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Elegía generacional

En Electrónica, Enzo Maqueira cifra coordenadas de época con múltiples referencias, entre las que se destacan viejos capítulos de Los Simpson, íconos del cine de los ‘80 como Karate Kid o Volver al futuro, canciones de Radiohead y nombres de Djs.

Por David Voloj

En el recuerdo están la noche y las pastillas, la sed de los cuerpos que se mueven al ritmo de la música electrónica; noches eternas de drogas químicas, amor frenético y alucinaciones en la pista de baile o en el baño de un bar. Electrónica, la última novela de Enzo Maqueira, hace pie en la nostalgia de un grupo de jóvenes de clase media o media alta argentina que, crecidos en la primera década del siglo 21, experimentaron el éxtasis de la noche perpetua, el bajón del día después. Y, por último, la angustia de crecer.

La profesora universitaria que protagoniza la trama ronda los 30 años. Parada frente al espejo intenta convencerse de que aún “está buena” y acosa con mensajes y llamadas a Rabec, el alumno de primer año de Comunicación Social con quien tiene un affaire. Mientras, convive con Gonzalo, su novio, a quien por momentos desprecia pero que representa la seguridad de una vida acorde a las convenciones. Sin embargo, la profesora no es feliz. Cuando la angustia se impone, busca refugio en el departamento de su amigo de la adolescencia, el ninja, con el que fuma marihuana, rememora el pasado y reflexiona acerca del presente: “…el mayor problema es que la nuestra es la primera generación que está preocupada por pasarla bien. Nuestros abuelos ya hicieron el esfuerzo de empezar de cero, nuestros padres hicieron la plata, a nosotros nos queda buscar la felicidad. Pero no la alcanzás nunca, dijo la profesora. No, dijo el ninja, no nos queda nada”. 

En Electrónica, Maqueira cifra coordenadas de época con múltiples referencias, entre las que se destacan viejos capítulos de Los Simpson, íconos del cine de los ‘80 como Karate Kid o Volver al futuro, canciones de Radiohead y nombres de Djs. Así logra hacer la radiografía, patética y conmovedora a la vez, de una generación que se consume en el hedonismo pero también en la soledad, que se revela contra el paso del tiempo y agoniza entre recuerdos distorsionados que le imprimen tonos elegíacos al presente. Porque ya nada es ni volverá a ser lo mismo; porque, como reconoce el narrador, el mundo se ha convertido en un lugar distinto: “Eso también era tener 30 años: que tu mundo hubiera pasado de moda”.

Uno de los aspectos técnicos más logrados de Electrónica es precisamente ese narrador irónico e implacable que apela a la segunda persona durante la mayor parte de la historia para interpelar a los personajes. “Siempre habías creído que eras distinta” –le dice la profesora–, “pero habías resultado ser de manual. Un capítulo en un libro de psicología. O peor: una nota en una revista femenina”. En ocasiones, el narrador indaga en la acción de manera despiadada. Pero esa misma interpelación también se proyecta sobre el lector y pone en jaque su propio lugar, las zonas vacías de la realidad cultural en la que habita.

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