Las palabras son, para Jean-Luc Godard, tan importantes como las imágenes. Tanto en sus películas como en sus textos-poemas (o, a la manera de decir del autor, “frases”) aparecen con la fuerza disruptiva del fragmento para confirmar que las historias que se cuentan no tienen unidad narrativa ni alcanzan una única verdad. La voz principal es la del propio cineasta que concibió Elogio del amor primero como un proyecto que vivió cuatro variaciones antes de transformarse en película y ahora, recientemente editado por Interzona, toma la forma de libro.
puede repetírmelo, más lento
cada pensamiento debería
recordar la ruina de una sonrisa
Edgar, el personaje principal del libro, retoma un proyecto caduco que consiste en filmar cuatro momentos del amor: el encuentro, la pasión corporal, la separación y la reconciliación en tres parejas de diferentes edades (jóvenes, adultos y viejos). A medida que van sucediéndose los acontecimientos, contados de atrás para adelante, leemos los dichos de los personajes pero a diferencia de la película no sabemos con exactitud quién toma la voz en la historia. Historia que es narración y que también es historia con mayúsculas porque aparecen ciertos eventos del pasado que Godard retoma a modo de reflexión, como la resistencia francesa, la Shoá o la apropiación por parte Hollywood de la memoria histórica. Hay una crítica fuerte y sostenida sobre el espectáculo producido por el cine de Steven Spielberg.
Para publicar sus libros Godard ideó un procedimiento (contado por su traductor Matías Battistón) que consiste en preparar una transcripción del guión, quitar “todas las descripciones, las indicaciones escénicas y las referencias que permitían reconocer qué personaje decía qué cosa” y cortar el diálogo en líneas desiguales transformándolo en verso libre. Verso que es fraseo pero a la vez página en blanco, o sea silencio, y también elipsis, interrupciones, líneas en inglés o una sola palabra en la superficie superior, media o inferior de la hoja. El lector, tanto si ha visto la película como si no, puede adivinar el procedimiento y seguir las páginas de forma lineal o dejarse llevar por la “versificación en stereo” propuesta por el autor. “En el libro Godard ubica un diálogo en la página izquierda y otra en la derecha, sin aviso, lo que a veces lleva al lector desprevenido a leer desfasada y linealmente lo que en realidad sucede en tándem. Es, por así decirlo, una vuelta de tuerca del arte de la interferencia”.
Leer a Godard implica un ejercicio de resistencia a las imágenes banales que nos presentan el amor como una forma sólida que soporta el paso del tiempo ante las adversidades de la historia. Leer a Godard es sumergirse en un lenguaje para el que no existen códigos porque la memoria está hecha de fragmentos que resignifican los acontecimientos dándoles nuevos valores, imágenes y ritos. Leer a Godard es apropiarse de esos pensamientos que se demoran en volverse sonrisa porque están chocando al mismo tiempo con la persistencia inasible de las imágenes que no pueden volverse palabras.