“la militancia para el narrador, consiste en resistir sus presiones y seducciones, combatiéndolas con el arma que más eficaz se ha revelado en este frente: la buena escritura”
Los libros de la guerra.
«Debió oir ella:
–se puede decir una mentira, decía Perón, pero no se puede hacer una mentira.»
En otro orden de cosas.
La frase que abre En otro orden de cosas, intenta ser un diálogo entre un hombre y una mujer sin nombres, que creen amarse. Las palabras del hombre se van modulando con los ruidos de cajones de cómoda, que ella abre y cierra. El hombre interpreta esos ruidos como señales visibles del amor: ¿es que ella lo escucha cuando él habla? (“el nuevo ruido pudo significar que ella había escuchado pero como seguía sin hablar, él insistió”). Desde el primer párrafo el lector se ve librado a la incertidumbre de cómo interpretar, o mejor dicho hasta dónde interpretar, la información suministrada por el narrador. La supuesta austeridad argumental –que discutirá el concepto de “novela histórica”, de acuerdo a lo expuesto en el prólogo– y la aparente precisión de detalles inútiles al relato, van gestando cadencias volubles entre el orden de la trama y el de los planteos filosóficos.
Cadencia auténtica: La evocación del lema peronista –un ideal de moralidad– es una reflexión filosófica sobre la relación entre teoría (lo que se dice), praxis (lo que se hace) y la verdad (en todas sus posibles variables semánticas, tales como la evidencia, sinceridad, exactitud, veracidad, confirmación, certeza, efectividad, franqueza, afirmación, realidad, justificación, autenticidad y aseveración) y la mentira (entendida como embuste, mendacidad, falacia, falsedad, bicicleteo, chamuyo, cuento, engaño, enredo, falsificación, ficción, patraña, calumnia).
Cadencia rota: ¿Cómo se interpreta el eslogan de Perón en la Argentina de 1971? ¿Cómo se lee en el 2001 –fecha de la primer edición de la novela– y en el 2008 –fecha de la segunda edición– la interpretación que se hizo en y del periodo 1971-1982, los títulos de los doce capítulos, que conforman la novela?
Cadencia compuesta: La preocupación por la significación del amor dialoga con la teoría, la praxis, la verdad y la mentira. El personaje principal se va preguntando “¿Qué es el amor?” a lo largo del relato. Será la paternidad, la que lo concilie con el tema filosófico de la novela: la “azarosa formación de la conciencia cultural emancipada”[i]. Su vida demuestra irónicamente, quizás si proponérselo, que las mentiras pueden hacerse: sin proponérselo entra y sale de la revolución, trabaja en la construcción de una autopista, primero como obrero y luego como intelectual orgánico de la empresa. Ninguno de estos hechos lo ayudaron a comprender la naturaleza del amor.
Entornos cambiantes: La reflexión sobre su vida se circunscribe a una inercia irrazonada: “No había hecho ni la revolución, ni la obra, ni la contrarrevolución, ni había ganado ni perdido ésta guerra que acababa de dejar a todos perplejos. Esos hitos del tiempo lo habían hecho a él”. Quizás, también sin proponérselo, nos habla de un comportamiento generacional y de cómo un sector de esa generación se posicionó frente a los sucesos que les tocó vivir: “Los revolucionarios inauguraban agencias de automóviles, gomerías, bares. O hacían política, canjeando su historia pasada por las dádivas de los partidos que empezaban a aparecer”. Los revolucionarios creían que estaban en la praxis pero estaban más bien en el decir. Frente al “dejarse hacer por los hechos” están los que producen los hechos: los representantes de los intereses del capitalismo globalizado. Los “caballeros” masónicos y las “damas” del Opus, según la apelación de origen que los identifica a determinados actores políticos y económicos bien diferenciados –la influencia en la política argentina y el trato con los inversionistas extranjeros respectivamente– han desarrollado una compleja técnica de supervivencia, que consiste en hacerle creer al entorno que están al servicio de determinadas causas, cuando en realidad el objetivo es no dejarse utilizar: “usted piense lo que quiera… pero no se deje usar” le dicen los masónicos al protagonista en su primer conversación. La simulación, entendida como “la capacidad natural para adaptarse a entornos en permanente estado de cambio”, de acuerdo al informe español, descrifrado por el protagonista y que lo convertirá en “intelectual”, es otra de las variables agónicas de “hacer una mentira”.
Cadencia perfecta: Hace un hijo y descubre que logra una empatía con el mundo: ¿O no había sido una parodia del amor lo que llamaban “el amor” en aquella pieza a comienzos de los años setenta?” Su vida adquiere un sentido con la paternidad y será lo único que asumirá como una elección voluntaria (“lo único que había hecho sin responder a un apremio de los acontecimientos del mundo”. La esperanza de un nuevo humanismo se cifra en el hombre a venir (“es el primer ser humano que se aparece en mi vida” y no los eventos culturales conspirativos (el coloquio de Merano, los ciclos de encuentros de figuras en Mar del Plata y el concierto de música alemana contemporánea), que organiza como interlocutor de los actores culturales que buscan financiamiento.
El lector atento, también recordará la mención del lema peronista en Vivir Afuera (1998), novela anterior de Fogwill, con la que la reedición actual también dialoga. En la misma, Gil Wolff responde al reproche de Mariana, (“¿Sabés lo que me jode realmente de vos? Eso que decís… Eso que me decís que no te importa si lo que te dicen es cierto o mentira… Eso jode de vos… Quiere decir que no te tomás nada en serio”) con la segunda frase que hace de epígrafe a este comentario.
Siguiendo la serie de preguntas retóricas, ¿Cómo se interpreta «decir» o «hacer» una mentira en la Argentina neoliberal de 1998?
¿Qué interpretación hacen los personajes de Vivir Afuera de la consigna peronista? Para Gil Wolff, lo que se dice, en términos de verdad o falsedad, no tiene importancia porque las mentiras son fáciles de enunciar. Lo que importa es el relato en sí mismo. Lo importante es saber contar –y eso excita a Wolff. La interpretación de Mariana es que Wolff es un cínico (“a vos no te interesa una mierda de nada”) materialista (“lo único que te interesa es la carne”) porque su relación con el mundo se basa en otros valores donde las verdades y mentiras que se dicen, tienen una correlación con determinadas intenciones y acciones. Si bien ella también es materialista –sólo le interesa pasarla bien (que se traduce en tener encuentros sexuales con un hombre que le guste y que preferentemente le pague)– pero no es cínica ni tolera el engaño (“no banco la mentira”). Estas tomas de posiciones se inscriben en un contexto mayor que paso a señalar.
La segunda aparición de la frase de Perón se da en la conversación de Wolff y Mariana con dos miembros del hospital Fernández: los médicos Saúl y Cecilia. Mariana, el personaje marginal en esta constelación, pregunta qué significa “buena fe”. La lucha de poder entre los otros tres personajes, que viven dentro del sistema (o en todo caso, más adentro que Mariana), se cifra en el intento de definición de Saúl:
“si alguien pudiera definir bien lo es «decir» y lo que puede ser “hacer», y pudiera acordar una definición precisa de «verdad» y de «mentira» –afirmaba que eso era posible– y se haría posible encontrar algo que, a pesar de Perón y de Fregue, se reconociera como ejemplo del acto «hacer una mentira»”.
Antes Wolff había dicho que la frase de Perón era una cita del fundador de la filosofía del lenguaje. La autoría de la frase carece de relevancia. Wolff continúa: “(…) vaya a saber quien más pudo haberlo dicho antes de esa manera o de algún modo parecido”. La mención de Fregue señala cómo asume Vivir Afuera la tradición borgeana de la simulación del conocimiento. En las obras de Borges hay simulación de erudición. En las obras de Fogwill hay simulación de saber. Wolff añade: “Quien sabe si Perón citaba algo que leyó o algo que le escribieron para adornarle los discursos”. Wolff reintroduce una variable del tópico «hacer una mentira» y denuncia las tácticas de la simulación del saber en la política nacional. Horacio González dice que la categoría del «saber» en Fogwill es un hecho desgraciado: sería injusto no poseerlo pero que cuando se lo posee es nocivo. Les advierte a aquellos que se acostumbraron a pensar en el «bien público» y no quieren que constantemente se les recuerde que su interpretación del mundo es parcial, limitada y/o conformista sobre las trampas del pensamiento de Fogwill[ii]. El mismo se nutre de textos partidos, de retazos inverosímiles que componen un método particular: “el uso de los escritos de los otros como una imputación o como un homenaje incierto, pero lleno de traviesa algarabía”[iii]. De ahí, que poco importe la autoría de la frase en cuestión. Lo único constatable es la conciliación imposible entre el pensamiento y la existencia, a la que se ven sometidos los personajes de sus novelas.
El contrapunteo de interpretaciones sobre los conceptos de «verdad», «mentira», «hacer» y «decir» que aparecen en En otro orden de cosas y en Vivir Afuera configuran las preocupaciones y los compromisos que Fogwill adquiere con la lengua y con su propia obra.
Gil Wolff es también uno de los tantos pseudónimos que utilizó Fogwill para firmar sus intervenciones periodísticas en la prensa argentina. Los libros de la Guerra las reúne junto a otras tomas de posición, publicadas en su momento en diferentes medios de prensa escrita. Se ordenan en seis secciones temáticas, cronológicamente.
La sección «Yo» presenta tres autorretratos. Las palabras finales reconfirman la coherencia de la disposición formal del libro: “Nadie leerá hasta aquí, por eso puedo afirmar que creo en la verdad, adhiero a la noción de sentido, cuido la consistencia de los actos y persigo el ideal de autentificación de mí. Esto que afirmo, no tiene nada que ver con mi literatura. Sé que la obra literaria nace cuando no hay nada que afirmar, sino todo lo contrario”. Así, primero leemos las «Guerras» de Fogwill y luego sus artículos sobre literatura. Quintín[iv] especulará sobre éste capítulo, «Los Libros»: será una apuesta ganada, como selección canónica[v] y será una apuesta perdida cada vez que el sistema literario la utilice para asegurar los valores de obsecuencia y adulación propios de dicho medio[vi]. La sección incluye artículos sobre Laiseca, Perlongher, Aira, Lamborghini, Copi, Briante, Girri, Viel, Levrero y Mattoni.
En vez de insistir en la capacidad controversial e irritativa de Fogwill, un paso obligado a la hora de hablar del mismo, constato que determinados consensos sobre tópicos que la tercera sección, «Ideas Borradas», lee a contrapelo a partir del 82[vii], no han variado. Las posiciones de Fogwill, mantenidas a lo largo de 30 años son coherentes. Daniel Link[viii] elogia este don: “leído de corrido, es de una lucidez y una coherencia que espantan.” La coherencia puede corroborarse, comparando las notas de este capítulo, con las columnas de opinión que Fogwill publica en el diario Perfil actualmente. En otro sentido, entiendo «lucidez» como «intuición racional». Por ejemplo, en “¿De dónde vienen tantos gueis?” (1982) escribe:
“El ejemplo prueba que todo gay viene de madre, aunque vendrá el día que un buen padre gay podrá enchufar un tubo de siliconas en las más hondo de su aorta, para nutrir con él a un embrioncito gay, en una probeta de cristal rosa, que crecerá a partir de alguna celulita rosada de su nalga paterna –o materna, o puterna, o interna– fecundada por algún biólogo molecular o genetista de piel oscura, brazos fuertes y ojos azules desbordantes de sabiduría”
Este párrafo forma parte de un artículo más vasto, donde Fogwill explota las variantes de la palabra «gay»: polemiza sobre la cuestión «homosexual» en sí misma, cuestiona el origen y uso del vocablo para denominar a los homosexuales argentinos; y por último, imputa el armamento «gay» (entendido como «pusilánime»), que utilizó el Ejército argentino en la guerra de Malvinas. A su vez, el párrafo revela una capacidad anticipatoria, una de las variantes más prometedoras de los estados de lucidez, sobre un tema –la paternidad lésbica, homosexual, bisexual o transgenérica (LHBT)– que desde hace sólo pocos años ha comenzado a experimentarse en las naciones del primer mundo y que está todavía lejos de ser practicada (e inclusive ficcionalizada) en nuestras latitudes de forma masiva y desprejuiciada.
La sección «Preguntas» agrupa nueve entrevistas realizadas por representantes de diferentes medios periodísticos, desde Diario de Poesía hasta El amante, que lo solicitan para hablar de cine, poesía o simplemente para acompañarlo a terminar tareas pendientes (la entrevista de Rolling Stone en un lavadero de autos). La última sección, titulada «Cuadros», un homenaje en forma de semblanzas literarias a personas que Fogwill admira y que contribuyeron a su formación, ya había sido publicada en El Ojo Mocho, luego de la entrevista también reproducida en la sección que se comenta al inicio del párrafo.
Podría continuar glosando el resto de los artículos reunidos en Los Libros de la Guerra. Los lectores ambiciosos de socavar el moralismo superficial y los principios de certidumbre, que gobiernan la visión aletargada del mundo que nos toca vivir, pueden hacerlo sin pudor. Si hay una lección a incorporar de la ética agonista de Fogwill, es el menosprecio por las consecuencias.
Mariana Auguello Ortiz