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Donde cae la flor del cerezo

Por Emilio Jurado Naón

Si traducir un poema conlleva el ejercicio desituarlo en contexto histórico y social, la lectura del poema traducido bien puede fungircomovía de entrada, no solo al texto,autor y lengua originales sino a toda, 'una cultura. En Luna en la hierba, el mexicano Aurelio Asiain, profesor y traductor, entre otros múltiples oficios, consiguerealizar una tarea de traducción cultural en sentido amplio,al tiempo que pergeña un arte facto literario de extrema fineza.

El volumen, publicado por primera vez en España por Hiperión (2007), compila en la presente reedición argentina 38 tanka de distintos poetas japoneses del período Helan (794-1185.n.e).Cada uno además desuversión original y una transllteración fonética al alfabeto latino, viene escoltado en las páginas pares por un comentario 'que se explaya en relación los códigos estéticos que presentan los versos en cuestión, la historia del período, aspectos destacables dela vida delos poetas, puestas en relación de figuras y tropos (qué significa en un poema la flor del cerezo, la luz de la luna, las mangas húmedas de un kimono), aspectos formales y sonoros del poema original, variaciones posibles sorela traducción e incluso otros tanka que funcionan como referencias ineludibles en la regulada trama de la tradición cortesana. La estructura misma de Luna en la hierba en tabla un diálogo con a tradición lírica nipona en tanto retomael poema comentado, género muy fecundo en el periodo clásico japonés.

La holgura y elocuencia con que Asiain elabora los comentarios y la introducción al libro no se vuelven sino más valiosos incluso en complemento con la meticulosidad de la traducción, así como la exhibición de los criterios con que fue realizada. Si la compleja riqueza de una cultura que nos queda lejos en tiempo, espacio y comprensión de los elaborados códigos de clase está encriptada en caracteres japoneses, el proceso idóneo para desandar las capas centenarias de codificación cultural es, según sugiere la lectura de esta antología, uno que sea a la vez claro, pedagógico y sincero con su propio lugar de enunciación.

Un caso paradigmático de la traducción cultural que plantea Luna en la hierba se puede leer en el poema de Sakanoue no Korenori: “Luna del alba/ al resplandor primero/ me parecía:/ el pueblo de Yoshino,/ nieve recién caída.” La lectura no guiada de este tanka seguramente pasaría por alto que el pueblo Yoshino es conocido desde el siglo VII por la gran cantidad de cerezos que plantara “para atracción de estetas y turistas, el santo asceta montañés En no Gyouja”; con lo cual la mera mención del topónimo debería evocar en el lector nativo (y familiarizado con el simbolismo de Heian), de manera inmediata, la marea de pálidos pétalos que con su floración anuncian el inicio de la primavera.

Sin este dato, que Asiain contextualiza a nivel histórico a la vez que estético, la mayoría de los lectores ni siquiera sospecharíamos la presencia de la flor del cerezo en el poema, que, como el comentarista no tarda en desarrollar, integra la tríada del setsugekka –cuyos caracteres representan nieve, luna y sakura–, ubicua tanto en la poesía como en las artes visuales del Japón clásico.

Luna en la hierba está dirigido a un “lector metódico”; alguien dispuesto a seguir con atención las resonancias internas de una antología que, con equivalente devoción metódica, condensa un abanico de sentidos diversos en una extensión reducida al mínimo.

Así es cómo Asiain expone y desafía al lector cuando analiza de qué manera la figura del barquero puede provocar sentidos opuestos en dos poemas de autores distintos: uno “navega hacia la disolución” mientras que el otro, con su canto, “llama al que lo oye a una vida que está en otra parte”. O cómo el símil del brocado, que suele asociarse a “los ocres y oros sangrientos del otoño encendido” es reconvertido por Sosei, con no poco alarde de innovación, en un metáfora de la primavera (“Sauces, cerezos/ donde la vista llega/ entretejidos:/ la ciudad, en brocado/ primaveral resuelta”).

Ya desde la decisión de limitarse al tanka en lugar del haiku, Luna en la hierba presenta una vocación por desarticular los lugares comunes que predominan en la vulgata sobre poesía nipona.

Ese mismo impulso crítico se corrobora en varios de los poemas seleccionados por Asiain que, por su excepcionalidad respecto a la doxa, otorgan un aliento estimulante a la antología. Un tanka de verano de Sone no Yoshitada, cuando la tradición privilegia la suavidad climática de las medias estaciones, que tensa con ambigüedad la cuerda del erotismo. Otro, del célebre Fujiwara no Teika, que a contramano de “la convicción corriente que identifica la verdad de la poesía con la inocencia del poeta” llega a través del pensamiento a la certeza de que sí hay color en el cielo nocturno (“...es claro el otoño/ en la luz de la luna”).

Un poema de Masaoka Shiki que, en pleno siglo XX, presenta homenaje al béisbol, o aquel de Minamoto no Sanemoto en el que, con aires de barroco español y lejos del realismo que lo caracteriza, otorga existencia plena a lo que parece ilusorio: “...una sombra/ en el espejo,/ que no está donde está/ ni ahí deja de estar.”

Equilibrio fluido entre tradición, crítica y literatura conceptual, Aurelio Asiain invita en esta antología al disfrute tanto del poema como de la historia de su origen y del proceso de su traducción.

Luna en la hierba, Aurelio Asiain. Interzona, 112 págs.

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