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Dos poemas inéditos de Pier Paolo Pasolini

Por Guillermo Piro

Traducir cualquier cosa de una lengua nunca es simple, y traducir poesía lo es menos. Traducir la poesía –sobre todo estas poesías–de Pasolini es aún más complejo, debido a que el traductor tuvo que recurrir a las versiones italianas que el mismo Pasolini hizo de sus poemas friulanos: traducción de traducción. En dicha operación el poeta sacrificó rimas, modos, tonos, etc., que resultaba difícil o imposible reproducir en italiano. Si resultaba difícil para el poeta, imaginemos para el traductor, que además desconoce todo del friulano. A la manera de un teléfono descompuesto, entonces, la versión española corría el peligro de, aunque pretendidamente fiel, alejarse más del original.

Para reducir el efecto, sin vanagloriarme de haber aprendido friulano en tan corto tiempo, intenté hacer el camino de regreso a la lengua primigenia –al menos en el nivel de sentido. Eso se percibe sobre todo en la elección de signos ortográficos, que en friulano tienen una aplicación levemente distinta: económica. En otras palabras: Pasolini suele agregar en las versiones italianas signos ortográficos que en las friulanas no están: el traductor, en el intento de volver a acercarse aunque sea un poco al original, los volvió a quitar.

A fin de cuentas, lo que importa en estos poemas y en sus reversiones es advertir cómo el poeta pasa de ser un Esenin contemplativo, melancólico y homosexual, que recuerda y se lamenta de la tierra y el hogar perdidos, místico-religioso en el medio rural, a un Mayakovski rabioso y desilusionado espectador del escarnio de la historia, que ve en el regreso a los orígenes la única salvación, el único destino posible para la sociedad: “En treinta años uno puede volverse un poco distinto”. 

 

 

El chico muerto

Noche luminosa, en la zanja

crece el agua, una mujer encinta

camina por el campo.

 

Yo te recuerdo, Narciso, tenías el color

de la noche, cuando las campanas

tocan a muerto.

 

 

 

 

Lluvia en los confines

Jovencito, llueve el Cielo

sobre las chimeneas de tu pueblo,

sobre tu rostro de rosa y miel,

nuboso nace el mes.

 

El sol oscuro de humo

bajo las ramas de la morera,

te quema y en los lindes

tu cantas, solo, a los muertos.

 

Jovencito, ríe el Cielo

sobre los balcones de tu pueblo,

sobre tu rostro de sangre y hiel,

serenado muere el mes.