interZona

El señor Tavares

Una lectura de Los señores de Gonçalo M. Tavares, en su edición por Interzona. Por Valeria Tentoni.

José Saramago pronosticó que Tavares va a ganar el Premio Nobel de Literatura, y se fue de este mundo sin haber dejado en claro si prefería darle un abrazo o reventarle la cara de una trompada por eso. El modo en que él asumió esa superposición de reacciones es tranquilizador al momento de advertirlas, también, en nosotros. Porque, sospecho, cualquiera que escriba y abra un libro de Tavares se las tiene que ver con la abrasión de la envidia, pero, además, con un placer arrollador. Esto último será lo único que reciban quienes estén liberados de la (no siempre, pero casi) mezquina pretensión de escribir libros: y quienes la tengan envidiarán, entonces, no solo a Tavares sino también a ese otro grupo de lectores que pueden zambullirse por completo en lo que ofrece. Aunque es muy probable también que cualquier lector que escriba siempre envidie, en el fondo, al lector que era antes de hacerlo. Y aunque, pensándolo mejor, el talento de Tavares consiga hacer olvidar a más de uno que es otra cosa, cualquier otra cosa, además de un lector.

Así que es un riesgo, leerlo.

Gonçalo M. Tavares nació en Luanda en 1970 y pasó su infancia en Aveiro, en el norte de Portugal. A los 18 se mudó a Lisboa, donde actualmente se desempeña como docente universitario de Teoría de la Ciencia. Publicó su primer libro en 2001, Livro de dança. Pero, dice, escribe “intensamente” desde los veinte y tomó ya entonces la decisión de no publicar de modo automático. Esperó una década completa. “Sentí, no sé bien cómo, desde muy pronto, que después de publicar – de volverse público algo– las cosas cambian, decidí por eso aplazarlo lo más posible. Publiqué con treinta y un años el primer libro, salieron en seguida otros, todos estaban ya escritos cuando salió el primero. Llevo siempre algunos años de adelanto entre lo que escribo y lo que publico” respondió a Félix Romeo para la revista Minerva.

Los señores aparece después de que en español se hayan publicado por ejemplo, Agua, Perro, Caballo, Cabeza y Aprender a rezar en la era de la técnica (Premio 2010 a la Mejor Novela en Lengua Extranjera en Francia). En este momento, la obra de Tavares ya ha sido traducida a más de 45 idiomas y multipremiada (Jerusalén, por caso, fue reconocida con los premios Telecom Brasil, José Saramago y LER/Millennium BCP).

En este ejemplar de Interzona que nos ocupa hay cinco señores que viven en el Barrio: el señor Brecht, el señor Eliot, el señor Swedenborg, el señor Juarroz y el señor Henri. Pero ahí mismo habitan otros como el señor Walser, el señor Calvino y el señor Valéry –este último, dice Tavares, fue el primero en aparecer, inclusive antes que el Barrio mismo. “El Barrio es una especie de utopía: un espacio sin localización geográfica ni temporal. Los nombres de los personajes de este barrio son homenajes a escritores y artistas, pero los personajes son puramente ficcionales”, encontramos en la nota de autor que antecede las entregas que fueran editadas, primero, por separado, y que en esta versión se cierran con un plano de las casas y edificios donde viven todos, con sus calles entre las cuadras y sus techos y sus ventanas.

En esta ciudad de las letras, los señores cuentan historias, dan y asisten a conferencias con más o menos frecuencia y atención –algunos hasta logran elucubraciones geométricas mientras el otro perora–, se cruzan y se saludan en las veredas, piensan y son interrumpidos en sus pensamientos, toman absintio para lograr conclusiones como: “Las maldiciones son cálculos matemáticos que aciertan en el futuro y nos esperan”. El señor Borges, por ejemplo, es el grafiteador de la zona.

El primer libro dentro del libro, a cargo del señor Brecht, es un agrupado de microrrelatos logrados con una maestría, en un punto, insolente. Tavares avanza ahí –en realidad en todo– sobre asuntos en los que es difícil atreverse a intervenir, visto el genial desempeño sobre ellos que ya se ha conseguido en la literatura. Aunque quizás no sean exactamente los temas que trabaja, sino la vocación universal con la que lo hace; la solvencia con la que los convoca y el efecto extensivo que persigue. Y lo logra. Lo logra. Una y otra vez, lo logra. Pero esa insolencia se debe más a su coraje que al hecho de que lo haga de espaldas a la Gran Biblioteca. Es que Tavares escribe de frente a los anaqueles: “Odio la idea de que todo lo que haces sea una novedad. Es frívolo. Sólo alguien que no conoce la historia y no ha leído gran cosa lo encuentra todo nuevo y original”, le dijo a la periodista Kristina Bozic.

“Imaginar, en términos humanos, es existir”, introduce Alberto Manguel. Y dice más: “Las leyes de nuestra imaginación anulan las del universo. Imaginamos un mundo y a nosotros en él, y a esa imaginación le damos el nombre de realidad”. Tavares parece responderle, en el libro, así: “Como la realidad era para el señor Juarroz una materia aburrida él solo dejaba de pensar cuando era realmente imprescindible”. Y, en la entrevista citada, continúa: “No separo pensamiento y escritura: la escritura es una fijación alfabética de la acción del cerebro. (…) Pensar es una forma de emocionarse y emocionarse es una forma de pensamiento. Digamos que el pensamiento es una forma inteligente de emocionarse”.

“El Barrio crecerá”, promete el portugués. Alguien, en el futuro, escribe homenajes tan encantadores como estos, pero para el señor Tavares. Y acto seguido agrega una casita para él en el plano que dibujó.

¿Ya leíste Notas de suicidio?: Marc Caellas y un ensayo sobre los últimos mensajes de artistas suicidas