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El cazador de imágenes

Por Lisy Smiles para La Capital // Marcos López, fotógrafo, artista visual, desplegó una particular intervención en el stand argentino de Colectividades. En diálogo con Más repasó su carrera y su actualidad. Dijo que ya no usa más cámaras y que se volvió un adicto a los nuevos dispositivos digitales

Vive en una especie de cornisa, así lo cuenta, al borde de un precipicio. Se muestra lejos del conformismo, incómodo, él mismo se incomoda. Marcos López, el fotógrafo, hoy artista visual, dice que está en una etapa absolutamente experimental. Los dispositivos digitales lo tienen como atrapado. Dice que siente la misma adrenalina al editar un video de 30 segundos para Instagram que cuando tenía 18 años y descubría las fotos en el proceso de revelado. No se cree mentor de nada, aunque admite su propio estilo, una suerte de pop latino. Afirma y duda, y vuelve a buscar un lugar desde el cual observar lo que lo rodea. Porque esa es su profesión: "Observar".

Invitado por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad para intervenir el stand argentino en Colectividades, López dejó su impronta en la feria y no paró de tirar títulos en las múltiples entrevistas que brindó en su paso por la ciudad. "No fotografío más con cámara", "se me fue el entusiasmo por el libro" y "somos sobrevivientes de una generación autodestructiva", fueron algunos de los que dijo en un reportaje con Más.

Marcos López nació en la ciudad de Santa Fe en 1958 (ver pág. 4), pero su familia estaba instalada en Gálvez, donde pasó su infancia. Luego, en la secundaria volvió a Santa Fe, a un colegio de curas. La universidad lo esperaba para que logre enmarcar un título de ingeniero. Marcos lo intentó, eso de cumplir con el mandato familiar, sí "mandato" sin eufemismos. A los 23 logró zafar y comunicó su decisión de dedicarse a la fotografía. Se fue a Buenos Aires. Eran los 80, tras Malvinas, cargados de expresividad. Como él. Y comenzó a gestar el artista múltiple que es hoy. "No puedo parar", dice a modo de explicación mientras cuenta sus últimos proyectos y los que ya está imaginando.

López es un tipo reconocido, algunos dicen que famoso, obra suya integra colecciones de museos europeos, lo invitan a dar charlas por el mundo, recibe premios y distinciones por sus fotografías, pero nada de eso se nota en el diálogo con Más. Mate cocido de por medio, "vamos al Cairo", dijo, apenas comenzó el encuentro, no teme mostrarse absolutamente seguro de su inseguridad. Marcos López duda de todo, todo el tiempo. Es un tipo inquieto y corrosivo. Es creíble en su discurso, aunque le guste mostrarse como un performer ante la requisitoria periodística. Actúa, no hay dudas, hay una intención pero se deja sorprender, le interesa el intercambio con el otro.

Ese quizá fue el motivo que lo llevó a aceptar la propuesta de Cultura de la Municipalidad cuando le ofrecieron intervenir el stand argentino. El puntapié fue una convocatoria abierta a fotógrafos amateurs y profesionales, a presentar fotografías sobre las nuevas identidades, los nuevos migrantes. Se eligieron los trabajos de diez personas, se sumaron más fotógrafos, se sumó él con imágenes propias y eso ofició de montaje en el stand. Imágenes "muy López" fueron ploteadas casi en gigantografías, y a la vez intervenidas. Un living claramente escenográfico hizo de estudio fotográfico para quien quisiera sentarse en una suerte de cuadro ambientado entre los 50 y los 60 (ver pág. 5).

Continuamente López dice que nada hizo él, sino que fue en grupo, que la autoría es compartida, aunque está clara su firma. Hoy prefiere hablar de proyecto y no de obra. Como si el acto creativo no cerrara nunca. Seguro le encantaría nombrarlo como una suerte de maxikiosco abierto las 24 horas.

Facebook e Instagram son sus plataformas preferidas, allí construye, dialoga, monta, edita, replica imágenes. "No puedo parar", repite una y otra vez. Y ahí está la cuestión, lo digital lo tiene atrapado, se enoja, critica la situación pero no puede alejarse. "Soy un adicto", dice.

—Tu currículum oficial, en tu página (http://www.marcoslopez.com/), llega hasta 2013. ¿Qué pasó en estos años? ¿Estás ampliando la gama?

—Se fue dando algo de forma natural en los últimos años, empecé a ampliar el espectro expresivo, comunicacional, artístico. De las fotos teatralizadas pasé a la situación actoral, teatral. Acabo de producir una obra de teatro de improvisación como director y actor con Rafael Spregelburd. Viví la experiencia de estar en el escenario como actor. De ahí puedo decir que puse un pie en la pintura, porque me he puesto a dibujar y a pintar y voy a la performance. Estoy haciendo una experiencia como artista curador, podría decir la palabra diseñador de espacios expositivos, en el Centro Cultural Kirchner (pronuncia la ch, casi que la deletrea) sobre la idea de identidad nacional, una exposición que se llama Ser nacional, donde yo pongo desde Berni y Sara Facio a Nicola Costantino, distintos artistas argentinos pero al mismo tiempo intervengo la sala y dialogo con la obra de los artistas, una muestra que además tiene una banda sonora. Ser nacional... Me da risa porque yo ya hablo como con los hashtag de internet. Ya te iba a decir numeral ser nacional, #sernacional (risas). Hice una película también hace un tiempo...

 

—¿Estás buscando?

—Bueno, estoy en un momento... no sé si decirlo, estoy desorientado, experimentando en paralelo distintos medios, utilizando Instagram y Facebook como soportes de comunicación en sí mismos. Me pongo a pensar contenidos en relación al tiempo...

 

—¿A lo McLuhan?

—Sí, eso, hay videos de 30 segundos en Instagram y Facebook que los ven 20 mil personas y que solo se consumen con el teléfono, de hecho estoy ahora por hacer un libro, se está por reeditar mi libro Pop latino, y el editor me pide las fotos y yo me olvido de entregárselas, es como que se me fue el entusiasmo por el objeto libro. Es raro eso, cuando antes de solo pensar en hacer un libro me daba placer. Ahora no encuentro los archivos, no sé dónde están, me demoro. Creo que gasto mucho la adrenalina en lo digital. Bueno, vamos a editar un libro por Interzona, de textos breves de Facebook que se va a llamar Verdad/consecuencia. Hay algo que me da como una adrenalina especial de escribir on line. Escribo directo en Facebook, no es que lo hago en Word y después lo copio. Escribo en caliente, de hecho para la muestra en Colectividades lo hice. Bueno, en realidad no es una obra, es un proyecto de red, de cruces, de diálogo, físico, donde nos encontramos con los 10 seleccionados, a proponer juntos el formato expositivo, a pensar qué pasa con las migraciones, con la identidad. Bueno para este proyecto escribí un texto absolutamente en caliente, donde a tres días de que se inaugurara puse en duda qué es la identidad...

—Se inauguraba tu duda.

—Sí, mi duda, porque ¿podemos hablar de nuevas identidades? ¿De qué estamos hablando? Tampoco es que yo me considere un genio... a ver... el mismo soporte de Facebook sirve como mesa de diálogo, de debate. Me parece que los modos actuales de confrontar la información te llevan a estar en un vértigo permanente.

 

—Lo digital atraviesa todo, lo artístico y lo relacional, todo pasa en la red, no sé si quienes publican sus trabajos en las redes piensan en nacionalidades.

—Sí, puede ser, pero al mismo tiempo estoy en un momento de concentrarme en lo local, pensando una muestra que se va a llamar Paisano santafesino para el Museo Rosa Galisteo de Santa Fe, mi exposición Ser nacional del Kirchner está pensada para un público local, yo diciendo cosas en código casi regional.

 

—Pensar en lo local no es necesariamente una contradicción ante una época que borra fronteras. En todo caso, cobra más sentido u otro sentido.

—Sí, sí, tenés razón, no es contradictorio. Pero vuelvo sobre la invasión de lo digital, la gente ya no pide disculpas cuando está en una mesa y chequea todo el tiempo su teléfono y es como una falta de educación, están y no están. Hace un año, la gente te decía “perdón, voy a chequear el teléfono”, ahora ya no. Estás en la calle o en un colectivo o donde sea y seguramente una persona va a tener una conversación a los gritos por teléfono y ni te registra, no le importa.

 

—Pero ¿qué te pasa a vos con los dispositivos?

—Yo no paro de observar la relación, más bien la adicción con los teléfonos siendo yo un adicto número uno. La diferencia es que mi profesión es observar. El otro día fui al Colón, a ver una función de gala de una ópera, y la actitud de la gente tomándose selfies es exactamente la misma de los sectores ultrapopulares con el fútbol, se sacan la selfie en plena cancha con la barra. Por momentos me parece que es una gran desilusión el ser humano, de lo que está pendiente. Es como que uno siente la necesidad de decir “señores, nadie entendió nada” y llegamos a esta huevada. Y para ser parte de la contradicción ayer me compré un Iphone 7S plus.

 

—¿Lo vas a poder usar, digo en sus potencialidades?

—Yo ya no fotografío más con la cámara. Es más, voy a hacer una película con el teléfono y la voy a presentar al Instituto de Cine. Se va a llamar Mi barrio, mi mundo. Yo tengo síndrome de abstinencia, no sé si me podría ir tres días al campo sin internet. Todo lo veo parte de una producción posible. Que haya 70 mil personas gritando “Viva Boca, viva Boca” también es una gran desilusión, eso de la sensación de pertenencia porque tenés la camiseta de Boca... No sé y todo es un poco así, y es eso nada más... ¡Qué mundo! Al mismo tiempo, como contradicción, descubrí que el vértigo que me da editar videos de 30 segundos para Instagram, diseñar la banda sonora, el audio y la imagen en el teléfono me hace acordar cuando tenía 17 años en Santa Fe y descubrí la fotografía en un cuarto oscuro.

 

—Vos trabajas con estereotipos, los sobresaturás. ¿Esa sobresaturación es una parábola de qué?

—Yo lo llevo al extremo, lo llevo al barroco. A veces digo que lo extremo para llegar a la nada budista, que de pronto me voy a cansar de saturar hasta ya no necesitar más imágenes. Dentro de 10 años la fotografía no va a existir más, ya no se va a necesitar nada porque todo va a ser tan virtual. Va a existir como una realidad permanentemente on line, no se va a necesitar ningún click. Por eso les insisto a los que vienen a mis cursos de fotografía para que inventen otras formas. El diseño gráfico, por ejemplo, creo que ya no se debería estudiar más.

 

—¿Vos creés que estamos ante una nueva etapa histórica?

—Yo creo que sí, internet es el hito cultural que lo marca. Todavía ni nos damos bien cuenta de lo que pasa. Prestar atención múltiple, por ejemplo. Ahora voy a ser jurado de un concurso de cortometraje. Me mandan 10 cortos para ver y no soporto el tiempo del corto. Los abro y mientras los miro estoy buscando algo en Google.

 

—¿Los 80 fueron para vos los años de formación y los 90 donde te largaste con lo tuyo?

—En los 80 pasó algo clave. Yo llegué a Buenos Aires después de Malvinas, cuando estaba el festival BARock, Teatro Abierto, Sumo, conozco a Liliana Maresca, que fue la primera artista que conocí. ¿La tenés a Maresca, la registrás? Y... somos sobrevivientes. Somos una generación en cierto modo autodestructiva. Pero para mí fueron muy importantes los 80, participar de ese momento. Después, intuitivamente, fui a estudiar cine a Cuba, tengo contacto con García Márquez que no puedo negar que me influenció... él me eligió para ser parte de 10 alumnos que escribirían con él unos guiones; entonces estar dos meses en la misma mesa de trabajo con García Márquez sirve para levantarte la autoestima porque vos decías cualquiera y él te decía “no bueno... está bien, puede ser un pato volando”. Para mí lo de Cuba fue muy importante, no por lo del cine sino más bien por la relación con los países latinoamericanos, todos mis compañeros eran de distintos países.

 

—Bueno, también hay que ponerlo en contexto. Era como una meca ir a estudiar cine a La Habana...

—Sí, tal cual, era una meca pero también era como una especie de laboratorio de la izquierda, de ponernos a todos en el campo del Tercer Mundo. Y en un momento en Cuba se me ocurrió hacer un video, creo que ahí empezó el pop latino, donde me dije “no voy a hacer algo chupamedias de la revolución sino que voy a hacer un documental en los hoteles años 50 estilo art decó, con los cocodrilos embalsamados, tragos y palmeras, y ahí decido fotografiar en color y ya no volví más al blanco y negro. Ya no puedo pensar en blanco y negro. A veces digo que sólo volvería al blanco y negro por plata, si un coleccionista de arte me pide “hacé 10 retratos en blanco y negro”, quizá lo pensaría. Me gusta eso de ser artista por encargo, no me molesta. A veces, cuando me encargan cosas, funciono. También me interesa mucho la investigación de procesos creativos, cuando doy talleres me pongo a trabajar con la liberación de la voz, zapatear, conectar con la Pachamama, desestructuro formas, estoy investigando el proceso de creatividad y de conexión con las personas.

 

—¿Hay alguna imagen que te haga estallar la cabeza?

—(Silencio largo). Yo creo que son como encuentros de almas gemelas, por ejemplo la pescadora que le dicen la Polaca (una de las retratadas en Rosario para la feria), siento que ahí hice una conexión. Esa misma foto es una cita con Graciela Iturbide, con la mujer de las iguanas; una cita a mi foto con la carnicera; posiblemente a August Sanders, fotógrafo alemán; a Fernando Paillet, toda imagen actual no tiene otra posibilidad más que encadenarse con Diane Arbus, todo ya se hizo. Yo sigo obsesionado con algunas situaciones urbanas. Un día de lluvia estaba filmando con el teléfono en el parque Lezama y me acerqué, no sé cómo nombrarlo, a un homeless, un vagabundo, y el hombre me dijo una frase: “Yo estoy en situación de calle”. Le pregunté si lo podía filmar y me respondió que sí, que lo hiciera, y el tipo me recitó un poema sobre la muerte de un payaso que se muere de verdad en el circo y la gente cree que está actuando la muerte. Hay situaciones que me pasan y esas imágenes me persiguen, me persiguen hasta que las termino haciendo película, foto, texto.

—Sos un cazador de imágenes.

—Sí... Ya no puedo parar.

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