Alguien dijo alguna vez que la novela no puede ser superada dentro de sus premisas después de Balzac, Dickens, Stevenson o Manzoni. Sin embargo, acá tenemos la nueva novela de Guillermo Piro que viene a demostrar lo contrario. Con una prosa equilibrada, una sintaxis excelsa y una intriga trepidante, Piro se apropia de la historia de un náufrago para construir una novela potente. Una voz en primera persona que escapa del relato neurótico para construir una historia donde todo el tiempo suceden cosas sobre el hilo del suspense. Es increíble que, aunque desde el título sepamos que la novela trata de un náufrago, la escritura impulse un deseo de querer seguir leyendo permanente hasta la última hoja, sin agregados, ni digresiones, a fuerza de pura peripecia.
Aunque ese formato clásico esta agujereado por un leve tono de absurdo que dispara los innumerables hechos que le suceden al cura Salvador Jorge Armando Miguel Alfonso Santiago Luis Pablo Rosario de Liguria, que ya desde la segunda hoja y con su propio nombre produce un extrañamiento. Ese extrañar, que concatena situaciones, genera una naturalización de lo absurdo que queda diluido en ese devenir de la historia clásica de un náufrago obligado. Como bien señala Daniel Guebel en la contratapa, hay ahí un hilo kafkiano de deformar el relato de una lógica que podríamos llamar realista. Aunque no es sólo desde el sentido, sino que desde la forma también se sigue a Kafka con una narración cargada de adversativas que generan esa ambigüedad del relato que lleva a preguntar al lector por la verosimilitud de la historia misma. Los “sí, pero...”, de los que está plagado la novela, producen ese sentido ambivalente tan propio de Kafka.
La novela está también llena de un humor que, en su corrimiento del sentido, genera su inevitable contraparte de risa, lo que hace aún más agradable su lectura. Sobre la base de ese humor flota en la novela un debate sobre el destino, la fuerza de la voluntad a la que se enfrenta un religioso ante los casi ilimitados obstáculos que le pone delante suyo el propio Dios.
Ese constante leve torcer del sentido, que es contrapesado con una fuerte naturalización de lo inverosímil, remite al final de la novela. Ahí el relato hace un bucle sobre sí mismo poniendo en cuestión la propia historia y por tanto la fuerza de verdad de cualquier recuerdo. Y esto nos lleva a un paratexto, la tapa con el Retrato de un cartujo del pintor flamenco Petrus Christus de 1446. En este cuadro podemos ver al religioso sobre un marco de madera, y sobre ese marco, apoyada, una mosca. Es el clásico trampantojo, parece tener un marco, aunque ese marco es parte de la historia que cuenta el cuadro. Como en la novela, el náufrago que cuenta sus infinitas aventuras y que finalmente se ve cuestionado en su grado de realidad de lo que cree fue su experiencia obligada del navegar solitario por el Océano Indico.
Una literatura que logra generar esa ambigüedad, suspenso, infinidad de peripecias y reflexión sobre su propia forma tiene que ser festejada en su capacidad de superar, absorbiendo, todas las premisas de la gran literatura universal.