hace dos días: "la casa prosigue su trabajo de expulsar". Ahí está.
La casa "abierta como un ingenio en pleno rendimiento, un hospicio, un rascacielos despeñado."
"La casa que brilla allá en lo alto como un claro navío que pende de la línea del mar."
La casa que acogió durante semanas ahora ha cambiado un poco.
Casa que expulsa, expele y expone a sus habitantes a las intemperies de la tos y de la respiración de los otros.
Ni terremoto, ni vendaval; cuidado con las gotículas que andan por el aire.
Se posterga el lanzamiento de la SpaceX. Otro proyectil. En el último momento.
Condiciones meteorológicas "obligan a cancelar, pocos minutos antes de la hora prevista para el lanzamiento".
Dos astronautas "serían transportados hasta la Estación Espacial Internacional por una empresa privada: SpaceX, de Elon Musk".
Después de todo, el clima sigue existiendo en 2020.
Lluvia y viento; ahí están las varias intemperies antiguas.
El clima arruina las cosechas de los animales sedentarios y el lanzamiento de naves espaciales.
La modernidad ha hecho casi de todo, pero poco en relación con la lluvia.
En 2020, el progreso sigue quedándose en casa para no mojarse.
El próximo sábado, la NASA y Elon Musk intentarán de nuevo el despegue. Centro Espacial Kennedy, en Florida.
En Colombia, un diseñador concibió camas de cartón para el hospital.
Si las cosas salen mal, la cama se convierte en ataúd.
Puede doblarse y evita que quien manipula al muerto ensucie de peligro sus manos vivas.
Una especie de envoltorio hecho a la medida.
El cuerpo vivo se acuesta con fe en la medicina, pero si algo sale mal, ya sólo lo cambian de lugar, no de abrigo ni de aposento cercano.
Resonancia magnética: el puro nombre ya cura por el susto.
Aquí estoy.
Un túnel por donde el cuerpo se mete a un horno.
Sonidos alrededor de la cabeza. Cláxones estridentes y un temblor como en un barco.
De repente, pienso en un confesionario.
Sin padre, la máquina hace lo mismo. Exige confesiones.
Una máquina que, sin hablar, obliga al cuerpo a confesarlo todo.
Confesión extraña, sin abrir la boca ni los ojos.
Por favor, no abra los ojos —me dicen antes de entrar.
Hace años que no los abro, casi respondo.
Y sí, es una máquina moderna de confesiones antiguas.
Pero puedes hasta dormirte mientras te exigen respuestas decisivas.
Nunca lo he visto; cosa extraña, pero posible. Pero sí, hay quien se duerme dentro de esta máquina que asusta y es larga.
Duchamp y el escultor Brancusi junto a la hélice de un helicóptero.
"¿Quién puede hacer algo más hermoso que esto?", dice Duchamp.
Las hélices son, en efecto, hermosas.
La escultura más hermosa es la que levanta el vuelo, para mí eso es evidente.
Aquí voy, con cubrebocas, fe serena y medicina concreta. Todo bien, entro.