¿Por qué alguien se convierte en suicida? ¿Cuáles son las razones que lo llevan a tomar esa determinación? ¿Acaso el suicida las conoce o, sencillamente, siente que no puede soportar más la vida? ¿Por qué siente necesidad de escribir una nota antes del final? ¿Esas notas constituyen un género literario?
El libro de Mar Caellas intenta contestar éstas y otras preguntas y en ese intento recorre una abundante e interesante casuística suicida y literaria, ya que se refiere mayoritariamente a los escritores suicidas.
“Un dato curioso –dice al principio del libro- es que el volumen de las notas de suicidio experimentó un auge durante el siglo XVIII, cuando lo normal era que aparecieran junto a otros anuncios públicos, en los periódicos. Eran notas de personas anónimas, ciudadanos normales, si es que de cerca alguien es normal. Fue en el siglo XX en que los artistas tomaron el testigo y embellecieron con su sensibilidad el formato “nota de suicidio”: para explicarse, para pedir perdón, para quejarse, para manifestar nostalgia, para celebrar, para reírse de los vivos, o para proclamar a viva voz su voluntad de irse de este planeta. Las notas de suicidio ¿se convirtieron en un género literario?
Caellas no contesta de manera contundente esta pregunta , pero la clasificación que hace de ellas da cuenta de que existen determinadas características lingüística regulares que permiten la clasificación en tipos.
Por otra parte, aunque se supone, quizá equivocadamente, que el suicida es alguien desesperado, las notas que dejan antes de morir suelen tener una redacción cuidada, como si irse del mundo no justificara una nota a las apuradas, mal escrita, inentendible, con errores de sintaxis o de ortografía. Es que al suicida le sigue importando de qué forma lo verá el mundo aunque él ya no esté allí.
Es que es difícil concebir el mundo sin uno mismo. Nunca se es lo suficientemente modesto como para no hacer el ejercicio de imaginarlo. Así lo expresó, por ejemplo, Susan Sontag, quien no fue una suicida sino alguien amenazada de muerte por una enfermedad.
Aún hoy, en pleno siglo XXI, hay quienes consideran al suicida como un cobarde que no tuvo el valor suficiente como para afrontar la vida. “Es un argumento falaz, afirma Caellas, para quitarse la vida hace falta coraje.
En la Edad Media, dado que los suicidas contradecían el mandato de Dios de preservar la vida que Él les había dado, se los enterraba fuera de las ciudad, en el mismo lugar que se les asignaba a músicos y otros artistas callejeros, a cómicos de la legua que vivían una vida alejada de los mandatos de Dios.
De hecho, en la Argentina no existe una ley que apruebe la muerte asistida cuando alguien ya no quiere vivir más.
El suicida genera hoy tanta consideración como recelo no sólo por quitarse la vida, sino por hacer que sus allegados carguen para siempre con una muerte que los hará sentir culpables aunque no lo sean en absoluto.
Contrariamente a lo que podría creerse, no todas las notas de suicidas tienen un aire trágico.
Según lo consigna Caellas, George Sanders quien desde afuera podría ser visto como el gran triunfador que todo el mundo desearía ser, ganador de un Oscar y rodeado de hermosas mujeres, un día decidió suicidarse. La nota que dejó, decía:
“Querido mundo, me voy porque estoy aburrido. Siento que he vivido lo suficiente. Os dejo con vuestros conflictos, vuestra basura y vuestra mierda fertilizante en esta dulce letrina.
Buena suerte.
George
“En cualquier caso –dice Caellas- no parece que George sufriera. Se aburría, que también es un modo de sufrir, pero distinto. Y aburrirse cuando lo has pasado en grande es deprimente. Así que volvemos al mismo lugar, al hastío de vivir, que el reflejo del mar aplifica, como bien lo saben los poetas griegos.”
El suicida, las notas y la clasificación genérica
Su clasificación es larga y a cada una de ellas la justifica por lo menos con un ejemplo: Las notas de suicidio para consolar a los padres, la nota de suicidio anticipada, la nota de suicidio para el marido o la esposa, para un amigo imaginario, la nota de suicidio en pareja, la nota lúcida, la escueta, la de suicidio musical, la de aburrimiento, la nota adulta, la inmadura, la que ordena y pide, la conceptual, la literaria, la ficcional, en un soneto, la nota sin cadáver, la antinota de suicidio, la teatral, la desechada, la avergonzada, la política, la psicoanalítica la equivocada.
Vale la pena tomar algunas al pasar. Por ejemplo, la que deja un personaje de Martín Amis de Tren Nocturno que tiene similitudes con la que dejó Virginia Woolf aunque, la de Amis es una nota literaria y no verdadera:
“(…) Estoy asustada. No dejo de pensar que estoy por hacer algo que jamás nadie ha hecho nadie antes…, algo absolutamente inhumano. ¿Es eso lo que estoy haciendo ahora? Mi niño, estaré contigo hasta mañana por la noche. Has sido perfecto para mí. Y ten presente siempre que no habrías podido cambiar nada… “
Por su parte, el escritor y cineasta francés Jean Eustache, se suicidó en la habitación de un hotel –un lugar elegido con bastante frecuencias por los suicidas- y no renunció en su nota de despedida ni al humor ni a la amarga ironía. En la puerta de la habitación colocó una nota que decía:
“Llame fuerte, como para despertar a un muerto”.
Edouard Levé quizá sea uno de los casos de suicidio más curiosos. A los 42 años escribió un libro que se llamó Suicidio y que contaba la historia de un amigo de infancia se había suicidado 20 años atrás. Cuando terminó de escribirlo entregó el original a la imprenta y, diez días después, se suicidó.
Como se ve, el suicidio es un enigma insondable. Lo único cierto, de acuerdo con Caellas, es que produce literatura de dos tipos: la obra referida al suicido y la nota última que el suicida deja como último legado.
Otra certeza es que no siempre obedece a un arrebato, sino que en la mayoría de las veces es muy meditado y la carta de despedida puede ser escrita con mucha anterioridad. No siempre se trata de un acto de desesperación que se realiza sin pensar, sino más bien todo lo contrario. La desesperación empuja, pero la infelicidad maneja sus propios tiempos.
Notas de suicidio es un libro que vale la pena leer porque es la entrada a un mundo secreto sellado a cal y canto y porque demuestra que, si en el principio fue el verbo, en el final, también.