¿Por qué es realmente difícil escribir un cuento? ¿Y por qué, después de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, Argentina sigue siendo tierra pródiga de cuentistas? ¿Cuál es la impronta de las nuevas generaciones que cultivan este género? ¿Y cuáles son los mejores aliados para incentivar su circulación?
En diálogo con Infobae Cultura, los escritores Luisa Valenzuela, Marcelo Luján y Julián López, así como la editora Leonora Djament pasan revista a estas y otras preguntas relacionadas con el cuento, al que el diccionario de la Real Academia Española define como “narración breve de ficción” en primer lugar y como “relato, generalmente indiscreto, de un suceso” en su segunda acepción.
Luján dirá: “es parte de nuestro genoma como argentinos dedicarnos al cuento, porque nuestros pilares literarios fueron cuentistas”. Y Djament, directora editorial de Eterna Cadencia Editora, complementará que “la idea de que el cuento como género literario no vende forma parte de los mitos urbanos” y destacará el rol de los sellos independientes.
“Encontrar un cuento donde no se lo espera es un remanso, un momento de limpieza mental, aunque su historia sea truculenta”, afirmará Valenzuela. López, por su parte, ahondará en por qué prefiere “que la escritura te proponga una ciénaga que, si no braceás, te ahogás”.
El cuento rey
Valenzuela piensa que el cuento “es el rey de los géneros en prosa. Una novela admite y hasta alienta que nos vayamos por las ramas, un ensayo permite todo tipo de reflexiones e indagaciones. El cuento exige precisión. Es un mecanismo de relojería, casi”.
“La historia que pretende ser narrada, que reclama o busca o intenta ser narrada, me impone un requisito: que logre dar con el justo hilo narrativo y que sepa tirar de él con la tensión perfecta. Escribir un cuento debería ser como pescar, o como remontar un barrilete. Prefiero la metáfora del barrilete que aspira al espacio”, asegura la autora con más de 30 libros publicados entre novelas, volúmenes de cuentos, microrrelatos y ensayos, y que fuera amiga de Carlos Fuentes y Julio Cortázar.
Justamente el cronopio comparaba el cuento con la noción de la esfera (“la forma geométrica más perfecta en el sentido de que está totalmente cerrada en sí misma”). Durante un curso en Berkeley, en la cima de su carrera, Cortázar lo explicó así: la novela “no me dará jamás la idea de una esfera; me puede dar la idea de un poliedro, de una enorme estructura”. Y postuló otra semejanza: “El cine sería la novela y la fotografía, el cuento”.
Luján, residente en España y ganador del VI Premio Internacional Ribera del Duero en 2020 con su volumen de cuentos La claridad, opina: “Es el género más complejo de la narrativa desde el punto de vista de la ejecución como escritor, sin dudas. Digo un cuento logrado, por supuesto. Los ritmos que tiene, las posibilidades de error, son mínimas. En la novela los baches son recuperables y en el cuento, no. Un cuento que cae en un bache y se destensa, es un cuento perdido”.
“¡Qué potencia tiene el cuento para que nos permita en tan poquito tiempo de espacio narrativo generar historias potentes, inolvidables! Me apasiona intentar abordar la literatura en la distancia corta. Soy muy fan del cuento como lector y como escritor y creo que tiene que ver con mi tradición literaria latinoamericana y rioplatense concretamente”, reflexiona Luján desde una Madrid dominada por el frío.
Luján dicta talleres de escritura y suele escuchar a alumnas y alumnos decir: “escribir una novela, qué rollo, son 200 páginas, me agobio, mejor voy a escribir un cuento”. Y puntualiza que ese suele ser un pensamiento generalizado sobre el género: “es una boludez, son cinco páginas o diez”.
Su estrategia es mantenerse callado. “No digo nada, porque quiero que salgan a la cancha y que se peleen con la estructura, con las decisiones técnicas. Pero ejecutar un cuento es más difícil que una novela, eso te lo dice cualquier persona que entiende del género o que lo ha intentado”.
Desde el punto de vista de Julián López, un volumen de cuentos implica un desafío mayor. “No es un rejunte de textos. Un libro de cuentos necesita ser escrito también en la manera en que esos textos se enhebran y en el relato que cuenta ese enhebramiento de textos diversos. Y en ese sentido, necesita tal vez una mirada un poco más aguda, que muchas veces se pierde”.
El autor de las novelas Una muchacha muy bella y La ilusión de los mamíferos, quien compiló recientemente la antología de relatos Conurbe. Cartografía de una experiencia (Libros de UNAHUR), apunta además a los diferentes procedimientos de escritura que reclaman cuento y novela.
“En el relato, o en el cuento mismo, tenés que tener un horizonte más cercano sobre el que trabajar secretamente. La novela es una escritura más de deriva en mi caso, a la que te entregás sin tantos recursos formales, los vas descubriendo a medida que te entregás a esa escritura. El cuento te obliga a recursos más concretos, a saber más acerca de qué estás escribiendo. Y es muy interesante el manejo del ritmo, cómo se maneja la frase en el relato, en relación con cómo se maneja la frase en la escritura de la novela”, expresa.
En Conurbe, primer título de la colección Transurbana, López se propuso brindar un espacio privilegiado a escritoras, en una suerte de gesto para dar cuenta de que “uno de los signos de la literatura argentina en los últimos años es claramente la escritura de mujeres”. La antología con relatos de autoras como Selva Almada, Gabriela Cabezón Cámara, Claudia Piñeiro e Inés Garland propuso explorar un concepto de lo conurbano que tratase “de sortear cualquier idea preconcebida”.
Voces nuevas y diversas
López refiere a Infobae Cultura que quedó sorprendido “sobre todo por la diversidad de abordajes y de registros” de Conurbe. Una diversidad que, considera, también encuentra su correlato en el actual panorama del cuento en Argentina.
“En los últimos años en la literatura argentina hay una irrupción de nuevas escrituras muy importante, un aporte realmente diverso, de voces nuevas, de tono más plebeyo, claramente”, analiza el director de Transurbana, la colección de narrativa de Libros de UNAHUR, la editorial de la Unoversidad Nacional de Hurlingham.
Por su parte, Djament cree que no hay características distintivas en las nuevas generaciones de cuentistas, “sino una gran libertad para no ceñirse a una sola escuela o tradición y cruzar límites”, y destaca a Federico Falco, Cecilia Pavón, Mariana Enríquez, Francisco Bitar y Valeria Tentoni.
Desde su casa en Madrid, Luján se refiere a un fenómeno que alcanza e incluso excede el género. “El latinoamericano en general, pero el argentino que es el que leo, porque quiero estar pendiente, toma riesgos literarios todo el tiempo. Son escritores y escritoras que intentan transgredir, intentan probar. A veces les sale bien, a veces menos bien. Y eso en Europa no ocurre tanto. Es como si fuera un poco más irrespetuoso ante la literatura, un poco más descarado; tiene que ver igual con nuestra idiosincrasia”. Y no duda en señalar que “las voces jóvenes, las nuevas voces, están sosteniendo muy bien la historia”.
El autor de las novelas La mala espera, Moravia y Subsuelo (Premio Dashiell Hammett) aporta su perspectiva desde la otra orilla del Atlántico: “Ahora mismo en España y en Europa una de las grandes referencias argentinas es Samanta Schweblin, una excelentísima cuentista”. Y elogia además a otros escritores del género como Selva Almada, Horacio Convertini, Kike Ferrari, Leonardo Oyola y Santiago Craig.
Valenzuela asimismo se muestra convencida de que “hay una estimulante forma de renovación en las nuevas generaciones de cuentistas que en el fondo es la continuidad de una tradición local, que siempre fue muy innovadora”.
¿A qué cuentistas argentinas y argentinos contemporáneos considera herederas y herederos de esa tradición? La escritora responde: “Siento un peso en el alma frente a esta pregunta porque sé que voy a olvidar nombres y, peor aún, habrá algunos valiosísimos que ni siquiera he leído”.
“Hay muchas muy buenas cuentistas jóvenes, Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Selva Almada, entre otras, y cuentistos (valga el neologismo) como Federico Falco, Enzo Maqueira o Pablo Ramos. Pero debemos tener en cuenta otros nuevos y nuevas cuentistas del interior, que he leído salteado en estos últimos años y también son de fuste y lamento no recordar nombres”.
El cuento no vende: ¿mito o realidad?
Partiendo de su mirada como editora, Djament expresa su opinión clara en este punto. “La idea de que el cuento como género literario no vende forma parte de los mitos urbanos. Es una idea que de tanto repetirla se transformó en un lugar común”.
Y agrega: “Sí es cierto que, durante un buen tiempo, los grandes grupos publicaron menos cuento que novela; y, si se trataba de un joven autor, se le pedía primero la novela para luego pensar en la posibilidad de publicar cuentos. Esto sucede no solo en Argentina, sino en todo el mundo”. A la vez, pone sobre la balanza que, a la hora de buscar traducciones para ciertos títulos, muchos editores pierdan interés cuando se trata de un libro de cuentos.
Respecto del rol de los sellos independientes, apunta que durante los últimos años contribuyeron a dinamizar el mercado y a que se publique una mayor cantidad de libros de cuentos. “Así como también ayudaron los premios y concursos como los del FNA (Fondo Nacional de las Artes) o los fomentados por la Bienal de Arte Joven”.
Valenzuela asimismo se muestra convencida de que “hay una estimulante forma de renovación en las nuevas generaciones de cuentistas que en el fondo es la continuidad de una tradición local, que siempre fue muy innovadora”.
¿A qué cuentistas argentinas y argentinos contemporáneos considera herederas y herederos de esa tradición? La escritora responde: “Siento un peso en el alma frente a esta pregunta porque sé que voy a olvidar nombres y, peor aún, habrá algunos valiosísimos que ni siquiera he leído”.
“Hay muchas muy buenas cuentistas jóvenes, Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Selva Almada, entre otras, y cuentistos (valga el neologismo) como Federico Falco, Enzo Maqueira o Pablo Ramos. Pero debemos tener en cuenta otros nuevos y nuevas cuentistas del interior, que he leído salteado en estos últimos años y también son de fuste y lamento no recordar nombres”.
El cuento no vende: ¿mito o realidad?
Partiendo de su mirada como editora, Djament expresa su opinión clara en este punto. “La idea de que el cuento como género literario no vende forma parte de los mitos urbanos. Es una idea que de tanto repetirla se transformó en un lugar común”.
Y agrega: “Sí es cierto que, durante un buen tiempo, los grandes grupos publicaron menos cuento que novela; y, si se trataba de un joven autor, se le pedía primero la novela para luego pensar en la posibilidad de publicar cuentos. Esto sucede no solo en Argentina, sino en todo el mundo”. A la vez, pone sobre la balanza que, a la hora de buscar traducciones para ciertos títulos, muchos editores pierdan interés cuando se trata de un libro de cuentos.
Respecto del rol de los sellos independientes, apunta que durante los últimos años contribuyeron a dinamizar el mercado y a que se publique una mayor cantidad de libros de cuentos. “Así como también ayudaron los premios y concursos como los del FNA (Fondo Nacional de las Artes) o los fomentados por la Bienal de Arte Joven”.
“Cierto es que Alfaguara, por ejemplo, tenía o tiene una serie dedicada a diversos autores bajo el común denominador de Cuentos Completos, nombre contundente si bien incómodo cuando se trata de autores en plena producción. En mi caso pedí que le pusieran a la colección de mis cuentos hasta ese momento Cuentos completos y uno más. Y agregué uno inédito. Felizmente existen las pequeñas bellas editoriales que sí reconocen el valor del cuento, y hasta las hay que lo tienen en exclusivo, como la española Páginas de Espuma o la colombiana Cuadernos Negros”, afirma la primera mujer en obtener el Premio Carlos Fuentes.
En sus Mínimas, uno de los grandes maestros del cuento, Abelardo Castillo, defendía al género con la misma contundencia de sus relatos: “Los novelistas y los editores creen que una novela es más importante que un cuento. No les creas. Sólo es más larga”.
Cuento & argentinidad
¿Puede definirse al cuento como el género literario “más argentino”? Valenzuela piensa que sí. “Podría decirse eso de la Argentina, sobre todo teniendo en cuenta que nuestra primera obra de ficción fue un cuento, El matadero, de Esteban Echeverría. Y la lista es bien larga, incluye a Lugones y luego a Borges, cuentista por excelencia. Y hay escritoras de extraordinario talento cuentístico como Silvina Ocampo, la ahora olvidada Ana O’Neill y sus Cuentos Quietos, Sara Gallardo y El país del humo”.
La autora de volúmenes de cuentos como El chiste de Dios, Aquí pasan cosas raras y Cambio de armas puntualiza: “Pero también puede decirse que es un género rioplatense, con Horacio Quiroga cabalgando entre las dos aguas. Y el glorioso Felisberto Hernández”. Y asegura que “Felisberto fue un cuentista de pavorosa (es la palabra) originalidad, tal como su colega en erotismos e imaginerías, Marosa di Giorgio”.
Respecto del lazo entre cuento y argentinidad, Luján observa con cautela: “El ejemplo de Borges y Cortázar es muy relevante, porque son las dos grandes figuritas nuestras, sobre todo en el extranjero. Después por suerte se incorporan grandes escritoras, pero los dos Maradonas que están por el mundo a nivel literario son Borges y Cortázar, grandes cuentistas”. Y cita además a Ricardo Piglia y Ana María Shua (“la mejor microrrelatista de habla hispana”).
Después de reflexionar unos segundos, concluye: “Está bueno que sea una marca incluso latinoamericana o panamericana”. Porque el cuentista y novelista señala que “la columna vertebral latinoamericana funciona con el cuento, desde Rulfo para abajo. Luego también son novelistas”.
López asimismo manifiesta sus dudas. “La verdad es que no sé… La poesía argentina me encanta, la novela argentina me parece que también tiene momentos muy luminosos. Sí es cierto que hay toda una zona cuentística del siglo XX que es insuperable”, y menciona a cuentistas como Daniel Moyano y Néstor Sánchez.
Por su parte, Djament prefiere no pensar en términos nacionales. “Por supuesto que tenemos una tradición de cuentistas excepcionales y de reconocimiento mundial y es cierto que es un género sumamente vigente, potente, que tiene lectores fieles, y donde hay muchísimos escritores que se dedican especialmente al cuento e infinidad de talleres literarios que cultivan el género”.
La directora editorial de Eterna Cadencia Editora sostiene que podría decirse lo mismo de la poesía, de la novela y de la crónica. “Y más que constatar la influencia de Borges, Cortázar o Silvina Ocampo, por ejemplo, tal vez resulte más provechoso rastrear los diálogos más solapados o no de los cuentistas argentinos con la tradición norteamericana del cuento, con la poesía de los ’90 en la Argentina o con las nuevas tecnologías”.
La salud de los cuentos
¿Pese a los mitos y desafíos que le toca enfrentar, goza de buena salud el cuento? ¿Cuánto pueden aportarle a su circulación los talleres de escritura, las competencias multitudinarias y los premios al género?
Luján deja de manifiesto que en su caso las distinciones literarias le permitieron publicar sus tres primeros libros de cuentos: Flores para Irene (Premio Santa Cruz de Tenerife), En algún cielo (Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa) y El desvío (Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián). “Por eso le digo siempre a la gente: ‘participen en los premios’. Es una salida hoy en día si tenés que destacarte. Si no hubiese ganado premios esos libros, no sé qué habría sido de mí como escritor”.
Y subraya la gran cantidad de certámenes de los ayuntamientos en España, muy tradicionales, de alto nivel y con fuerte dotación económica. “Eso en Argentina no está, pero es un tema económico, no cultural”. Con el dinero del que disponen, “los ayuntamientos arreglan la glorieta, pero también ponen algo de dinero en cultura, para un premio literario”.
Luján indica que “más allá de su suerte editorial, que es una variable mercantil, el escritor y la escritora latinoamericanos están educados en el género y por lo tanto siempre van a escribir cuentos. Aunque sea un encargo, para un diario, para una revista, para una antología. Son muy pocos los escritores y escritoras en América Latina y en Argentina que no escriben cuentos. Creo que es parte de nuestro genoma como argentinos dedicarnos al cuento, porque nuestros pilares literarios fueron cuentistas”.
Valenzuela valora que el cuento “tiene siempre la capacidad de encontrar un nicho hasta en lugares inesperados como pueden ser la revista Acción o Página/12. Encontrar un cuento donde no se lo espera es un remanso, un momento de limpieza mental, aunque su historia sea truculenta”.
“Pero nos hace mucha falta, aunque sea virtual, una revista dedicada exclusivamente al género como supo ser la memorable El Cuento, de Edmundo Valadés en México, o su posterior réplica local, la también memorable y añorada Puro Cuento, creada por Mempo Giardinelli”, agrega la autora que inició su camino en la literatura escribiendo cuentos.
Al mismo tiempo, Valenzuela considera fascinante la experiencia durante estos meses de pandemia de “los juegos de desafíos literarios propuestos por Internet y que generaron valiosas respuestas. Pienso sobre todo en el llamado Mundial de Escritura, una genialidad argentina que dio la vuelta al mundo”.
López, asimismo entusiasta de Puro Cuento, ve bajo otra óptica estas iniciativas surgidas en el último tiempo. “Hay una parte de lo que está sucediendo alrededor de la escritura que no me interesa tanto, que tiene que ver con una hiperproductividad, con el estímulo de escribir. Me gusta pensar que la escritura es un proceso que incluye mucho la no escritura, incluye mucho esa angustia de no saber qué forma va a tener, de sentir el impulso de escritura, pero tardar mucho”.
Por eso, el autor del reciente poemario Meteoro no da consignas de escritura en sus talleres particulares. “El encuentro con la escritura es aciago y no tiene porqué no serlo y, en este auge de escrituras que veo y cosas que se arman para promover la escritura, me parece que lo que falta es angustia. La consigna te pone a trabajar. No digo que la escritura no sea trabajo, al contrario, pero prefiero que la escritura te proponga una ciénaga en la que, si no braceás, te ahogás”.
Valenzuela recuerda las palabras de Felisberto Hernández sobre la génesis de sus relatos: “La idea que yo siento se alimenta de movimiento. Y de una porción de cosas más que no quiero saber del todo, porque cuando las sepa se detiene el movimiento, se muere la idea y viene el pensamiento vestido de negro a hacerle un cajón de medida con agarraderas doradas”.
¿Por qué el cuento?
¿Qué nos deja la lectura de un cuento que tal vez no encontramos en una novela, un ensayo, ni una poesía?
“Son estimulaciones distintas y creo que uno tiene momentos”, opina López, y señala que desde hace un año lee mucho ensayo y poca ficción. “Siempre el encuentro con la lectura es estimulante, es angustiante, es feliz y depende de lo que leas. Pero me parece que tiene que ver con temporalidades internas, más que con el género”.
Luján analiza que “en el cuento se premia mucho y se debería premiar mucho no solo la brevedad en tanto economía de palabras, sino el saber contar una historia, el saber dar un golpe en muy poco espacio narrativo. Ese es el gran valor que tiene el cuento”.
La autora de las novelas El mañana y Realidad nacional desde la cama cita el “gran ejemplo” del microrrelato, que “sintetiza las emociones y pulsiones generadas por la lectura del cuento”. “Se trata de algo brevísimo de suma concentración, que puede llegar a tener nueve palabras contando el título, como el emblemático El dinosaurio de Augusto Monterroso, o solamente el título, tal como El fantasma de Guillermo Samperio, que consta de una página en blanco”.
Un buen microrrelato, afirma, siempre abre posibilidades y asociaciones. “Es un organismo vivo, un engranaje que mueve a full la maquinaria de la reflexión. Lo leés en pocos minutos y te acompaña por días. Lo mismo sucede con los muy buenos cuentos, sólo que estos últimos no podés leerlos en pocos minutos”.
Y Valenzuela celebra que numerosos lectores y lectoras de libros de cuentos “entienden la belleza de una lectura que consume un par de horas pero cuya reverberación dura días”.