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Edgardo Scott y sus ficciones breves entre el Sena y el Río de la Plata

El libro Imaginario reúne cuentos del escritor argentino radicado en Francia. Otras narraciones, considera el autor, pertenecen al Río de la Plata, con paisajes de esta región. Entre unos y otros, dice, se produce una “contaminación mutua” que le interesó. Por Dalia Ber

“Traducción del autor a partir del testamento original de Monsieur Reichelt”, dice en la nota al pie de un párrafo en bastardilla incluido en el relato Franz Reichelt, con el que abre el libro Imaginario (Interzona, 2024), de Edgardo Scott, una selección de 16 cuentos de su autoría. El personaje mencionado en este primer relato fue un sastre francés que desde su infancia estaba fascinado con la idea de volar.

En 1911 el Aeroclub de su país ofreció un premio de 10 mil francos al primer inventor de un paracaídas. Él intentó desarrollar un artefacto realizado en tela, que permitiera a los pilotos lanzarse al suelo en forma segura. “Reichelt estaba loco no por volar, por la plata. Pensaba que con ese diseño podría vender un equipo de paracaidismo a todos los ejércitos. En eso sí fue visionario, en cualquier momento se viene una guerra grande”, dice en un momento el narrador de ese relato, en una misiva fechada en 1913.

“Este fue el primer libro que escribo en el que hay cuatro ficciones que transcurren en Francia”, dice Scott, argentino radicado en este país europeo desde hace ocho años. “Recién ahora se concreta en la ficción la incorporación de esos paisajes, esos elementos que me rodean desde que llegué”, agrega.

“Es bastante tiempo ya y sin embargo es la primera vez que aparecen textos en los que Francia está tan presente; supongo que ahí está la forma en que la vida se mete en la literatura”, reflexiona. “No escribo siguiendo una agenda ideológica, ni en términos profesionales ni por encargo, ni por seguir algún tipo de programa; uno escribe con la vida, que va trazando conexiones con la literatura, me parece que en mi caso se dio de esa manera”.

Scott dice que le hubiera resultado “forzado y frívolo” haber empezado antes a escribir sobre Francia o con personajes de esa nacionalidad solo porque vivía ahí, así como también lo hubiese sido haberlos dejarlo afuera ahora que la ficción lo llevó por ese lado. Los otros cuentos, considera, pertenecen al Río de la Plata, con paisajes de esta región. Entre unos y otros, dice, se produce una “contaminación mutua” que le resultó interesante.

“Sería muy improbable que yo me pudiera amputar toda la experiencia que traigo de la vida que tuve en Argentina hasta los 38 años; ahora, si bien vivo acá, mi madre y mis amigos viven allá. Creo que en el libro se reflejan de manera genuina mis dos lugares vitales”.

Además de las referencias a la vida parisina de Cortázar, el nombre del autor de Rayuela apareció en la conversación al marcar cierto parecido del título de Imaginario con el de Bestiario, su primer libro de cuentos. Scott admite que sí, y considera que la palabra le resulta “muy linda y muy amplia”, y que le parece “casi un anagrama de imaginación”.

Agrega que lo sorprendió que pudiera ser sustantivo y adjetivo al mismo tiempo, y que todas esas características lo llevaron a elegirla.

El francés

“Para mí era muy importante empezar el libro con el cuento del sastre que saltó de la torre Eiffel”, dice Scott. “Porque me parecía que ponía de entrada la cuestión francesa en escena y un lenguaje que actúa de una determinada manera frente al escenario francés, creo que ahí lo tuve muy presente a (Julio) Cortázar; pienso en otros escritores, como (Arnaldo) Calveyra, o (Juan José) Saer, que vivieron acá pero nunca han tomado esos escenarios, para nada”. Y agrega que Saer escribió sobre Santa Fe, Serodino, mientras Cortázar, en cambio, “es un autor al que se le fue metiendo el francés en la lengua y en los escenarios, en los paisajes”.

–¿Fue una decisión incluir algunas expresiones en francés o fueron apareciendo mientras escribías?

–Lo tenía presente y es parte del verosímil, a veces aparecen las palabritas en francés, sueltas, que creo que tienen que ver con algunas cosas que cobran otro sentido y que no las podría traducir. Por ejemplo, decir en Francia retraite es jubilación, retiro. Por como están y son nuestros jubilados en Argentina no tiene nada que ver con como están y son los jubilados franceses. Una cosa es eso, que acá implica el final de la vida laboral, en general varios años de una sobrevida razonablemente agradable, y en cambio para nosotros es un horror, porque quién con la jubilación va a poder vivir…o es inimaginable. Cuando yo tengo que poner un personaje que es francés y está en su momento de jubilación a mí no me sale en la lengua ponerlo. Entonces lo pongo en francés, no hay ahí ninguna arrogancia, si no porque te va tomando algo de eso, ahí está la imposibilidad de traducción que la ficción genera. Puedo escribir en castellano del Río de la Plata la historia de un viejo francés en 2020, pero pagando el precio de que algunas palabras que son intraducibles tengan que quedar en su contexto original. Y eso también me interesaba que estuviese en este libro, me parecía que por eso al principio y al final está presente Francia y en el cuerpo del libro está el Río de la Plata.

–¿Pensaste en escribir sobre temas como la muerte y las enfermedades, que aparecen en algunos relatos, o fueron surgiendo?

–No fue pensado a priori, ni al componer los cuentos ni al escribir el libro, es decir, no fue que dije ‘quiero escribir un libro de cuento donde la enfermedad, la muerte y los accidentes tengan un lugar importante’, porque no pienso así la literatura. Todo surge de cosas imprevistas, y poéticas, podría decir, en el sentido de que a uno lo inspira tal o cual situación absolutamente insignificante, pero que de algún modo empieza a tomar intensidad y a armar como un nudo. Después al ver el conjunto de relatos empecé a reconocer que estaban estos temas como la vejez, la muerte y quizás un par más que recorren las ficciones. Esto me permitió organizar el libro intentando que el conjunto quedara lo más armónico posible.

–¿Son cuestiones que te interesan especialmente?

–Al menos para mí la idea de la muerte creo que sigue siento ajena. Vivimos en una sociedad cada vez más despegada de la muerte, más negadora de esta idea. Sea por el hecho de habernos tecnificado tanto en relación a la salud, y que existan tantas posibilidades de verse bien, de sentirse mejor, ciertos ideales saludables que están a la orden del día, también porque creo que es una sociedad fundada en un consumo casi maníaco: lo que hicieron las redes sociales y la tecnología fue disparar el gen consumista que ya estaba activado, no le vamos a echar la culpa al siglo XXI, ya estaba bien activado antes. Pero me parece que algo de ese consumo va bastante ligado a la juventud, como si consumo y juventud formaran un par fuerte. Porque de hecho lo que se consume es la juventud misma. Por eso la gente tiene tantos líos cuando se pasa la juventud, porque ahí se encuentra con otro cuerpo, otra imagen, con dónde están parados en la carrera o en los trabajos que hicieron. Creo que esos temas pueden interesarme como lectura de la sociedad, incluso política, o análisis social, y después seguro ahí se desplegarán mis fantasmas, lo que supone mi manera de vérmelas con eso, no tanto en la vida sino en la ficción.

–¿Y cuando pasa la juventud se analiza la vida hacia atrás?

–Yo creo que la mediana edad, siempre en términos de representaciones, genera esta especie de mirador. A diferencia de la juventud, se supone que vos en la mediana edad tenés cierta distancia para elaborar algunas cosas que suceden o que pasaron y anticipar algunas de las que vendrán. Esta ilusión es un poco vertiginosa. Porque por un lado te hace mirar, a veces con cierta crueldad, a veces con cierto horror o con cierto orgullo lo que hiciste, las decisiones que tomaste, cómo te fue en la vida hasta ahora, y darte cuenta de que hubo un montón de rotondas en las que podías doblar y sin embargo seguiste, o al revés. O pensar en por qué las cosas se dieron de determinada manera, porque es parte de la vida, pero eso lo podés ver con cierta claridad, aparte que cuando sos muy joven no podés ver eso. Uno dice ‘lo que no me sale ahora me va a salir el año que viene, si no en cinco años’, pero siempre el porvenir tiene todas las promesas. Yo tengo 46 años, cuántos amigos tengo que empiezan a pensar en el retiro, a diseñar una vida distinta porque los hijos están más grandes, o por diferentes motivos. Empiezan a estar muy pendientes de retirarse, de jubilarse, en algunos casos por sus profesiones a los 50 o 50 y pico ya van a poder dejar de trabajar, empieza muy rápido irse a otra fase, avisorarse, también eso da como un poco de vértigo. Quizás habría que hacer una lectura de los cuentos mirando las edades de los protagonistas para saber qué promedio de edad hay, pero sí creo que es muy probable que la mirada, que en muchos casos del autor y en otros del narrador, sea una mirada madura. Si eso existe, creo que es una mirada crítica, madura, lo más lúcida posible sobre esa fragilidad.

El Psicoanálisis

“Probablemente yo escriba un montón de cosas ligadas al psicoanálisis, pero lo hago a través de la ficción o del ensayo”, considera Scott acerca de la incidencia de su profesión, psicoanalista, en su escritura.

“Toda esta teoría y este saber de un modo u otro está metido en las ficciones; supongo que es mi manera de integrarlo a la escritura, no he querido escribir teoría psicoanalítica, tal vez toda esta tradición también aparece en esta ficción. En la obra de algunos autores psicoanalistas, pienso en Carlos Chernov, ni que hablar en (Federico) Andahazi, ni que hablar en (Gabriel) Rolón, esto está puesto en la lengua de la ficción, me refiero a la psicología o el psicoanálisis. Yo vengo más de la tradición de Luis Gusmán, o de Germán García, que nunca pondrían en la literatura nada implícito ligado a eso. Siempre está de una manera entre intrépida o subterránea. Pero no hay ninguna bajada de línea ni militancia en ese sentido; sí, en cambio, cuento con esa experiencia al escribir”.

 

Edgardo Scott básico

Nació en 1978 en Lanús, provincia de Buenos Aires.

Fue fundador e integrante del Grupo Alejandría, que hacia 2005 inició el movimiento de ciclos de lectura pública de narrativa.

Ha publicado los libros de cuentos Los refugios (2010) y Cassette virgen (Emecé, 2021), los ensayos Caminantes (2017), Por qué escuchamos a Stevie Wonder (2020), Contacto (2021), y Escritor profesional (2023).

Además, es autor de las novelas El exceso (2012) y Luto (Emecé, 2017). Sus libros se publican en España, Francia e Italia. Es traductor y crítico literario. Vive en París.

 

Imaginario, de Edgardo Scott (Interzona).

Ganador al mejor libro argentino de creación literaria: "El náufrago sin isla" de Guillermo Piro es la obra ganadora del Premio de la Crítica de la Fundación El Libro 2024